
Miguel Ángel Montes y sus hijos Adrián y Roberto, herederos de una saga de feriantes del siglo pasado, amplían el negocio móvil que nació en Gondomar con una fábrica para distribuir por toda Galicia
20 ene 2023 . Actualizado a las 00:27 h.Pocas cosas hay tan festivas como un puesto de churros. La clientela ve caer la masa que el churrero corta con precisión milimétrica con la espumadera, mientras el producto cambia de color hasta adquirir el dorado que garantiza el crijiente bocado que está a punto de producirse.
Esa coreografía la repiten en la familia Montes miles de veces al año. Miguel Ángel Montes es el penúltimo heredero de una estirpe curtida en carruajes que en el pasado se quedó con el estigma callejero de los nómadas, una caracérística que siguen practicando con orgullo, pero no así la fama de iletrados que se les pegó a la piel en años en los que ir a la escuela, recibir una educación reglada como los demás niños, no era posible. «Hace mucho tiempo que eso ya no es así, pero mucha gente se quedó con el estereotipo», afirma el empresario, hijo, nieto, tataranieto y padre de los cada vez más escasos representantes de un oficio que sigue siendo especial. «Según contaba mi padre, con él eran doce generaciones, pero no de churreros, sino de feriantes que tenían atracciones muy diversas.
«Mi bisabuela, Ángela Trinidad, a la que criaron las monjas en Pontevedra, se enamoró del feriante y se escapó con él. Hay para escribir un libro. Mi abuelo, Adriano Montes, llegaba con los carros a Gondomar y acampaban donde el estanco, que antes estaba en la Alameda. Se quedaban todo el invierno hasta que se iban a San Telmo, en Tui. Mi padre, Carlos Montes Neira, que ya nació en Vigo, se enamoró de mi madre en Gondomar cuando ella atendía la tómbola con mi abuelo; y yo me enamoré de mi mujer también aquí», cuenta en el puesto de la plaza. Así argumenta el anclaje gondomareño de una saga originaria de Santander que poco a poco fue haciedno kilómetros por el sur de España y hacia el norte por Portugal, hasta esparcir sus ramas por Salamanca, Pontevedra y muchas localidades del país. «Tengo primos por todas partes. Donde veas el apellido Montes en alguna feria, es de los nuestros», afirma. Su abuelo Adriano tenía ruedas de caballitos, voladoras «o la tómbola de la ratita, de la que todavía se acuerda la gente», asegura Miguel Ángel explicando su funcionamiento: «Soltaban un ratón de verdad en un espacio con agujeros numerados que imitaban a los soportales de una plaza de toros. Ganaba el que acertaba donde metía el roedor». El churrero no puede situar los orígenes de la saga, que además se complica desde que emparentaron con los Neira, de Pontevedra, que tuvieron la discoteca Saturday y autoescuela.
Miguel Ángel, nacido en Nigrán, es el único de siete hermanos que ha seguido en el negocio. Bautizó a sus churrerías viajeras como La Eulogia en honor a su madre, Eulogia Alves, «que trabajó mucho. Además de churros, despachaba almendras y rosquillas, y fueron pioneros en vender chuches y pipas en el Estadio de Balaídos», apunta. De sus tres hijos, Adrián y Roberto siguen la tradición, pero su hija Lidia, aunque les ayuda a menudo, estudia para ser abogada. «Nos viene bien tener a alquien que nos defienda en la familia», bromea en relación a los prejuicios que arrastra su profesión. Pero ahora ya no viajan tanto. Se mueven, sobre todo, por la provincia y ofrecen churros todo el año, en su versión tradicional, «con el mejor aceite y la mejor harina, e innovaciones como los rellenos con crema de kinder, kit-kat, licor café, etcétera», enumera.
Además del puesto en Gondomar, en Navidad están en Vigo, antes en la calle del Príncipe y desde hace tres años en el mercadillo Cíes Market, en la Alameda. Después van a las fiestas tudenses de San Telmo, y en verano a Playa América, además de otras fiestas, como las de Coia. Pero el negocio de los churros crece en otro sentido. En el local contiguo a la la taberna que también regentan en Couso, Miguel Ángel revela que están preparando un proyecto ilusionante: «una fábrica de churros, frescos y congelados, para distribuir a todo Galicia y dar trabajo como mínimo a cinco personas», indica.
«Este mundo cambió, los niños necesitan un colegio y afortunadamente ya no vivimos en carros. Yo me crié en una caravana, pero mis hijos, no. Y Gondomar nos parece el mejor sitio para vivir», valora. Pero a continuación reconoce que aunque eran tiempos duros, también eran bonitos. «Me gusta. Tenemos un carromato en honor a mi abuelo, que vamos instalar en Lalín, donde estará durante un mes», cuenta, y revela que tuvieron noria y que aún guarda cacharros clásicos como un toro mecánico o un martillo de feria.
También castañas
Aunque los churros son el negocio principal de la familia de Miguel Ángel Montes, también tienen una vertiente como castañeros, pero al ser un fruto de corta vida, esa faceta se reduce a los meses de noviembre y diciembre. Se retiran pronto, antes de que salgan malas, asegura. «Casi todos los puestos de castañas que hay en Vigo son de los Montes, pero el nuestro es el de la rotonda de Coia, en el que ya estaba mi madre hace 35 años», recuerda. Este año hicieron una máquina en forma de barco, en homenaje al Pitanxo y los colores de la bandera de Ucrania.