Epidemias de otro siglo

VIGO CIUDAD

CEDIDA

Antes del ébola, de la gripe A y del sida, el cólera morbo asiático fue en el siglo XIX la pandemia que conmocionó Galicia

03 nov 2015 . Actualizado a las 09:19 h.

Cada época tiene su epidemia. El sida fue el protagonista del final del siglo XX, mientras la gripe aviaria y el ébola son las primeras pestes del siglo XXI. Pero antes, en el siglo XIX, los microbios de moda fueron los de la tuberculosis y el cólera. Esta última enfermedad diezmó la población mundial. Desde que, en 1817, aparecieron los primeros casos en la India, el cólera morbo asiático se convirtió en una enfermedad global. Que, en España, entró a través del puerto de Vigo.

Un ciudadano vigués, Fernando Conde, pasó a la historia en 1833. Este vecino de O Areal fue la primera persona en España que enfermó en una de las epidemias más devastadoras de la historia de la Humanidad. Conde abrió la lista de más de 300.000 víctimas que se cobró en España la primera oleada colérica. Y, a lo largo del siglo XIX, casi un millón de españoles morirían por una bacteria que llegó al puerto vigués como un pasajero más.

La enfermedad provocaba muertes fulminantes por deshidratación tras terribles diarreas. Y desató una auténtica histeria, con las autoridades desbordadas por los acontecimientos. La vida económica quedó paralizada en muchas zonas. Se establecieron los llamados «cordones sanitarios» para aislar enfermos o barrios enteros de las ciudades.

Hasta  medio siglo más tarde, en 1884, no se supo que la enfermedad la provocaba un bacilo, que fue bautizado como vibrio cholerae por su descubridor, Robert Koch, el mismo que identificó la tuberculosis.

El cólera animó en Vigo la creación del lazareto de San Simón, que sería aprobado por real orden datada en 1838. Así que, cuando se registra la segunda gran oleada colérica, desde 1854, Galicia está mejor preparada para contener la epidemia. En 1853, ya hay sospecha de la enfermedad en todo el sur del país. Tras detectarse algunos casos en O Berbés y O Areal, el miedo se extiende hasta Pontevedra, donde su alcalde, Cristóbal La Chica, ordena: «Se blanquearán interior y exteriormente todos los edificios de esta capital en el término improrrogable de 15 días, a contar desde la fecha de publicación del presente». Al igual que en Pontevedra, en Vigo, en Tui, en Baiona o Redondela los ayuntamientos facilitan cal a los vecinos, en la creencia de que el blanqueamiento de las fachadas ayuda a contener la epidemia.

Además, se toman otras medidas públicas que hoy suenan absurdas. Los enfermos eran sangrados, lo que aceleraba su muerte por deshidratación. Los médicos, que seguían la teoría miasmática, aplicaban también lavativas. Se administraba a los pacientes quinina, benceno y alcanfor, mientras los ensalmadores decían curar la enfermedad con extraños ritos y oraciones. En las ferias de toda Galicia, los pícaros vendían cualquier aguachirle como un remedio milagroso. El cólera morbo asiático provocó también un cambio urbanístico. Porque aparecieron los cementerios modernos. En Vigo, se clausuró el de la colegiata de Santa María, aprovechando la construcción del nuevo edificio neoclásico. Y los camposantos comenzaron a alejarse del centro de las ciudades.La epidemia dio también lugar a inquinas provincianas. Con un brote muy virulento de localismo en A Coruña, que tendría réplicas a lo largo del siglo XIX con otros temas como el ferrocarril. El periódico El Coruñés, en 1854, pedía el cierre del lazareto de San Simón y su traslado a la isla de Tambo, en la ría de Pontevedra, o a la illa de Arousa. «Parece que de los reconocimientos practicados en el lazareto de San Simón, resulta demostrada la absoluta imposibilidad de que este edificio sirva para el objeto al que se encuentra destinado», pontificaba el libelo coruñés de la época.

Ni que decir tiene que San Simón proporcionó a Vigo gran prosperidad, porque el tráfico mercante internacional tenía que entrar en esta ría para la inspección sanitaria, lo que supuso un gran despegue para el puerto vigués a lo largo del siglo XIX. Las crónicas de El Coruñés, con rabia indecible por este hecho, resultan hoy una lectura francamente divertida.

Así que esta semana, Galicia vivió una alerta de ébola con un paciente viajando en ambulancia desde A Coruña al hospital del Meixoeiro por la AP-9. Lo que nos recuerda las epidemias de otros tiempos. Por fortuna, el diagnóstico final descartó la virulenta enfermedad y la dolencia se quedó en malaria. Y respiramos aliviados, olvidando una vez más que la malaria mata cada año en nuestro planeta a más de un millón de personas. Nada que preocupe especialmente a nuestro complaciente y egoísta primer mundo.