Una vecina de Tomiño describe su transformación de hombre a mujer
21 jun 2023 . Actualizado a las 01:20 h.Una de las principales características de Fabiola Blanco Rodríguez es su arrolladora personalidad. Se la ha forjado, eso sí, a base de muchos golpes y de tener que demostrar mucho más que otras personas, porque la vida nunca se lo puso fácil. Esta vecina de Tomiño que nació hace 56 años como Ramón sintió desde los siete «que no era un niño como los demás», a los doce supo que le gustaban los hombres y con veintisiete salió del armario.
Tras completar su transformación como mujer y con una nueva vida por delante que brilla en sus ojos, Fabiola habla abiertamente de la felicidad con la que encara esta etapa. También, sin tapujos, de la crueldad y el miedo con los que tuvo que enfrentar una adolescencia «horrorosa» que le llevó a enfermar y a esconderse «por miedo». Su testimonio es realmente una inspiración para cuantos buscan su identidad o los que se sienten atrapados en una que no le corresponda, porque aunque ahora es capaz de comerse el mundo hubo un tiempo en el que casi pierde la batalla.
Fabiola tuvo siempre muy claro quién era. Desde hace casi tres décadas vive abiertamente su homosexualidad, pero no fue hasta hace algo más de un año cuando decidió iniciar su transformación física, por lo que su testimonio es aún más revelador. Acudió al médico en medio de una profunda depresión y se topó con una doctora de las que tratan cuerpo y alma, «que me hizo ver que yo no estaba viviendo mi vida plenamente».
«Me cogió de la mano y me dijo: ¿Sabes que te puedes cambiar de sexo?», recuerda. Ese fue el momento en el que comprendió que también necesitaba una transformación física. «Doctora, ¿usted cree que con 55 años es momento de cambiarme de sexo?», le pregunté, y ella me contestó: «Nunca es tarde para ser feliz».
La prescripción médica fue mano de santo. Fabiola comenzó a hormonarse a los tres días y, tras someterse a varias intervenciones quirúrgicas, comienza a ver los resultados de meses de trabajo, estancias de hospital y sesiones de logopeda. «Por fin habrá operación bikini para mi este año», bromea con la seguridad de siempre, pero la plenitud que solo ahora ha podido conquistar. La caída de los trajes y vestidos del día a día, evidencian que ha conseguido el cuerpo que aspiraba, pero llama especialmente la atención su voz. «La primera fue una operación de feminización de la voz. Estuve más de un mes sin poder hablar, pero cuando por fin dije mis primeras palabras y me noté también el tono de mi madre, me eché a llorar de la emoción», reconoce esta valiente mujer que ayer ofreció su testimonio en la reunión que organizó en Tui la dueña de Flores Rita para hablar sobre la diversidad.
Desde febrero tiene además DNI acorde a su identidad sexual, con el nombre compuesto que ella misma eligió_ Fabiola como guiño a la reina de Bélgica y Blanco por su faceta empresarial. Continúa con la rehabilitación y aún tardará meses en ajustarse la que será su voz definitiva, explica. Pretende, con su experiencia, facilitar la de otros porque la falta de comprensión y aceptación genera aún obstáculos adicionales para aquellos que buscan vivir su identidad de género libremente.
Fabiola, que comenzó a trabajar ya en la tienda familiar que sus padres tenían en Currás, aprobó la oposición de Correos con 36 años, como antes habían hecho su abuelo y su madre y lleva veinte años como directora de la oficina de O Rosal. «El sexilio existe. La inmensa mayoría de gais que conozco siguen teniendo que irse de sus pueblos del rural para poder vivir su vida» advierte Fabiola.
Ella afrontó «con terror» tanto el vacío y la soledad de una adolescencia incomprendida como una juventud que tuvo que construir fuera del pueblo. «Con 13 años tenía miedo de salir a la calle. Sentía terror porque se reían de mí por ser muy femenino, aunque yo nunca fui una persona con pluma, pero sí muy coqueta», dice. Pasó la «horrorosa» adolescencia «muy triste, llorando y sin contárselo a nadie». Fue entonces cuando cogió una hepatitis. «Me aferraba a la enfermedad como un escudo para no salir de casa. Era despreciado por mis vecinos, iba con los niños, pero no me querían con ellos», recuerda. La primera vez que se atrevió a contarlo tenía 21 años y fue al párroco de Currás. «El sacerdote me aconsejó que hablara con mi madre y, cuando lo hice, ella me contestó que ya lo sabía, y con un psicólogo, que me dijo que no era nada raro y me puso de ejemplo a Moncho Borrajo», recuerda. Llegó a echarse novia «solo para aparentar» y, aunque hoy en día siguen siendo grandes amigos, él no podía corresponder aquel amor. En enero del 1985, su madre le regaló un coche: «Fue mi libertad». «Ahí empecé a tener amigos y a conocer gente para salir en Tui y en Vigo», explica. Después llegó su primer viaje, fuera y solo, a Mallorca, donde vivió su primera relación seria. Desde entonces siguió luchando por su libertad desde su diversidad, llegando a licenciarse también en Derecho. O Rosal es su segunda casa: «Aquí siempre me sentí querido y respetado».