
José Irisarri y Álvaro Roura descubren en un filme las curiosas adaptaciones del animal
18 jun 2025 . Actualizado a las 01:14 h.El equipo de creación de personajes de Buscando a Dory admite que el papel del pulpo Hank fue uno de los más complejos de idear e introducir en la historia de Pixar, pero también fue uno de los más gratificantes. El resultado es un protagonista emblemático, que permanece en la memoria de muchos espectadores como un maestro del camuflaje. Esta habilidad para mimetizarse en los fondos marinos no es mera animación de Walt Disney, sino un fiel reflejo de una de las principales curiosidades que definen a esta sorprendente familia de cefalópodos y en la que, ahora, profundizan José Irisarri y Álvaro Roura en un filme dedicado a divulgar la biología del Octopus vulgaris y su curioso comportamiento. Las aguas de las islas Cíes han sido el escenario de este rodaje, en una demostración del impresionante laboratorio natural que conforma el archipiélago vigués para conocer de cerca los ecosistemas marinos.
La pieza audiovisual constituye una puesta en valor del gran repertorio de adaptaciones que convierten al pulpo en el invertebrado más emblemático de la costa gallega. Su habilidad para cambiar de color, de textura de la piel o su maestría para imitar a otros animales es resultado «de una compleja interacción entre vista, cerebro y piel», analiza Roura, biólogo marino que ha dedicado toda su trayectoria a estudiar esta especie en colaboración con el grupo Ecobiomar, del Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo (IIM-CSIC).
Los pulpos «tienen una visión muy aguda con un solo tipo de fotorreceptor» y a través de un fenómeno denominado aberración óptica «se cree que son capaces de interpretar y mimetizar distintos colores», indica. A la hora de enmascararse, activan los distintos lóbulos de su cerebro y una «compleja red neuronal» que se extiende por todo su cuerpo, por sus ocho brazos y hasta por sus ventosas. Este entramado neurológico, junto con la infinidad de pequeños órganos de color que salpican su piel, llamados cromatóforos, permite al animal detectar las señales del exterior con agilidad y, en cuestión de milésimas de segundo, adoptan el color de la roca sobre la que se encuentran, se transforman para imitar a otros residentes de su ecosistema e incluso pueden «hacerse pasar por un erizo, una ofiura o un alga a la deriva», destaca.
Álvaro Roura explica que la presión selectiva de sus depredadores —peces, tiburones y mamíferos marinos— ha forzado a esta familia de cefalópodos a convertirse en referentes del mimetismo. En otras ocasiones, optan por expulsar nubes de tinta para crear confusión entre quienes los acechan y despejar su huida, destaca el videógrafo submarino José Irisarri como otra destreza del animal que se evidencia en las cristalinas aguas del Parque Nacional Illas Atlánticas de Galicia, un laboratorio de referencia a nivel internacional.

Entre congéneres, «siempre y cuando la comida no sea un factor limitante», los pulpos pueden llegar a convivir pacíficamente, pero lo cierto es que estos animales por regla general «son voraces cazadores que van dejando caparazones, raspas y conchas vacías a su paso», precisa el investigador del CSIC. Incluso son capaces de generar un veneno neurotóxico para picar a sus presas, paralizarlas y «disolverlas con un cóctel de enzimas digestivas que se beben como si fuera un sorbete», describe Roura sobre los festines que se pegan, empleando un método similar al de las arañas.
Precisamente, la hazaña de descubrir la dieta de las larvas de pulpo se forjó en el laboratorio natural que conforma el archipiélago. El mejor del mundo. Una colaboración internacional entre Ecobiomar y la Universidad de Tasmania en el 2011 permitió desarrollar una técnica genética para identificar el ADN de las presas en ejemplares «del tamaño de medio grano de arroz», recuerda Roura. Este avance sirvió de punto de partida para investigaciones posterior y para arrojar luz sobre su variada ingesta, al revelarse más de cien tipos de presas, entre las que no faltaban cangrejos, gambas pistoleras, krill, camarones, medusas o sifonóforos.

Otro descubrimiento científico, más reciente, «ha sido desvelar su ecología espacial gracias a la monitorización de 23 ejemplares adultos durante más de cuatro meses», señala el científico. Es un importante hito, alcanzado en la isla de Monteagudo gracias a la instalación de emisores que enviaban una señal acústica que permitía triangular su posición y profundidad.
«Esto nos permitió comprobar que uno de los secretos del pulpo para crecer tan rápido en tan poco tiempo y ser tan eficientes transformando la comida en músculo es que son bastante vagos», analiza Roura. No desperdician energía vital y lo que motiva sus salidas es la necesidad de alimentarse. Cuando consiguen algo que llevarse a la boca, vuelven a casa «a comer tranquilamente». O a su refugio, como acostumbra a designarlo la comunidad científica. Las 240 ventosas que impregnan cada brazo de los pulpos los dota de habilidad «para construir los muros de piedra con los que tapan las hembras las entradas a sus cobijos», destaca el filme de Irisarri.
«Cada dos años investigamos una nueva población»
El biólogo marino del Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo (IIM) Ángel González González coincide con Álvaro Roura en el importante papel que han desempeñado los fondos de las islas Cíes a la hora de ahondar en el conocimiento de la curiosa familia de los cefalópodos. De forma pionera, la comunidad científica de Vigo comenzó en la década de los noventa a seguir de cerca a estos animales, «desde las fases larvarias hasta la etapa adulta, completando su ciclo vital».
«Cuando empezamos, en ningún sitio del mundo se había conseguido analizar larvas en altas abundancias como para hacer estudios», afirma. La persistencia les ha llevado a descubrir el apasionante viaje oceánico que emprenden los pulpos en su etapa más prematura, al salir de la cueva, dispersándose con las corrientes mar adentro. A su regreso como juveniles encuentran en Cíes un ecosistema único, como es la playa de Rodas, donde hay un importante reclutamiento de ejemplares durante esta etapa.
«Sería fundamental poder tener un sistema de monitoreo durante todos los años», pero su exención lleva a los científicos a investigar «cada dos años una población de pulpos completamente nueva, coincidiendo con su esperanza de vida», analiza Ángel González. Lo que no falta es empeño para seguir trabajando. En estos momentos, en el IIM están pendientes de recibir el visto bueno definitivo para activar un proyecto «bastante amplio» para profundizar en el conocimiento de los chocos.
Dada la relevancia que suponen las islas Cíes para el conjunto de Galicia, a Álvaro Roura le sorprende que todavía no se haya planteado que exista una zona exenta de cualquier tipo de actividad pesquera. «Todas y cada una de las reservas que se han realizado demuestran una recuperación de los ecosistemas en cuestión de meses», sugiere. Tiene claro que dotar de esta protección al espacio natural más protegido de la comunidad gallega fomentaría un escenario «en el que ganaríamos todos». Confía en que en los próximos años, «gracias a la industria del mar, la voluntad política y la presión ciudadana, podamos contar con un archipiélago en Vigo que sea un ejemplo de conservación a nivel mundial».
Ángel González defiende igualmente la colaboración entre todos los eslabones de la cadena del mar para tomar decisiones. Este año, la Xunta de Galicia sumó un mes de parada biológica del pulpo gallego en abril sobre los dos meses de veda que se abre en julio.