Furgoneta: garaje y hogar

Lorena García Calvo
lorena garcía calvo VIGO / LA VOZ

O ROSAL

cedida

El rosaleiro cruzó España varios años en furgoneta para poder competir en el nacional

22 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Se vende furgoneta camperizada con literas, mesa, estanterías y 295.000 kilómetros en la que se ha forjado un campeón. Ese podría ser el anuncio con el que Gabriel Marcelli (O Rosal, 2000) pone a la venta el vehículo que durante tres años le ayudó a convertirse en lo que hoy es: subcampeón del mundo de Trial 2 y una de las grandes promesas de la disciplina. Una furgo que esconde los sacrificios que exigen forjar a un deportista de élite, porque en ese vehículo el campeón de España y su padre José María, al volante, recorrieron España de punta a punta construyendo un sueño.

Marcelli comenzó en el mundo del trial siendo un crío. La pasión le venía de familia y su padre siempre le apoyó. Cuando comenzó a competir en el circuito nacional los medios eran limitados. «Empezamos viajando en un coche con un remolque y durmiendo con los asientos tirados para atrás. Después compramos una furgoneta pequeña y llevábamos un colchón, sacábamos las motos fuera y dormíamos en él. Y luego compramos la furgoneta grande», la que ahora tiene a la venta y a la que en solo tres temporadas metieron decenas de miles kilómetros.

Aquello supuso un paso de gigante. «Mis padres la compraron hace cuatro años para poder viajar y dormir con ella en las carreras del nacional. La conducía mi padre, íbamos de un lado a otro de España con tutes increíbles, casi sin hacer paradas, lo mínimo para comer algo e ir al baño». Era como un pequeño hogar-taller de fin de semana. «En ella iban las motos, gasolina, herramientas, repuestos, comida para dos o tres días a la que luego le añadíamos algo que comprábamos allí donde competíamos, manteles y hasta un bidón con agua y papel para refrescarnos tras las carreras».

Todo estaba milimetrado, como la agenda del fin de semana cada vez que Gabriel tenía competición en la otra punta de España. Si por ejemplo le tocaba competir en Córdoba o Cataluña, el piloto y José María se subían a la furgo por la mañana en O Rosal y emprendían viaje. «Mi padre era el que conducía -un año lo hizo su mochilero Casimiro-, yo iba leyendo los libros del instituto, estudiando, haciendo deberes o jugando con el móvil. Al llegar, tras una paliza de diez o doce horas, lo instalabas todo y te preparabas porque al día siguiente tenías que levantarte para las verificaciones. Lo bueno era que como llegabas tan cansado, dormías como un tronco», describe el motociclista.

Cuando llegaba el día, Gabriel se subía al a moto, hacía malabares con ella y generalmente subía al podio. A lo más alto. «Y luego, a recoger todo y emprender camino de vuelta. ¡Menos mal que casi siempre nos iba bien, porque estar doce horas comiéndote el coco por cómo podrías haber hecho una zona...!», recuerda entre risas. Era raro el domingo de carrera que llegaban a O Rosal antes de las tres o las cuatro de la madrugada, y un par de horas más tarde a José María, panadero de profesión, le sonaba el despertador. «Imagina, llegando a esas horas, se levantaba a las cinco o a las seis. Era un sacrificio increíble», describe el joven piloto, que tampoco podía descansar lo suyo porque el lunes tenía clase e intentaba perderse el mínimo de clases. Porque aunque las motos son su vida, Gabriel nunca ha abandonado el pupitre.

Ahora, hoteles y avión

Durante varios años, cada vez que el calendario marcaba campeonato de España, ese era el día a día de la familia Marcelli. Hasta que los resultados de Gabriel hablaron por sí mismos y se ganó a pulso subir un peldaño. Desde hace un año vive en Cataluña, a donde se ha mudado su madre, para trabajar codo con codo con los mejores. «Ahora generalmente viajo en avión y duermo en hoteles, salvo si es alguna prueba cercana del Mundial, en la que vamos en el motorhoume del equipo de la Federación», cuenta. «Ha sido todo un progreso, es más sencillo y cómodo aunque a mí no me importaba hacer los viajes en la furgo. Los llevaba bien a pesar de que al día siguiente tenías que competir y estabas un poco cansado».

Gabriel no se considera un caso excepcional, «cada uno se busca la vida como puede», describe. A él el trabajo le ha dado sus frutos y en los últimos tiempos la furgoneta solo la ha usado para acudir al campeonato catalán, en el que también compite. Hace apenas unos días que se sacó el carné de conducir y ya le ha dado algún paseo. Reconoce, incluso, que la echará de menos. Ha sido parte de su vida.

Al principio viajaban en un coche con remolque y dormían en los asientos estirados