La víctima del asesinato de Mondariz llevaba 17 años residiendo en el mismo hostal

J.R. MONDARIZ

MONDARIZ

El detenido, a la derecha, con mascarilla, adquiriendo un cuchillo en un supermercado; el objeto lo tiene una dependienta, a la izquierda
El detenido, a la derecha, con mascarilla, adquiriendo un cuchillo en un supermercado; el objeto lo tiene una dependienta, a la izquierda

El detenido como presunto autor del crimen era el vecino del cuarto de al lado, y tenían discusiones. Una cámara recogió cómo había comprado un cuchillo

30 ene 2021 . Actualizado a las 00:53 h.

José Luis Faro Fernández, de 44 años de edad, murió acuchillado y desangrado en el hostal O Refuxio, en Mondariz, su lugar de residencia los últimos 17 años. Ocupaba una estancia en el edificio anexo, en la parte trasera del inmueble principal. No había noticias suyas desde el martes, pero no parecía algo anormal tratándose de un jornalero contratado habitualmente para labores agrarias. Pero los días pasaban y Faro no aparecía.

El viernes, el propio alcalde de Mondariz, Xosé Emilio Barros, que conoce a la familia y al fallecido, alertó a la Guardia Civil de Ponteareas. Los primeros agentes en llegar al hostal, sobre las 20.30 horas de ese viernes, se toparon de frente con gran cantidad de manchas de sangre sobre la pared que daba a su cuarto. También había restos sobre la puerta de madera clara de su habitación. Idéntico escenario en la puerta anexa, también de madera clara e igualmente cubierta de rojo intenso.

Lugar en el que apareció acuchillado el hombre, en un solar cercano al hostal
Lugar en el que apareció acuchillado el hombre, en un solar cercano al hostal Oscar Vázquez

Ya dentro de ambas estancias, la del desaparecido y su vecino, nada de nada. Los agentes ampliaron la inspección a todo el edificio anexo, hasta llegar al bajo. Con restos de obras que, explica la gerencia del hostal, se paralizaron coincidiendo con el inicio de la pandemia. Paredes de hormigón gris con espacio para ventanas y puertas. En el suelo, un manto de escombros, y el fallecido. Entre humedad y basura, lo abandonaron con heridas incisocontusas causadas por un cuchillo.

La investigación, desde el principio, apunta a un crimen con muchas posibilidades de calificarse judicialmente de asesinato. El primer sospechoso era el vecino, Ángel G. M.,  de la habitación al lado (también precintada), con el que mantenía una relación tensa por mala convivencia. Y fue detenido ayer como único sospechoso del crimen. Es de Ponteareas y se instaló en Mondariz tras dejar un centro social en Bugarín (Ponteareas).

Óscar Vázquez

La gran cantidad de sangre derramada será una prueba fundamental de encontrarse restos en el cuerpo o ropa del sospechoso, a mayores de otras pruebas ya recopiladas por la investigación. Incluso se sabe que este hombre compró en los últimos días un cuchillo de grandes dimensiones que pudo utilizar para matar a su vecino de habitación, otro indicio más que aportar a la investigación ya que, por ahora, no ha sido posible encontrarlo.

El origen del último gallego asesinado hay que buscarlo en Barro, parroquia de Gargamala, Mondariz. Pero José Luis Faro hacía mucho tiempo que vivía por su cuenta en el pueblo que da nombre a su concello natal. Solo, en el mismo hostal donde lo mataron esta semana, ocupó una habitación de forma ininterrumpida durante los últimos 17 años. Su día a día era la villa, su alameda, calles y plazas. También el trabajo, siempre que podía, en el Ayuntamiento. El último contrato finalizó en diciembre y lo implicó en una brigada de desbroces y limpieza. También se empleaba con vecinos, incluso de la comarca, que necesitaban ayuda para trabajar fincas. En el hostal lo recuerdan como una gran persona: «Tras 17 años aquí, era como de la familia. No se acostaba tarde ni andaba en cosas raras, seguimos sin creerlo», explica, muy afectada, la propietaria del negocio hotelero.

José Luis mantenía una vida social normalizada, principalmente al final del día, confraternizando en los pocos bares del pueblo. Ayer, en el único abierto por la pandemia, explicaban que era cliente y querido: «Viña á tardiña a tomar un cola-cao e logo tomaba algo máis por aí. Era respectuoso, e a xente tíñalle cariño». Recuerdan los mismos vecinos que al fallecido se le conocía por O Cabra. El motivo es que saludaba, cuando quería, haciendo un sonido similar a este animal.