El artista ya ha cumplido 35 años sobre los escenarios de la París de Noia, la histórica formación gallega
15 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Dicen que todos nacemos bajo el signo de una estrella. Pero podría decirse que cuando José Antonio Blas Piñón (Redondela, 1959) vino al mundo, los primeros rayos de luz que lo recibieron provenían más de una clave de sol que del propio astro rey, inundándolo como el haz de un foco lo hace para presentar a un artista sobre el escenario, con el preludio de las primeras notas.
A aquel niño sus tías lo subían encima de la mesa y le ponían cualquier objeto para que cantase con un improvisado micrófono en las reuniones familiares. Años más tarde, podría vérsele con gesto ensoñador observando a los instrumentistas de las verbenas. Creció convirtiéndose en una pieza indispensable de todos los movimientos culturales de su localidad pontevedresa, desde la Festa dos Maios a cada festival.
En la actualidad, la distancia existente entre las tablas del escenario y el suelo es sobradamente mayor que la de aquel mueble hogareño. Su voz lleva 35 años al servicio de la histórica orquesta gallega París de Noia, iluminando cada noche a esa marea de sonrisas que configuran los millares de asistentes a cada espectáculo. Esta es la historia del hombre tras las bambalinas.
Primer pase
Con 14 años, José Antonio Blas ya tenía una guitarra en la mano. Por aquel entonces, el país vivía la década de los setenta en plena ebullición de la música en directo, en los cada vez más numerosos pubs. Así se pasó su adolescencia, recorriendo los locales con su grupo de colegas, Nuntios (del latín, mensajeros). Incluso llegaron a competir en el popular concurso de la televisión nacional Gente joven, en la categoría de agrupación folk.
Llegó el año 1979 e inevitablemente, el servicio militar obligatorio. Blas ya había contactado para cubrir a una persona en Vigo, pero todavía faltaba un mes y medio para que esta finalizase. Durante ese tiempo lo enviaron a Ferrol y su destino fue la banda de música: «Aprendí a tocar la gaita y ese fue mi error, nunca dejaron que me marchase». Pero esa fue también la razón de que conociese a su amigo Miguel García, hijo de uno de los fundadores de la París de Noia, cuyo nacimiento data del 1957.
El 13 de octubre de 1981, con la mili terminada, pisó por primera vez la villa noiesa, tras aceptar una propuesta de aquella nueva amistad: «Éramos jóvenes, éramos músicos. Miguel tenía una orquesta y amábamos la música, quisimos revolucionar este mundillo». De repente, el público habitual de la París de Noia hasta entonces vio cómo entre los pasodobles, unos «melenudos muy ordenados» comenzaban a implantar temas más modernos en el repertorio. Pero los jóvenes seguían viendo la verbena como algo anclado en el pasado. Estaban a caballo entre dos mundos.
«El primer concierto fue como un sueño realizado», desde su estreno en O Ézaro ese pensamiento se quedó gravado a fuego. Motivados por la estética de las grandes atracciones de feria y los conciertos de internacionales como Prince o The Police, abandonaron los escenarios de cemento de las plazas -llegaron a tocar sobre chapas colocadas encima de un remolque de tractor- para ser la primera orquesta gallega en poseer un escenario móvil del sistema actual de iluminación.
No fueron las únicas novedades introducidas paulatinamente, la escena estaba cambiando y la preparación del directo conllevaba la de coreografías que aportaron «ese toque de modernidad con un punto de locura». De esta forma, la París de Noia recibió un derroche de juventud a través de todos los integrantes que pasaron por sus filas, para Blas, «la verdadera razón de que hayamos llegado donde estamos está en cada granito de arena aportado».
Con más de 200 galas por año, la orquesta se convirtió en un referente en toda Galicia, donde se sienten orgullosos de dar el 90% de sus actuaciones. A pesar de que los meses que más toca se circunscriben al verano, el invierno supone un trabajo constante para renovar el contenido de cada temporada: eligiendo nuevos temas, organizándolos con el arreglista y personalizándolos durante meses hasta el ensayo final.
«Si no tienes vocación para esto estás abocado al fracaso», mas él no se arrepintió jamás de vivir de su afición. Quizás la diferencia esté en que cuando nace una estrella, esta elige su propio signo.