Crímenes machistas, del Paraíso a Baiona

Jorge Sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA CRIMINAL DE LA USC

BAIONA

María Pedreda

08 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Ángel, químico de titulación, y ahora profesor de matemáticas, mató a Beatriz, abogada. En Baiona. Su nivel cultural y estatus socioeconómico no fueron antídoto de un crimen machista más.

Nunca es mala idea, para iluminar algo los asuntos complejos, retrotraernos a sus orígenes. Y en el marco de la civilización judeocristiana, el retrovisor nos conduce al Génesis, el relato depositario de los grandes mitos fundacionales de esa cultura. Algunos somos de esa generación a la que enseñaban aquella materia rotulada como Historia Sagrada. Escuchamos a nuestros maestros referirse a la Creación como un acto de omnipotencia y omnisciencia, es decir, divino por excelencia. Dios dispone el universo y, como epílogo grandioso, lo puebla con su mejor obra: nosotros. Después, descansó. ¿Nosotros? No exactamente. Para ser más precisos, es el varón el introducido en el escenario. Y, además, revestido con las mejores credenciales: no en vano, Dios, ese dechado de perfecciones infinitas, decide crearlo «a su imagen y semejanza». Imposible salir mejor en la foto. Más adelante, nos explicaban que el Paraíso era aburrido como experiencia a disfrutar en solitario. Adán se queja, Dios le escucha y le proporciona compañera. Pero ahora, en vez de ejecutar un acto más de amor, poder y sabiduría infinitas, y que de dicha volición emane directamente ella, tal como con Adán, la divinidad dispone que ella brote como un apéndice de él. Ya saben, su costilla que muta y proporciona mujer. Ella es tan de él que es una extensión de su propio cuerpo. Qué lejos de aquella creación en espejo de la divinidad. Y, por si fuera poco, ha sido una donación a instancias de ruego. O sea, un regalo; es decir, propiedad «sagrada»: santa Rita, santa Rita… lo que se da, no se quita». Por si fuera poca la diferencia de género (sí, de genero) en el bíblico relato, todos sabemos por qué acaba mal el Paraíso. El origen del mal: ella, tentada por la serpiente, come de la fruta prohibida, del árbol del bien y el mal, y se la da a probar a él, víctima inocente del vicio ajeno. Así nació, decían, el pecado, el sufrimiento, el trabajo, el dolor y la muerte.

Generación tras generación, el narcisismo estructural de la virilidad, y la depreciación sistemática de la mujer (¿por qué la Iglesia católica repudia a las mujeres como administradoras de los sacramentos? ¿Los devalúa, los ensucia?) en tantas y tantas culturas locales mundo adelante, han sido moneda corriente. Hay factores diversos que inciden en el asesino machista estándar. Existen predisposiciones de personalidad a la violencia, diferentes historias de vida, un amplio catálogo de creencias tóxicas, etcétera (el lector interesado puede consultar los veinte factores de riesgo analizados en SARA: Spousal Assault Risk Assesment Guide, un instrumento que clasifica correctamente a aquellos que van a ser maltratadores de pareja hasta con un 85 % de éxito). Pero hay una viga maestra de todo ese andamiaje androcéntrico: la arraigada creencia, más o menos consciente, acerca de la mujer como «propiedad» del varón. Y ya que propiedad, el resultado de ente que se posee y puede ser sometido a dominación. Y, ante su eventual rebeldía, su empoderamiento, su independencia, algunos varones reaccionan cual si hubieran sido amputados en su identidad. A más narcisismo, más vulnerabilidad, claro. Y aparecen los omnipresentes celos, a menudo delirantes, asociados al sentimiento de pérdida y de herida. Y el rumiar del injusto abandono, de la ofensa recibida. Hasta que el cortisol nacido del estrés prolongado pudre algunos cerebros y el córtex órbito frontal, el director de orquesta, ante el odio bioquímico que le envía el sistema límbico, acaba por aceptar como «legítima» la fantasía homicida con la que poner fin a esa «injusticia». Y al profesor de matemáticas el crimen le resuelve la X de su ecuación vital. La emoción ha envenenado a la razón. O mía o de nadie. Y no escapan… se entregan, se suicidan, esperan a que les detengan. Ya no importa; misión cumplida. El orden patriarcal, el original, ha sido restituido. Dramático ajuste de «cuentas». Descanse en paz Beatriz.