Mejores cruasanes que en París

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

MOAÑA

XOAN CARLOS GIL

María del Carmen Pazos lleva más de medio siglo al frente de la pastelería La Orensana, en Moaña. La mujer emigró a Francia con 19 años y pasó de ver dulces en los escaparates a superarlos con artesanía

07 may 2022 . Actualizado a las 00:57 h.

Nada hacía sospechar que el futuro laboral de Plácido Rodríguez Peña y María del Carmen Pazos sería tan dulce como para estar siempre rodeados de pasteles en su propio obrador, el de La Orensana, en Moaña, que es donde trabajaron juntos más de treinta años. La única pista que les acercaba a semejante destino eran los cruasanes que para ellos, recién emigrados a la capital francesa, costaban una fortuna.

Él, albañil ourensano de Maside, se fue con 18 años a Brasil y una década después a París. Allí, en los bailes que se celebraban los domingos en el local donde se juntaba toda la comunidad española emigrante, coincidió con la joven de 19 años, recién llegada desde Santa Marta de Ribarteme (As Neves) como empleada de hogar, interna en la casa de un médico con tres niños «y dos tardes libres en las que aprovechaba unas horas para limpiar la cocina de unos japoneses», cuenta su hija Ana, que ha seguido los pasos de sus padres. «Yo era muy galdrumeira y me paraba a ver los pasteles en los escaparates, pero con verlos ya me conformaba. No los podía comprar porque no me daba el bolsillo», lamenta. No hablaba casi nada, lo justo para sobrevivir, pero lo pasé muy bien y en la casa me querían muchísimo, aunque una vez me pidieron uvas de postre y les puse huevos cocidos», recuerda su madre partiéndose de risa.

Tras año y medio de noviazgo, ambos regresaron a sus respectivos lugares de origen, pero ya con planes de boda. En ese tiempo, un tío de Plácido llegado de Montevideo quiso montar una pastelería y eligió la localidad moañesa para hacerlo. La pareja se casó en el pueblo de ella con la idea de regresar juntos a París, pero el familiar, que al poco abrió en Carballiño otra pastelería, ofreció a su sobrino quedarse con el negocio, y así empezó el matrimonio su propia historia, en 1970, sin tener mucha idea del sector, pero con muchas ganas de trabajar y aprender.

Supieron también rodearse desde el principio, de profesionales que les allanaron el camino. «Empezamos con un empleado con mucha experiencia y mi marido fue aprendiendo con él, además nos formamos yendo a todos los cursos que entonces ofrecían las casas comerciales que suministraban la materia prima y también venían hacían demostraciones en nuestro horno, y así, poco a poco, hasta el día de hoy», resume María del Carmen, que con 72 años y tras parir a dos hijos, sigue en la brecha. Aunque dice que «las ideas las tengo de una chica de 25 o de 30 años», reconoce que «el cuerpo ya no responde como antes».

Lo que sí funciona en ella como un reloj suizo es el ánimo y el sentido del humor que le brota cuando cuenta que recuerda los cruasanes de París: «Nada que ver. Cuando trabajaba en aquella casa, mi primera misión era bajar a la panadería a por ellos para desayunar. Allí iban 20 años por delante de España y ya funcionaba lo industrial. Es decir, que eran muy vistosos, pero más artificiales que los que luego hicimos nosotros aquí. Lo nuestro es artesano, artesano, artesano», insiste. «Y digo más, tenemos un pastelero, José Ramón González Mosquera, conocido como ‘Moncho el de La Orensana’, que lleva con nosotros 47 años y es una pasada, en bollería, en postres, en pasteles, en empanadas y en todo. Es espectacular como nuestra cafetería, donde todo está muy rico, muy fresco, muy limpio y muy bueno», se jacta.

Cuando empezó, La Orensana era también panadería, pero con el tiempo la pareja decidió centrarse en el mundo de la pastelería y ampliar el negocio con cafetería. «Vendemos también pan, pero nos lo suministran panaderos artesanos de la zona. Nuestro fuerte es el dulce, de elaboración propia», explica. La mujer cuenta, preocupada, que el público exige cada vez más variedad: «Nosotros tratamos de estar a la altura de los tiempos y cubrir la demanda con un producto variado y natural», afirma María del Carmen, que siguió adelante tras el fallecimiento, en el 2004, de su marido, para el que solo tiene palabras de elogio «porque fue una bella persona como hijo, hermano, esposo, padre, jefe de sus empleados y buen ciudadano. Pero yo sigo siendo alegre y dicharachera, las penas las dejo en casa».

A la hora de decidirse por alguno de los productos que manufacturan, asegura que es incapaz porque sería injusto. Cruasán, napolitana, bollo de leche, milhojas... No hay ninguno que sea mejor o peor. Cada uno en su punto tiene su éxito. No hay que darle a uno un diploma y al otro dejarlo de lado. Es todo bueno», razona.

Desde 1970

 Dónde está

Calle Concepción Arenal, 120. Moaña