La lagarteira vuelve a sobrevolar las islas Cíes

Antón Lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

El Falco tinnunculus pesa tan solo 200 gramos.
El Falco tinnunculus pesa tan solo 200 gramos. Chus Cordeiro

El «Falco tinnunculus» no se veía por el parque nacional desde hacía más de diez años

23 may 2016 . Actualizado a las 11:21 h.

Están de moda, y la fiebre no ha hecho más que empezar. Nos referimos a los drones. Permanecer estático en el aire y en absoluto silencio mientras una cámara de alta resolución registra lo que sucede en el suelo tiene su enjundia. Y no es de extrañar que nos resulte fascinante contemplar estos aparatejos, pero, como en todo, hay excepciones menos impresionables.

Nuestro protagonista contempla con desdén esta fascinación por los drones. La chulesca suficiencia está justificada porque nuestro amigo es en cierto modo un dron muchísimo más perfecto y eficiente que estos trastos con hélices. Se llama Falco tinnunculus, o lo que es lo mismo, un cernícalo. Lo de su nombre hace referencia precisamente a su capacidad para poder quedarse prácticamente quieto, cerniéndose, en el aire. Desde esa posición privilegiada vigila su territorio y acecha a sus presas. Probablemente un día, hace milenios, algún cernícalo se encontró con las condiciones ideales de viento y corrientes térmicas que le permitieron sustentarse en el aire casi sin moverse. Esta habilidad supuso una ventaja comparativa frente a otras aves rapaces, por lo que poco a poco sus hermanas de especie la imitaron y la fueron perfeccionando en parte con técnica y en parte con sutiles cambios en su anatomía.

Para empezar, la cosa precisaba una estructura muy ligera y así nuestras amigas pesan ahora solamente unos 200 gramos. El plumaje también debería evolucionar, y por eso los lagarteiros tienen unas plumas más anchas, que aumentan su capacidad de sustentación en el aire, y a su vez la capacidad de extenderlas en un amplio abanico, pero también sus colores tienen enjundia, siendo muy claros, blancos y moteados vistos por debajo y pardos oscuros desde arriba.

La cosa tiene su explicación: cuando los vemos en el cielo cerniéndose esos tonos claros los hacen difíciles de ver, especialmente con el sol de fondo, y para sus potenciales depredadores, que los ven desde arriba, los tonos oscuros los mimetizan con el suelo. Esos colores son especialmente llamativos en ellos en la época de cría, en la que se encuentran ahora (ellas son más discretas).

Lo de cernícalo explica parte de su ecología, y su nombre galego, lagarteiro, hace el resto. La dieta de los lagarteiros, con semejante denominación, tampoco precisa abundar en más detalles, aunque en rigor son tan insectívoros como predadores de reptiles. Nuestros amigos fueron hasta no hace mucho abundantes en la comarca, y no resultaba extraño verlos cerniéndose sobre A Guía, Castrelos o incluso sobre O Castro pero en las tres últimas décadas sus poblaciones están en retroceso generalizado, tanto es así que en toda la península se considera una especie «de interés especial» que viene siendo un eufemismo para decir que la cosa no pinta bien y el peligro de extinción está cerca.

Este declive tiene que ver con dos factores que a menudo resultan coincidentes. Por una parte la destrucción de sus hábitats, que en su caso estaban asociados a áreas de cultivos tradicionales, campos de barbecho y zonas de setos. La agricultura ecológica podría sin duda revertir esta situación. Por otra parte la caza y el expolio de sus nidos (a pesar de ser especies estrictamente protegidas) y la generalización del uso de venenos tampoco les ayuda mucho a recuperarse. Como con cualquier especie vulnerable es prudente no detallar su área de distribución, y especialmente sus zonas de cría, pero con los lagarteiros vigueses podemos hacer una excepción, al menos con una pareja, por la feliz circunstancia de contar con parte de un parque nacional.

Nuestra última observación de un lagarteiro fue precisamente en las Cíes, hace una semana, y es una feliz noticia su regreso pues hace una década habían desaparecido y aquí entra un humano también en escena. Regresábamos al barco, tras unos días de trabajo y cuando íbamos a despedirnos de nuestro buen amigo Ricardo, el guarda de Cíes, vimos a un lagarteiro cerniéndose en un lugar tan improbable como el cielo sobre la mismísima playa de Rodas. Fue un espectáculo fugaz, en unas islas en las que llegaba el atardecer y nuestro lagarteiro aparentemente verificaba que el personal se iba a su casa y dejaba Cíes por ese día un poquito en paz. Creo que al final nos olvidamos de comentárselo a nuestro amigo humano, siempre muy pendiente de los habitantes no humanos de las islas. Con Ricardo tenemos, en lo personal, una deuda arrastrada desde hace años. Su siempre eficiente ayuda es imprescindible cuando vamos a dar la lata a las Cíes, como era el caso, con nuestros proyectos de investigación, además de ser un crítico lector de estas páginas (espero que al menos la de hoy le guste). La cosa tiene poco de científica, seguramente, pero embarcamos con la sensación de que mientras Ricardo siga en las Cíes, los lagarteiros también seguirán allí. Él y sus compañeros y compañeras agentes y guardas medioambientales son la primera línea de defensa para garantizar la conservación de nuestra maltrecha naturaleza y ese, cosa que frecuentemente se olvida en muchos despachos, es el principal objetivo de un espacio natural protegido. Lo de tener la presunta mejor playa del mundo es tan secundario como irrelevante.