La ciudad del olivo importa olivos

Antón Lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

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Los árboles decorativos no son de aquí. Quedan desnaturalizados y se pierde un patrimonio natural en su lugar de origen. No sabemos ni su coste.

16 nov 2015 . Actualizado a las 20:45 h.

Vamos a imaginar una historia muy loca. Supongamos que un día viniera a pasar unos días de vacaciones en Vigo un rico terrateniente. Nuestro imaginario potentado se queda fascinado por el espectáculo de esa puesta de sol en la ría con las Cíes al fondo.

Víctima del síndrome de Stendhal, piensa que no nos merecemos disfrutar en exclusiva de semejante hermosura y decide que se la quiere llevar puesta. Nuestro visitante tiene mar en sus lejanas tierras de origen, pero no tiene unas Cíes que lo realcen, así que tranquilamente se lleva, por ejemplo, la isla do Faro. La cuestión técnicamente es complicada, pero tenemos presupuesto de sobra (recuerden que el individuo está forrado). Solo queda un pequeño escollo que resolver y es que la isla no es suya. Puesto nuestro imaginario amigo en contacto con el propietario, el Concello de Vigo, llegan a un acuerdo y el Concello le vende la isla a precio de mercado de materia prima, es decir, lo que costarían las piedras. Y así, pagando una cantidad ridícula, se llevaría la isla do Faro y, adjunta, la playa de Rodas, dejándonos con un espacio vacío en mitad de la ría y destruyendo nuestro paisaje más emblemático para siempre.

Decíamos que la historia es muy loca pues para empezar, además de la dificultad técnica, todo Vigo, Concello incluido, saldría en masa a la calle para impedir que nadie se llevase nuestro más querido patrimonio natural y con él una parte de nuestra historia y nuestra identidad. Nadie sería capaz de arrebatarnos todo eso.

Pongamos ahora otro ejemplo, con muchas coincidencias pero en este caso con una diferencia fundamental: es absolutamente real, y está sucediendo. Imaginemos que vivimos en tierra de olivos, de Madrid para abajo, y tenemos hermosos ejemplares centenarios, incluso milenarios. Son parte de nuestro patrimonio natural, de nuestra historia y de nuestra identidad. El caso es que un buen día un rico terrateniente del norte pasa por allí y, maravillado por el espectáculo, decide que esos olivos son muy bonitos, tanto que quedarían magníficamente instalados, por ejemplo, en una rotonda de su ciudad, o ya puestos en varias. El potentado recuerda que en tiempos había olivos en su comarca (aunque nunca fueron ni abundantes ni emblemáticos) pero que así, como adorno, hacen bonito.

Dicho y hecho. El magnate, o más bien sus intermediarios, negocian el precio. El asunto en primera instancia sale barato: por un olivo centenario, a precio de madera, se pagarán entre 300 y 600 euros, pero a nuestro magnate el antojo le saldrá muchísimo más caro, por supuesto. Puesto en la rotonda, el olivo multiplicará docenas de veces ese precio. Pero ya saben, es lo que tienen los intermediarios.

Y así el olivo será arrancado de la tierra en la que lleva más de un siglo, sus raíces y su copa serán duramente mutiladas y, ya descontextualizado y convertido en un pastiche vegetal, como un bonsái en grande, terminará sus días en medio del tráfico urbano. No le quedará ni el triste consuelo de echar raíces en su nuevo hogar, pues su instalación ni siquiera está sobre la tierra, sino en una maceta o en la cubierta de un aparcamiento. En lo que fue su casa queda el silencio, un agujero en el suelo y la tristeza de quienes malvendieron su naturaleza, su cultura y su identidad por una miserable cantidad de dinero.

¿Les suena conocida la historia? Estaría bien saber de quién fue la idea de llenar Vigo de olivos centenarios. Saber de dónde vienen y saber cuánto costaron, de paso. No podemos aceptar como normal la profunda anormalidad democrática que significa que un gobierno municipal no informe sobre algo tan elemental como en qué se gasta el dinero público. Ya puestos estaría bien que alguna vez el Concello nos tratara como mayores de edad y pudiéramos opinar sobre estos ornamentos. Y se nos escuchara.

¿La siguiente ocurrencia será vender nuestros carballos centenarios para que los pongan de adorno en las rotondas de, por ejemplo, Jaén?

Cómo solucionarlo: No seamos cómplices

Debemos considerar que cualquier árbol, pero especialmente los árboles centenarios, son parte de nuestro patrimonio, y deberíamos considerarlos igual vengan de donde vengan. La Comunidad Valenciana, ante este expolio natural, redactó e implantó una ley que prohíbe la venta de árboles de más de trescientos años o de seis metros de perímetro. En Francia e Italia está prohibido arrancarlos.

La Fundación Félix Rodríguez de la Fuente desarrolla un proyecto europeo LIFE para conservar los grandes árboles y evitar su expolio para venderlos como ornamento y más de 150.000 personas han firmado una petición para que las comunidades que todavía venden sus olivos centenarios (Andalucía, Murcia, Extremadura) dejen de hacerlo.

Pero nosotros estamos en el otro extremo de la cadena, y aquí también podemos solucionarlo: Concello de Vigo, no sea cómplice de este expolio, no compre más árboles centenarios de otras regiones.

Plantemos árboles y dejemos que crezcan con nosotros y dejémoslos vivir en paz.