«La gente lloró cuando dije que me iba»

Carlos Ponce TUI / LA VOZ

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M.MORALEJO

Gonzalo Otero abandona la parroquia tudense de Randufe entre lágrimas de los vecinos por su partida, que se han movilizado para intentar que no se vaya

14 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Gonzalo Otero fue ordenado sacerdote hace tres años y destinado como formador al seminario de Tui y como párroco a la parroquia de Randufe, la iglesia estaba en un deplorable estado, casi en ruinas, y los vecinos apenas acudían a misa. Tres años después, el templo está completamente renovado y los fieles lo llenan a diario. Por ello, cuando el joven sacerdote anunció que se iba con destino a Ponteareas, las lágrimas asomaron por las mejillas de los feligreses, que empezaron una movilización para solicitar al Obispado que el joven sacerdote de 28 años, nacido en Arcade, no se fuese. Crearon una página en Facebook, colocaron pancartas, recogieron firmas...

«Desde el principio lo he dejado bastante claro. He terminado mi etapa como formador en el seminario de Tui y con ello me voy de la parroquia. El día que lo dije la gente lloraba y fue emocionante. Pero en ningún momento di la posibilidad de que podría quedarme. Eso tiene que quedar claro», asegura el sacerdote.

Asegura que la movilización social se hizo sin su consentimiento y que incluso intentó detenerla, pero que los feligreses continuaron, llegando a ir al Obispado a solicitar que Gonzalo Otero no se fuese. «Su marcha supondría un gran golpe a la comunidad parroquial, así como la pérdida del sentimiento de familia unida a la Iglesia», recoge el escrito entregado por los vecinos en la diócesis Tui-Vigo

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«Todo esto me hizo sentir halagado y me invita a marcharme con la cabeza alta. Pero hay que entender que ahora también voy a un lugar muy necesitado, pues llevan sin párroco desde el Domingo de Ramos. Y también están esperando un pastor, lo necesitan», valora Otero.

El sacerdote considera que su forma de ser ha sido clave a la hora de congeniar tanto con sus feligreses. «Soy un sacerdote feliz, y eso se nota en el trato con la gente. Esa naturalidad y espontaneidad, unidas al hecho de ser joven, se palpa».

El hecho de que antes de su llegada la iglesia de Randufe estaba prácticamente vacía durante las misas cree que se debe a que parecía que los vecinos «tenían terror a ir a la sacristía a hablar con el cura. Ahora he conseguido que la gente se sienta bien en su parroquia».

Su vida en Randufe no se redujo a la iglesia. Al finalizar la misa, suele acudir al bar Pancho, donde se reúnen una gran parte de los vecinos. «Hago vida social desde el principio. Aquí se pasó de ser indiferentes al párroco, a algo completamente distinto. Los he integrado y he intentado unirlos. La comunidad de montes, por ejemplo, que no es muy de ir a la iglesia, cuando hacen una comida vienen siempre a invitarme», reconoce.

El sábado será su última misa. Se lleva muchos amigos y asegura haber entrado en casas «a las que seguramente ningún otro sacerdote había entrado antes».

Y hace un llamamiento a los feligreses: «Que reciban bien al nuevo párroco. Va a continuar con lo que yo he hecho».