Entre el sonido y el sentido, Oroza

Jorge Lamas Dono
JORGE LAMAS VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

Amigos del poeta recordaron algunos de sus aspectos íntimos durante el velatorio que tuvo lugar ayer antes de su entierro en Pereiró

24 nov 2015 . Actualizado a las 11:19 h.

«Carlos acostumbraba a decir que no abandona el territorio quien está cerca del milagro, pero desgraciadamente ahora ha tenido que abandonarlo, dejándonos sin conciertos de poesía», afirma Carlos Vilas Bugallo, el arquitecto de los espacios escénicos por donde transitó brillantemente la voz de Carlos Oroza durante quince años.

Mucho antes, el rapsoda nacido en Viveiro a comienzos de los años veinte del pasado siglo llegó a Vigo tras su paso por las trincheras de la cultura en Madrid y las incursiones por la Ibiza hippie. «Foi moi divertido porque chegou cunha ringleira de cadros de pequenas dimensións de amigos seus madrileños, e o meu pai enmascarou a venda na librería como se fora unha homenaxe», recuerda el pintor Antón Patiño. Al parecer, la venta fue un éxito, seguramente muy necesario para las siempre escuálidas finanzas del poeta.

Tan enjuta la economía como su propio cuerpo. «Eu nunca o vin comer», dice Patiño, en una escena que se desarrolla ante el velatorio del poeta, en la Casa Galega da Cultura. «Aí téñovos que dicir que comía moi ben, segundo di a miña nai, o que pasa é que gustáballe dicir que se alimentaba dun tomate e unha cebola», interrumpe Uxío Novoneyra, hijo del poeta de O Caurel. «¡Mira que lle gustaba o bacallau con moitas patacas!», añade.

Como en cualquier velatorio gallego que se precie, la exaltación de la personalidad del fallecido suele adornarse con anécdotas que muestran su ingenio. Como aquella vez que encabezó una expedición de artistas gallegos a Buenos Aires y tuvo que hacerse el pasaporte. «El nin tiña o DNI, e cando mirou a data do seu nacemento díxolle a un de nós: ¿Oye Chichi, a qué edad se muere la gente?», cuenta el pintor, quien añade que durante aquel viaje en avión no paró de pasear. Como siempre hizo por las calles viguesas, en busca de esa palabra que aún le era desconocida.

El médico y mecenas de las artes viguesas Román Pereiro añade un nuevo dato para conformar la personalidad del fallecido: «Era un hombre al que le gustaba flagelar a los que quería, y con Vigo le pasaba igual, tenía una relación de amor-odio». La pintora Menchu Lamas asiente con su risa. «Él vino a Vigo en los años setenta y le gustaba la ciudad pero también tenía sus cosas con ella», explica. Quizá por ello, su nombre se perpetuará en una placa que el Concello de Vigo colocará, en los próximos días, en la Travesía de Príncipe.

Dépor-Celta

Mientras los gallegos futboleros se divertían y sufrían con el derbi del pasado sábado, Oroza se iba «en silencio, despacito, sin sufrir y consciente». Lo cuenta Javier Romero, el editor del poeta en sus últimos tres años. «Llevaba nueve días en el hospital y aunque no lo decía, era consciente», añade. Otras fuentes, quizá para engrandecer la leyenda del poeta, aseguran que afirmó preguntando: «¿De esta no salgo?».

Javier Romero reclama un mayor estudio de la obra orozana, al señalar que «todavía no somos conscientes de quién se ha ido». Algo que aprendió Carlos Vilas Bugallo durante sus años de convivencia con el poeta. O el mismo Antón Patiño que es capaz de convertir en belleza su visión del vate. «Entre o son e o senso, cultivou durante toda a vida a rebeldía; como se fora a mirada dun neno que e quen de descubrir aspectos agochados da realidade». Quizá porque Carlos Oroza era la poesía.

la mirilla