Y no extraña que así fuera, viendo el estado de unos estantes de patas dobladas y anclajes sueltos en los que las baldas bailan conforme varía el peso que cargan. Y varía a menudo. Cada día salen del archivo 5.000 historias, todas ellas precisas para pasar consulta, operar o dar tratamiento. «Los médicos las piden con tres días de antelación. Nosotros desde las ocho hasta las tres las buscamos, las ordenamos y las metemos en furgones de reparto. Por la tarde, los cinco compañeros de turno colocan las que llegan de vuelta».
Para aclararse, la clave está en el orden. «Estará todo hecho polvo, pero aquí no se pierde un papel», presume un archivero, que explica que cada expediente está identificado con siete dígitos: los tres últimos corresponden al hospital, y los cuatro primeros a cada paciente. «Están colocados por riguroso orden», apunta otro empleado, que dedica cada mañana a trasladar en carrito miles de expedientes «que pesan un huevo» y a subirlos con ayuda de un taburete al estante que corresponde. «La escalera es una lata», se justifica. Y al fin y al cabo, el taburete no va a reducir la precisión de un archivo asentado sobre estanterías propias de un todo a cien.