En el Ifema lo encargó su propietario, pero la monumental figura, de unos dos metros de envergadura, fue hecha por encargo y traída desde la India, recuerda este matrimonio cuya carrera profesional, al igual que la su hijo ahora, ha tenido mucho que ver con la decoración y aseguran compartir también su inclinación por los decorados y la ambientación oriental. De hecho, dos guerreros de Terracota de un metro de altura flanquean la puerta principal de una residencia que compraron ya terminada por fuera pero que la familia ha hecho suya acabándola a su gusto, incorporando terrenos y transformándola en su hogar, poco a poco. Al matrimonio les pilló el confinamiento ya aquí tras decadas en la capital de España. «Casi no nos hemos enterado», apunta Molina. También se atreve con la comparación. «Tras 45 años trabajando en Madrid, con negocios, autónomos, esto no tiene precio. Es la noche y el día, aquello agota y aquí hay una paz inigualable», sostiene el patriarca de la familia.
El objetivo de fijar su residencia en Galicia viene de lejos. El matrimonio es la avanzadilla ya que, explican, su hijo espera asentarse también en Oia con su pareja en unos años. Por eso ya se ha adelantado su Buda. «Vino en una grúa y fueron necesarias seis personas para poder moverlo y colocarlo en el lugar», recuerda Francisco Molina. La pieza está hecha en fibra de vidrio y lo que sí tuvo es que adaptarse al medio. El salitre afectaba a la pintura hasta que dieron con la idónea, permitiendo mantener el brillante dorado pese a la proximidad al mar.