El agua de Vigo se pierde en un solo incendio

Antón Lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

ARBO

Joseba Cuña

El efecto de las llamas en Arbo equivale a quedarse sin los embalses de Eiras y Zamáns

14 ago 2016 . Actualizado a las 04:00 h.

Un verano de sol y calor como el que teníamos no era normal, es decir, lo normal es que en verano haga sol y calor, pero necesitábamos un factor, el viento, para completar el ingrediente que faltaba. Ya tenemos Galicia ardiendo, ya todo es normal. Disculpen el recurso a la ironía pero siguiendo con la normalidad discurren ahora en paralelo a las llamas las correspondientes declaraciones de gobierno y oposición. Todo normal, todo como siempre. Quizás poner uno de los incendios como ejemplo de lo que va a suceder al día siguiente pueda servir, al menos, para intentar que dejemos de considerar normal esta absoluta anormalidad que concentra cada año en Galicia la mitad de los incendios de España. La vegetación es una fijadora neta de carbono que al arder se convierte en liberadora del mismo. Un solo incendio importante, y el de Arbo lo fue, emite unas 375 toneladas de gases a la atmósfera. En la cortina de humo permanente que nos acompaña estos días estamos viendo, y respirando, dióxido de carbono CO2, monóxido de carbono CO y metano CH4, además de gases nitrogenados como el óxido nitroso N2O y otros óxidos de nitrógeno NxO. Todos ellos gases de efecto invernadero que sumarán en la atmósfera una importante contribución a acelerar el proceso del cambio climático. La falta de esa vegetación que lo sustente y retenga tendrá como consecuencia directa la pérdida de suelo fértil. Cada hectárea quemada equivale a un camión (de los grandes) que tirase dicha tierra a los ríos y al mar. Tras el incendio de Arbo hay no menos de mil toneladas de tierra fértil en riesgo extremo de erosión. Ríos y rías también sufrirán el efecto del aporte de las cenizas que altera el ph de las aguas, contribuye a su colmatación y aumenta exponencialmente el riesgo de crecimiento descontrolado de algas que en los cauces fluviales puede llegar a eliminar el oxígeno disuelto y provocar su eutrofización. Especialmente atentos para evitarlo deberían estar en el entorno del Miño, muy castigado ya por estos procesos. Y para finalizar conviene recordar uno de los parámetros que no suele asociarse con los incendios forestales: su incidencia en las reservas hidrológicas. Los suelos forestales son grandes esponjas que absorben y retienen agua que en parte pasa a las capas freáticas, en donde se acumulan como reservorio del que todos bebemos y en parte la liberan poco a poco a la atmósfera para cerrar su ciclo natural. Tras un incendio y la pérdida de la capa de materia orgánica superficial el terreno se compacta y se incrementa la impermeabilidad del suelo. Si calculamos la cantidad de agua que esos suelos quemados ya no podrán retener podríamos decir que un solo gran incendio, como el de Arbo, significará la pérdida de agua equivalente a las presas de Eiras y Zamáns juntas. ¿Y el impacto directo e indirecto sobre la flora y fauna silvestres? Eso es sencillamente incalculable.

Hay que evitar dañar más el suelo

chequeo al medio ambiente los fuegos forestales

Justo hace diez años, en otro verano funesto, Amigos da Terra y el Colegio Oficial de Biólogos de Galicia editábamos un manual de consejos ecológicos de urgencia para la gestión de los montes incendiados. Desde entonces lo reeditamos cada verano, siempre esperando que sea la última vez. Su objetivo era y sigue siendo evitar que el desastre ambiental se prolongue tras el incendio. Un ecosistema forestal después de un incendio queda en una situación muy vulnerable frente a cualquier otra agresión humana o ambiental. Hay una serie de consejos que conviene tener en cuenta para no acumular impactos sobre los ecosistemas. Ante todo hay que evitar dañar más el suelo, la vegetación y la fauna superviviente. El daño causado por el incendio depende especialmente de la intensidad del fuego, pero las consecuencias van a ser complejas. En relación con el suelo hay dos factores importantes: la pendiente del terreno, que si es muy acusada hace al suelo muy erosionable, y la vegetación (viva o muerta), que protege al suelo, tanto en la parte aérea, protegiéndolo del impacto de la lluvia, como en la parte subterránea, fijando ese suelo y evitando la erosión.