CIVILIZACIONES | Los castros simbolizan un pasado repleto de culturas nobles

La Voz

VIGO CIUDAD

04 sep 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

Abundan las aldeas castreñas en Vigo. Besada por el mar y acariciada por fina arena está la de O Bao, frente a la isla de Toralla. Está también la del Monte del Castro, reducida ésta en superficie y número de castros, pero seguro que amplia todavía bajo las tierras de la ladera donde se aposenta. Según algunos expertos allí pudo tener asiento la segunda villa viguesa huyendo de las embestidas de las olas marinas. En los tiempos últimos de la antigua era y en los primeros siglos de la nueva hubo sin duda extendida presencia de viviendas en la zona comprendida en el entorno de la calle de Rosalía, como prueba el sinnúmero de restos que han venido apareciendo en los últimos tiempos en esa área urbana. Algunos de los que allí tenemos en la actualidad asiento residencial sentimos un especial respeto cada vez que afloraba algunos de tales vestigios. El Tegra, la joya Lógicamente la prima dona de los castros corresponde sin duda a la gran citania del Tegra guardés, resguardada de vientos marinos y aupada a mitad de la escalada hacia la cumbre tan hermosamente sugestiva y dominadora de océano y río. A esta visita le seguiría en méritos de interés la ponteareana Troña, más exigua que la anterior, pero igualmente impregnada de emotivos mensajes. De paso, y mientras la mirada se vierte sobre el valle del Tea y el pulmón se baña en aire puro, puede uno rememorar la leyenda de aquella serpiente que, para su hartura, había de ingerir cada día un animal doméstico de los vecinos de Pías y que sólo pudo ser muerta por una inédita comida consistente en un larguísimo ovillo de lana tejido por las lugareñas. Y ya que estamos allí, podíamos rendir visita a la peña que, en proximidad del río en la misma Pías, dicen que esconde un espléndido tesoro, pero también una mortal trampa, consistente en un depósito de alquitrán que puede explotar.