
Quédense con este nombre: Levantina. Estos días, su división de O Porriño está siendo noticia. Primero porque sus dueños anunciaron que la querían vender, lo que conllevaba el despido de prácticamente todos sus empleados; después se volvieron más comedidos (algo previsible teniendo en cuenta los activos gallegos de la compañía) y anunciaron que había aparecido un potencial comprador. Concretamente se habla del grupo Marcelino, uno de los más importantes referentes gallegos de piedra natural.
La división gallega de Levantina es un claro ejemplo de lo que es «el manoseo empresarial», ese pasar de mano en mano que marea. La historia de esta compañía comienza en la década de los ochenta cuando un grupo de empresarios la puso en marcha. En el 2006 se le dio el primer pase a Novelda Levantina —en ese momento, el centro de toma de decisiones dejaba de estar en Galicia—, en manos de las firmas de capital riesgo Impala y Charterhouse. De ahí se la colocaron a BNP Paribas, y en el 2018 la adquirió Bybrook, un fondo de inversión británico experto en comprar empresas en dificultades y darles «pista». En el 2021 este fondo se fusionó con Cairn Capital y nació Polus Capital Management, con sede en Londres y Nueva York.
Ahora se espera otro cambio de manos, pero esta vez de la división gallega. ¿Por qué? Según indican fuentes del mercado, se quiere hacer caja para «destinarla a los activos que la compañía tiene en Alicante y Castellón». Con el dinero que consiga en Galicia se intentará que otros proyectos salgan adelante «sin arriesgar nada». Es probable que por una parte se venda el área de producción, y por otra la que está vinculada a los inmuebles, por lo que es previsible que en las próximas semanas aparezca una oferta de un experto en comercializar y liquidar este tipo de productos.
¿Por qué vive esta empresa gallega esta situación? ¿Por qué Galicia no ha sabido construir un gran sector industrial? Apuntan tres variables: falta de financiación, problemas estructurales que se replican en toda Europa y falta de un plan —considerarla empresa estratégica— por parte de las autoridades competentes.
¿Qué significa una empresa estratégica? En la mayoría de los casos tiene que ver con facilitar ayudas para alcanzar competitividad. Ocurrió con el Grupo de Empresas Álvarez, ya extinto, pero que llegó a ser un de los más grandes de Galicia y que a principios de los noventa recibió 24 millones de euros del INI.
El economista Javier Santa Cruz explica que desde la pandemia, la protección de los Gobiernos europeos a lo que consideran «sectores estratégicos» ha ido en aumento porque todos ellos han comprendido la necesidad de «cuidar» aquellas actividades sin las cuales no se puede transcurrir con normalidad en el día a día: telecos, energía, agricultura, banca, seguros, medios de comunicación, sanidad, infraestructuras, transporte... Esta toma de conciencia común, sin embargo, se ha traducido en medidas muy diferentes en función del país y del signo político de quien gobierna. La forma más simplista de «apoyar» a los sectores estratégicos es tomar una participación accionarial en el capital de las grandes compañías. Un carro al que se ha apuntado tarde y mal el Gobierno español (el caso Indra o Telefónica), pero que llevan practicando los gobiernos francés, alemán o italiano toda la vida. También es factible rescatar vía préstamos o líneas financieras blandas o subvenciones a las empresas en sectores estratégicos con problemas. Esto se ha convertido en la mayor parte de los casos en una «ayuda de Estado» encubierta que supone una ruptura de las reglas de la competencia en Europa, ya que los países que tengan más dinero serán los que ayudarán más y mejor a sus sectores estratégicos, quedando en desventaja competitiva el resto.
Nos gusten o no, estas son las reglas de un juego que en el caso de Levantina tiene a 95 trabajadores que no saben qué va a pasar. ¿Alguien piensa en ellos? Si apuesto, es por el no.