Visita del benefactor

VIGO CIUDAD

05 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Tal día como ayer, hace 133 años, llegaba a Vigo el escritor Julio Verne, a bordo de su espectacular yate, el vapor Saint Michel III, prodigio de la navegación de recreo, muy propio de un visionario como él. La escala del autor, que viajaba desde Nantes para pasar el verano en el Mediterráneo, provocó una gran conmoción en la ciudad.

20.000 leguas de viaje submarino, publicada en 1869, era ya una obra célebre en todo el mundo. Y todos conocían que el capítulo VIII de su segunda parte se titulaba La bahía de Vigo. En este pasaje, el Nautilus se sumerge en el estrecho de Rande para rescatar los tesoros hundidos en la batalla de 1702. «En estos momentos nos encontramos en la misma bahía de Vigo y de usted depende descubrir los secretos que en ella se encierran», explica el capitán Nemo a su invitado forzoso, el profesor Aronnax.

Julio Verne se extiende varias páginas narrando la terrible batalla de Rande y dando pábulo a la leyenda de la plata de Indias. En la época en que escribe su novela, se hallaba en Vigo su compatriota Hipólito Magen, un acaudalado cazatesoros que había contratado al ingeniero Ernest Bazin para que probase en estas aguas el «observatorio submarino», invento de su creación que, además de sumergirse, iba equipado con un modernísimo foco eléctrico. Verne, sin embargo, no había estado jamás en Vigo. Pero estaba fascinado con las noticias de los avances de Magen, que aparecían en la prensa francesa. Es fácil pensar que la idea del propio Nautilus pudo surgir de las crónicas que leía sobre la campaña de rescate de los galeones en la ensenada de San Simón.

Así que, nueve años después de publicar su novela, en 1878, es recibido Verne en Vigo con honores de gran autoridad. El alcalde, Manuel Bárcena, acude a recibirlo al mismo puerto. Seguidamente, se celebra una «procesión cívica», en la que se pasea al escritor por la ciudad, acompañado por las autoridades locales y numeroso público. Al anochecer, se dirige Verne al paseo de la Alameda, para tomar un refrigerio. Y, finalmente, es invitado al baile de la sociedad recreativa La Tertulia, que era entonces lo más fino que había en Vigo. Las crónicas de la época aseguran que al escritor «le agradó mucho la posición geográfica de Vigo y su pintoresca campiña». Al día siguiente, el Saint Michel III fue despedido en el puerto, entre vítores que continuaron casi hasta que desapareció tras las Cíes. Han pasado 133 años de aquella visita y Vigo malamente ha sabido volver a honrar a la persona que más ha hecho por promocionar la ciudad. Una estatua en las Avenidas, que pasa inadvertida, es todo cuanto lo recordamos. Convendría reparar este error y ser justos con nuestro imaginativo benefactor.

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