«Antes nadie tenía coche y había colas en la tienda»

alejandro martínez NIGRÁN / LA VOZ

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Alejandro Martínez

Cierra por jubilación una de las últimas tiendas de ultramarinos que quedan en Nigrán después de 85 años

31 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Las tiendas de ultramarinos son negocios en extinción y cada vez que uno cierra es un reducto de la historia local que desaparece. Cada vez quedan menos de esos establecimientos de proximidad, que estaban normalmente cerca de casa y donde se podía encontrar de todo.

Una de las próximas en echar el cierre será la de El Negrito, que lleva abierto en la parroquia de Priegue, en Nigrán, desde 1933. El nombre le viene del padre del fundador, un hombre que emigró a Brasil y cuando volvió lo hizo muy moreno y por eso sus vecinos lo bautizaron con ese apodo.

Desde hace 40 años, Isabel Estévez Molares, se levanta todos los días a la seis de la mañana para coger su furgoneta y dirigirse al puerto del Berbés para comprar el pescado fresco. Así ya lo puede ofrecer a sus clientes cuando abre la tienda a las nueve de la mañana, junto con una selección de todos los artículos que se pueden necesitar en la cesta de la compra. Pronto dejará de hacerlo porque está a punto de jubilarse. Sus hijos le echan una mano siempre que pueden, pero tienen otros empleos y no están dispuestos a seguir adelante con un negocio que deja muy pocas ganancias.

Su marido, Manuel Rodríguez, que también le ayuda, afirma que también cierran porque el carril bici que pasará por delante de la tienda acabará de darles la puntilla. La senda obligará a suprimir las pocas plazas de aparcamiento que quedaban delante del local, ubicado en la avenida de Pablo Iglesias. «Nos chafan el aparcamiento y nosotros vivimos mucho de la gente que pasa por aquí y para a comprar», dice.

Pero lo cierto es que este tipo de establecimientos viven horas bajas por culpa de la competencia de las grandes superficies comerciales y el cambio de hábitos de los ciudadanos. Antiguamente tener un vehículo era un lujo al alcance de muy pocos. Por eso Manuel Rodríguez Domínguez, tuvo la visión de abrir un comercio para que sus vecinos no tuvieran que desplazarse muy lejos para poder adquirir todo lo que necesitasen.

Primero la puso más arriba, pero cuando se abrió la carretera PO-552 la cambió de sitio porque el tránsito era mayor. El establecimiento prosperó porque todavía faltaba mucho para que los hipermercados o Amazon le hicieran la competencia.

Servicial

Años después a El Negrito lo conocían también como El Corte Inglés de Priegue, porque vendía de todo. Además, Don Manuel era un hombre muy servicial y si alguien necesitaba alguna herramienta que no disponía en su local, cogía su Vespa, iba a Vigo y por la tarde ya la tenía. Así se ganó el cariño y la confianza de mucha gente. «Antes había colas en la tienda para comprar», recuerda Isabel. Ella tomó las riendas del negocio después de que se retiraran sus suegros. «Esa tienda mucha hambre sacó», valora también uno de los clientes habituales.

Con el paso de los años la sociedad fue prosperando. Tener un coche dejó de ser algo inalcanzable y la apertura de hipermercados en Vigo hizo que mucha clientela comenzara a pasar de largo. La tienda dejó entonces de prestar un servicio insustituible en la parroquia.

«A nosotros lo que nos perjudicó enormemente fueron los coches. Aquí era una aldea y la gente solo tenía el tranvía para desplazarse. En aquellos momentos solo pasaba uno por la mañana y otro por la tarde.

«Nuestro margen de beneficios es muy estrecho porque si no, no vendes un churro»

Manuel Rodríguez, hijo del fundador de la tienda, se queja de que hoy en día hay muchos gastos como para seguir apostando por este tipo de negocios. Los impuestos son difíciles de afrontar para unas tiendas que ya no son lo que eran porque han perdido a su clientela a pasos agigantados durante las últimas décadas. Y tampoco se puede hacer repercutir al cliente estos gastos en el precio final de los productos porque las grandes superficies comerciales son muy competitivas.

«Nuestro margen de beneficios es muy estrecho, porque si no, no vendes un churro», afirma Isabel. Así, hay que trabajar mucho para poder subsistir y estar al día en el pago de impuestos y a proveedores. Pero todo tiene un límite. «No vamos a vivir siempre y los fillos no quieren estar aquí, como estoy yo, doce horas», añade Isabel.

Clientela fiel

A pesar de ello, El Negrito, todavía conserva mucha de su clientela de siempre. Pocos establecimientos pueden presumir de tener una relación con sus clientes que se prolongue ya durante 40 o 50 años. A esas alturas uno ya no cambia a su tendera de siempre por un cajero o cajera de supermercado. E Isabel es muy querida entre los vecinos de su localidad. «Como ella no hay ahora, vale un montón, de carácter y todo y lo digo no porque ella esté delante», señala una clienta, ya octogenaria, que llega para comprar el pescado. Durante los pocos meses que le quedan al frente del negocio, continuará disfrutando del trato diario con sus clientes e intentado adecuar la oferta de la tienda de alimentación a sus principales necesidades.