«A mí no me falta de nada»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

XOAN CARLOS GIL

Antonio Fernández sobrelleva un cáncer de recto avanzado con felicidad. El dolor que le obligaba a recibir la quimio de rodillas no ha podido con él

12 oct 2014 . Actualizado a las 11:12 h.

Le dolía tanto estar acostado que para dormir se arrodillaba en el suelo y apoyaba la cabeza en la cama. Le abrasaba tanto sentarse que cuando acudía al Hospital Xeral de Vigo para recibir la quimioterapia se pasaba las horas de rodillas en el suelo, el sillón vacío a su lado. Tanto padecía, que al viajar en coche debía tumbarse boca abajo en el asiento de atrás. Y gritaba. Gritaba con todas sus fuerzas.

Ese hombre se llama Antonio y vive en Cesantes (Redondela), con su mujer a su lado a tiempo completo, con sus nietos e hijos a tiempo parcial, rodeado de sus hermanas y sus suegros, y con un okupa indeseable en la misma habitación, un cáncer de recto avanzado que le ha robado la movilidad en las piernas. Ese hombre es el que, ahora, recostado en una silla de ruedas adaptada, con la mejor vista que existe de la isla de San Simón y el puente de Rande de fondo, responde: «A mí no me falta de nada».

Pero ha sido un trayecto muy largo. Antonio Fernández trabajó toda su vida en la oficina contraincendios de Redondela. Fue un currante incansable. Él y su mujer, Elisa, se levantaban antes de que el sol saliera para cuidar sus cultivos antes de ir a sus trabajos. En el 2002 se convirtió en un cliente fijo del Servizo Galego de Saúde, cuando enfermó de la vejiga. Desde entonces, se sometió a varias operaciones. Su salud se resentía y empezaban los dolores.

En el 2012 le diagnosticaron un cáncer de recto. A la confusión, a la incertidumbre que le tatúan aquellos a los que cuelgan el cartel del cáncer, se unió el dolor físico. «El pasaba o día a grito vivo aínda que tivese o máximo de morfina», ratifica Elisa. Probaron a tratarlo con bloqueos nerviosos. Pero fueron muchos meses pensando en el dolor las 24 horas del día. Perdió la movilidad en las piernas. Y la medicación...

«Me volví loco», reconoce Antonio. Soñaba cosas imposibles, se le iba la cabeza, no era él. Sufría. Siempre con Elisa a los pies de su cama. «Si no es por mi mujer, yo no soy nada», resume ahora. La solución final fue la analgesia epidural permanente, con capacidad de introducir medicación para el dolor.

Hospitalizado en casa

Se fue a su casa. Estaba mejor, ingresado en hospitalización a domicilio, con una médica que lo visita varias veces a la semana, y con el apoyo de una psicóloga de la Asociación Española contra el Cáncer, Begoña Amaro. Pero estaba enclaustrado. Comía en cama. No podía moverse. Sentarse era un sueño. Solo podía permanecer acostado. Hablaba con un hilo de voz, porque sus pulmones apenas se llenan de aire. Es verdad que estaba en su casa, rodeado de los suyos, pero ni siquiera podía usar la silla de ruedas que le habían comprado..

Pero no se quejaba, aseguran los suyos. Su mayor preocupación es la gente que sufre una enfermedad como la suya, pero sin nadie a su lado. Él se declara un afortunado.

Llegó un día en que expresó su frustración: «Yo solo quiero una cosa», dijo, «salir de cama y mirar por esa ventana». A Begoña se le iluminó la bombilla y recordó que en la AECC en Vigo tienen una silla especial que prestan para algunos casos.

Fue un cambio radical en su vida. Tal vez el mayor. Se produjo en el mes de junio. No le habían curado, ni mucho menos. Ni siquiera podía levantarse. Tampoco sentarse, tan solo estar reclinado. Los dolores seguían visitándolo a diario.

Pero Antonio ya no tenía que permanecer en la cama las 24 horas del día. Podía comer en la mesa con los suyos. Tenía la oportunidad de salir a su jardín, de ver la ría, de montarse en un taxi adaptado y visitar la nueva virgen de la playa de Cesantes. Recibir esa silla fue como salir de una cárcel.

Y ahí está ahora Antonio, con su cáncer y sus dolores diarios. Feliz, dice. «A mí no me falta de nada -dice-. Como ya sé lo que tengo, no me falta de nada. No voy a mejorar. Yo no voy a ser como vosotros. Sé que voy a estar así». Y remata: «Así que estoy animado».