«Este trabajo es de lunes a lunes, tiene que gustarte»

M. Otero VIGO / LA VOZ

FORNELOS DE MONTES

XOAN CARLOS GIL

Manuel Gregorio tiene 36 años y lleva diez al frente de una explotación ganadera, que es su pasión

18 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo habitual es que los ganaderos más veteranos se jubilen y cierren su explotación porque sus hijos tienen otro trabajo o no quieren seguir con ella porque no es rentable. Manuel Gregorio es la excepción. Este vecino de Laxe, en Fornelos de Montes, no solo cogió las riendas de la granja de su padre, sino que incluso la amplió con la adquisición de una segunda finca. «Ahora tengo 140 vacas en dos explotaciones y también dos carnicerías, en las que vendemos lo nuestro. Junto con las ayudas de la Xunta se puede subsistir», explica. Su aspiración no es hacerse millonario con este negocio, sino vivir de lo que más le gusta: los animales y el campo.

Hace diez años que Manuel Gregorio asumió la titularidad de la granja de su padre, con el que comparte nombre y oficio. El progenitor sigue al pie del cañón y ayuda a su hijo con las exigentes tareas que supone un rebaño de semejante tamaño. Es consciente Gregorio, de 36 años, de que su caso no es muy común. Y él lo entiende. «A la gente joven esto no le gusta y los padres acaban deshaciéndose de los animales», explica el ganadero, consciente de que su trabajo «es muy sacrificado, es de lunes a lunes y te tiene que gustar».

Aunque no se queja de su trabajo, asegura Gregorio que este último invierno fue muy duro y puso a prueba la economía de muchas explotaciones, que se vieron obligadas a incrementar la inversión en alimento para sus reses por la ausencia de pastos. «Por culpa de la sequía y después por el frío del invierno tuvimos que echarles de comer casi todos los días», subraya. Sus vacas suelen campar a sus anchas por los montes y praderas de la parroquia pastando hierba fresca, pero el cambio climático redujo este año las dimensiones del pasto y obligó a Gregorio a gastar más en pienso para sus reses de raza rubia gallega.

Pero el problema del pasto no se limita solo a cuestiones climáticas. Gregorio asegura que es necesario adecuar el monte para facilitar la alimentación de los rebaños. «Haría falta una hectárea de prado por vaca, si las hubiera la gente se animaría más a tener más animales», reclama el ganadero, que también sufrió en sus carnes la negativa de los dueños de algunas parcelas, a pesar de estar abandonadas y sin ningún tipo de rendimiento, a la entrada de su ganado para mantenerlas limpias, reducir el riesgo de incendios y, como contrapartida, alimentar a sus animales. «Cuando lo propones algunos pasan del tema y otros se oponen», lamenta.

El objetivo de este joven ganadero pasa por seguir invirtiendo en sus explotaciones. Aunque por ahora no se plantea aumentar el número de reses porque acaba de hacerse con la granja de un ganadero jubilado, sí que tiene previsto modernizar la maquinaria e instalaciones de su granja, en la que cada día sigue contando con la colaboración de su padre, del que aprendió desde niño a dominar a las vacas, que le obedecen a golpe de silbido.

José González: «Esto no da para vivir»

Los padres de José González crecieron en una granja, su madre en Covelo y su padre en León. El destino los unió y montaron su propia explotación en A Graña para seguir haciendo lo qué más les gusta: cuidar y criar vacas. Allí nació José González, al que le inculcaron una pasión por el campo de la que él presume con orgullo. Aunque le gustaría seguir los pasos de sus progenitores, comprendió que no sería un buen camino, pues ganarse la vida con la ganadería es una misión casi imposible. «Más facilidades que yo para seguir con la granja no tuvo nadie, teníamos las cuadras, fincas, maquinaria... pero es que ahora no es rentable económicamente», dice.

Lo consensuó con su familia. «Los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos y ellos saben que esto no da para vivir, por eso lo entendieron perfectamente», puntualiza González, que no veía en la ganadería un trabajo que le diese la estabilidad deseada.

Aunque no se arrepiente de la decisión, sí que siente morriña de la vida en el campo. De salir con el rebaño a pasear por el monte, de respirar aire fresco, de sentirse libre. «Ningún otro trabajo te da tanta calidad de vida como este», asegura este hijo de ganaderos que trabaja en la construcción desde los 18, cuando se hizo autónomo y adquirió una excavadora. Aunque atender a los animales es un trabajo a jornada completa, González echa en falta el tiempo libre que da el trabajo en el campo. «No te podías ir de vacaciones un mes, pero si te organizas y dejas todo preparado, sí te podías coger cuatro o cinco días», afirma el conductor de Covelo, que matiza que cuando llegaron a las 60 reses en la granja familiar pasó a ser más exigente.

Sus padres ya están jubilados pero las vacas siguen siendo parte de la familia. Llegaron a deshacerse de todos los animales después de jubilarse, pero los echaban tanto de menos que volvieron a comprar un par de ellas. «Llevan toda la vida con ellas y si no las tienen no saben qué hacer», explica el hijo, destacando la importancia de los animales para que sus padres sigan física y mentalmente activos. Pero no solo a sus progenitores les costó desprenderse de las vacas, también él sintió lástima. «Es una pena no seguir con la granja porque llevamos toda la vida con ellas».

Hermindo Castro: «Eramos 80, agora somos 7»

La explotación ganadera de Hermindo Castro, un vecino de 79 años de la parroquia de Campo, en Covelo, está abocada al cierre. En su aldea hay más vacas que que vecinos. «Quedamos catro vellos e nada máis, os xoves aquí non teñen futuro e marchan», explica resignado. Añora los tiempos de su niñez. «Aquí viviamos 80 familias, agora só quedamos sete veciños».

A pesar de que los achaques de la edad comienzan a hacer mella en sus fuerzas, Hermindo se resiste a dejar de lado su profesión, su pasión y su vida. Sale todos los días al monte con su rebaño de 40 vacas, aunque ese ímpetu le juegue a veces malas pasadas. La lluvia y el frío de estos días fueron demasiado intensos y Hermindo acabó agarrando un fuerte resfriado.

Su rebaño tampoco es el que era. Este ganadero manejaba con plena destreza 80 vacas, que en los últimos años han pasado a ser la mitad. Aunque le costará, Hermindo es consciente de que tendrá que ir deshaciéndose de sus animales. «Eu aguantarei ata que se poda, pero despois... ninguén as quere», asume el ganadero. Ni sus hijos, ni sus nietos están dispuestos a heredar la explotación y Hermindo lo entiende. «A eles gústalles, pero as vacas dan moito traballo e moitos gastos, non é só producir», explica.

«Isto dá para pasar o tempo e pouco máis», resume la rentabilidad económica de la ganadería, que en su aldea quedó reducida al mínimo. «Aquí había oito ou dez granxas grandes, agora só quedo eu e outro veciño», subraya Castro, quien es conocedor de los problemas que llevan años lastrando la viabilidad de su profesión. «Non hai parcelas, nin axudas», señala dos de los múltiples problemas estructurales de la ganadería en la provincia. No solo Hermindo demanda una mayor implicación de los vecinos, las comunidades de montes o la Administración para poner a disposición de los ganaderos las numerosas parcelas de los montes de la provincia que llevan décadas abandonadas y sin producir ningún rendimiento.

Aun así, ni Hermindo Castro de Campo, ni los pocos ganaderos como él que quedan en Galicia piensan arrojar la toalla. Porque la ganadería, antes que un negocio, es una forma de vida.