Muy mal rollo en Ons

VIGO CIUDAD

Fue un paraíso «hippy», pero alguien parece interesado en que la isla se convierta en otras Cíes. La queja es la misma en tres generaciones muy distintas. Malas vibraciones

23 jul 2010 . Actualizado a las 02:49 h.

Rogelio tiene 84 años. María, su mujer, ronda los 80. Los dos nacieron aquí, cerca de la terraza a la que ahora se aproximan buscando el sol, y se ganaron a pulso el derecho a vivir y a crecer a base de nasas de pulpo. No mucho después hubo que marchar. A Bueu, como casi todos. Sus padres y sus abuelos descansan en el camposanto de Ons. Ellos, en cambio, han tenido que buscarse un nicho en «terra», como denominan los isleños al continente, ese póster plagado de calas, montes y urbanizaciones estúpidas que configura el paisaje. Ons es su isla. Este es su lugar. Lo ha sido desde que, quién sabe cuándo, algunos de los hombres y mujeres que habitaban las tierras más próximas cruzaron el mar y levantaron sus viviendas sobre las lomas que recortaban el horizonte de A Lanzada.

Cuesta creer que ni Rogelio ni María vayan a reposar, cuando llegue el momento, en el mismo cementerio que sus antepasados. No podrán hacerlo, aseguran, porque una normativa relacionada con el parque nacional al que su archipiélago pertenece establece que los enterramientos contradicen las buenas normas del respeto ambiental.

Tiene bemoles que una pequeña isla en la que asoman un centenar de casas disponga de dos iglesias pero de ningún cura en activo. A los chavales que extienden sus tiendas en el cámping este tema les trae sin cuidado. Pero a los vecinos que viven en Ons durante cuatro meses, ahora en verano, y al puñado de gentes que habitan el archipiélago todo el año, la cuestión no les parece ninguna tontería.

«Eu non sei o que está pasando aquí, pero semella que queren facer de Ons outras Cíes, e a illa non o vai aturar», razona una moza de veintitantos mientras sirve una caña en condiciones. Julene es vasca. Expone sus pulseras y su artesanía en esta isla desde hace catorce años. A ella y a muchos otros los quiere echar la oficialidad. «No entienden esta isla, no saben lo que es, no sienten nada», lamenta. Ella anda, atreviéndose a hablar de números, por los cuarenta. Cuando la misma opinión atraviesa tres generaciones tan distintas es que algo malo sucede.

En Illas Atlánticas no hay papeleras ni contenedores. Lo advierten en los catamaranes que parten desde Vigo, Baiona, Bueu, Sanxenxo y Portonovo. Pero, a diferencia de otras islas de este parque, como Sálvora y Cortegada, nadie parece haber reparado en el pequeño detalle de que Ons está habitada. Aquí vive gente, no solo gaviotas, lagartijas, conejos o cien especies endémicas de hongos y líquenes. Algunos heredan casas de piedra, con su hórreo, desde hace generaciones. Otros han hecho de sus rincones recovecos de alma y pensamiento. ¿Quién se atreve a sentenciar lo que se puede y lo que no se puede hacer? ¿Dónde está escrito que la ley no tiene por qué ajustarse a la realidad que debe ordenar, sino crear desiertos en los que todo es igual y nada distinto? En Ons no hay papeleras, pero cualquiera puede arrojar una bolsa de basura entre los toxos y pasar de todo. No se ve, no molesta. Esto no es Cíes. Jamás lo será. ¿Es que les sobra la gente? «Un sitio agradable para estar», admite la chavalada desde una tienda. Que no deje de serlo.