Caballero, Maduro

Laureano López
Laureano López CAMPO DE BATALLA

VIGO CIUDAD

05 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo más parecido al chavismo que ejerce Nicolás Maduro está en Vigo, ciudad tan espectacular como Venezuela, y tan maltratada por su gobierno como, por ejemplo, Caracas. Caballero ejerce de Maduro. No solo en el día a día, también en las jornadas extraordinarias. Sucedió el lunes: pleno municipal para explicar los presuntos casos de enchufismo en el concello, que tocan de lleno (y esto lo dice un juzgado de la ciudad) a Carmela Silva, vía familia política. Caballero no habla, solo ríe a mandíbula batiente, como en sus momentos de mayor nerviosismo. En su lugar, se expresa el público amigo con pancartas: «El mejor gobierno de Vigo de la historia». El mensaje es más que inquietante. Fin del pleno, cero explicaciones. La democracia, en Vigo, es esto: silencios, y ataques a quienes no piensan igual que Caballero. Muy chavista. Lo pudimos comprobar al mismo tiempo con los ataques a la Hermandad Gallega de Venezuela. Castigados por expresarse. Amenazados por intentar ejercer la libertad de expresión. Carmela Silva cataloga así a los que disienten: nazis. Y punto. Caballero calla y ríe porque cree que los votos del 2011 le dan vía libre para hacer y deshacer a su antojo. El alcalde de Vigo desgobierna con 11 de los 27 ediles de la corporación, y juega con la ventaja de una oposición blandiblú. Pero ¿qué hay de los vigueses? En el 2011, 245.054 fueron convocados a las urnas. De estos, 50.045 votaron al PSOE... El 20,4 % de los que tenían derecho a voto. Le faltan un 79,6 % de apoyos para conseguir esa unanimidad a la brillante gestión de la que tanto habla. La suma de las papeletas al PP y BNG representó el 31,8 %. Moraleja: Caballero desgobierna en Vigo porque los otros dos partidos se lo permiten. Los números no mienten. Y lo hace porque vivimos (por fortuna) en una democracia. Que permite peculiaridades como esta: que un alcalde que representa al 20,4 % del censo se sirva de ella y la pervierta de tal forma que un pleno municipal se convierta en lo más parecido a un espectáculo circense de una república bananera.