La antigua calle de la moda se queda sin empanadillas

María Jesús Fuente Decimavilla
maría jesús fuente VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M. MORALEJO

El histórico Rufino ha echado el candado tras medio siglo de vida. En la puerta queda el nombre y un cartel de «Se alquila»

15 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno a uno los locales más antiguos de Vigo van cayendo como moscas, igual que cayeron en su día Las tres BBB, la librería Universitaria Sur o el restaurante chino más antiguo de la ciudad, situado en la Alameda. Ahora, el turno le ha tocado al famoso Rufino, el de las empanadillas. Ese que estaba situado al final de la antigua calle de la moda, hoy demodé y abandonada a su suerte.

Tras más de medio siglo de historia el viejo local ha echado el cerrojo y lo único que queda de él a estas alturas es el mítico letrero y un cartel de Se alquila.

El minúsculo despacho del 18 de López de Neira abrió sus puertas por los años sesenta y era la mejor prueba de que para marchar bien, un negocio no necesita excederse en metros cuadrados.

Cuentan que tras la apertura, el primer propietario, Rufino Martínez, tuvo que sufrir las gracias de unos chavales que debido a la cebolla que encontraban en las empanadillas no cesaban de gritarle: «Rufino cebollino» para hacerle rabiar. Entonces el negocio estaba situado enfrente, donde la galería de arte. Allí tenía un restaurante y chocolatería en el que se celebraban bodas y otros eventos.

Con el tiempo, sus empanadillas se convirtieron en una marca de calidad ganada a pulso y se hicieron merecedoras de una fiel clientela. Miles de vigueses han pasado por el despacho durante las últimas décadas.

El negocio fue pasando de unos familiares a otros y así llegó a su sobrino Luciano Martínez. Tras cuarenta años al frente del negocio, este se retiró y poco después falleció. Su mujer, Obdulia Ojea, que atendía al público, abandonó también el negocio.

Fue entonces, hace tres años, cuando tomó las riendas su hija Teresa con su marido Enrique y su hermano Luciano. Para Teresa, el local familiar de López de Neira era casi como una prolongación de su propio hogar. Podría decirse que casi se crio entre el obrador y el mostrador al olor de la masa. Pero, lo que más le gustaba a ella era la relación con la clientela y la parte administrativa.

Aunque los herederos han mantenido siempre la calidad y el ritmo, sí notaron un leve descenso en el consumo al mismo tiempo que languidecían el resto de los locales de la defenestrada calle.

Renovación

Lejos de dejarse amilanar por el entorno, la familia intentó renovar, tanto el local como las empanadillas, manteniendo al mismo tiempo el lado tradicional del negocio. También fueron cambiando con los años las condiciones laborales, pasando de la esclavitud inicial de abrir todos los días a cerrar los domingos para disfrutarlos con los suyos.

Las nuevas generaciones lo intentaron todo en su local del centro de Vigo para continuar con la tradición, pero al final no han tenido más remedio que decir adiós a más de medio siglo de historia familiar y a más de medio siglo de deleitar a los vigueses con sus empanadillas.