«No le digan a nadie que este es el lugar más feliz del mundo»

Carlos Punzón
Carlos Punzón OIA / LA VOZ

OIA

Óscar Vázquez

El Concello de Oia crea la Concejalía de la Felicidad para dar a sus vecinos momentos de satisfacciones emocionales

10 jul 2019 . Actualizado a las 22:08 h.

«La felicidad permanente no existe. Se alcanza en algunos momentos, con vivencias concretas y hay que aprovecharlas. Y eso es lo que queremos hacer con la Concejalía de la Felicidad: tratar de ofrecer a los vecinos más experiencias que les permitan ser felices», razona Cristina Correa, alcaldesa de Oia (PP) y pionera en España en crear un departamento municipal ideado exclusivamente para dar satisfacciones emocionales a la población. Pensó en llamarla solo Concejalía de Felicidad, sin más apellidos, pero a la regidora le dio vértigo que se considerara una iniciativa demasiado transgresora. Por eso le añadió las coletillas de Veciñanza, Cultura e Servizos Sociais, para revestir de normalidad su proyecto, pero la declaración de intenciones sigue siendo la misma: ofrecer momentos de felicidad a sus convecinos.

¿Y cómo se consiguen? Correa, junto a la concejala de Felicidad, Carmen Estévez, quieren contar con las ideas que los vecinos les hagan llegar a un buzón de sugerencias y con las propuestas de un grupo de sabios creado al efecto. Y de ambas fuentes ya han empezado a surgir ideas. Un mujer encamada les ha pedido que se visite a gente enferma que no puede salir de casa, y ya puestos, que les lean un libro por etapas. «Ya ves, una cosa tan sencilla pero que puede significar tanto para una persona que estará esperando esa cita con ilusión», recrea ya la alcaldesa.

Propiciar visitas entre mayores de las parroquias de los 83 kilómetros cuadrados de Oia que hace tiempo que no coinciden; generar actividades para las distintas edades o apoyo a los adolescentes con problemas en los estudios para que cambien de actitud ante las materias que se le atragantan ya forman parte del programa de la nueva concejalía.

«Claro que se vive bien, no como antes que todo era miseria»

Al pie del Concello y mientras la alcaldesa habla, decenas de peregrinos transitan con la boca abierta viendo el espectáculo del Atlántico bañando uno de los tramos más impresionantes del Camino portugués por la costa. «No le digan a nadie que este es el lugar más feliz del mundo», espeta Naro, un vigués que se fue a vivir a Oia para ser más feliz y que teme que después de encontrar esa paz interior se vaya a perder con la llegada masiva de turistas. Señala las puertas de las casas con las llaves puestas. «Aún podemos ser confiados, a ver por cuánto tiempo», dice mientras saluda a Matilde Álvarez, una mujer de 92 años que pasa la mañana entre paseos desde su casa a la plaza Centinela. «Ahora sí, yo creo que soy feliz», dice la mujer advirtiendo que los dolores van por dentro. «Claro que se vive bien, no como antes que todo era miseria. Los presos (del campo de concentración del Monasterio de Oia donde llegaron a coincidir 4.000) nos daban dinero para que les comprásemos comida, pero no había ni qué comprar», le viene a la mente para ratificarse: «Ahora soy feliz».

«Volamos desde el norte de Francia a Oporto para desplazarnos aquí a conocer Oia»

El Concello de Oia cuenta con un presupuesto anual de 1,5 millones de euros, nueve trabajadores en su plantilla y 83 kilómetros cuadrados que gestionar por los que se reparten, salpican mejor dicho, 3.018 vecinos en los 74 lugares del municipio. «La falta de fondos lo paliaremos con mucha gente dispuesta a participar en las actividades de la Concejalía de la Felicidad», mantiene la alcaldesa, en el cargo desde una moción de censura en el 2015 y con mayoría absoluta en este nuevo mandato. «No hay límite económico para la concejalía, dentro de lo que tenemos», avanza la regidora en pleno proceso de confección de presupuestos en uno de los concellos con menos presión fiscal de la comunidad.

Tres veces más peregrinos

«Nos parece bien lo de la concejalía, todo lo que se hace en positivo es bueno para el pueblo», valoran desde Casa Puertas, uno de los establecimientos preparados para atender el creciente turismo que pasa por Oia, por su costa, por el monasterio, por las pozas de Mougás o la sierra da Groba. «Venimos desde el norte de Francia. Volamos a Oporto y de allí directamente vinimos a dormir a Baiona para conocer hoy Oia y estas vistas. Mañana volvemos a Portugal», cuentan dos parejas que pasan en sus bicicletas contemplando la pantalla panorámica en la que se convierte el mar en la localidad del sur de Pontevedra. «El número de peregrinos se ha triplicado en un año», constata Ana, desde la oficina de Turismo. Ella, del pueblo vecino, compara: «La gente de Oia es muy agradable, sobre todo la mayor, siempre dispuesta a ayudar». «Esa es la cara de la felicidad», tercia Naro en una nueva incursión ante la prensa abrazando a Matilde Álvarez, sonrisa siempre en la cara, aunque con el dolor por dentro.