El pequeño comercio de Vigo resiste al apagón: «Volvimos a hacer cuentas con papel y boli, y con la báscula de toda la vida»

alejandro martínez VIGO / LA VOZ

VIGO

cedida

Las tiendas de barrio agotaron pilas, conservas y pan, mientras en los restaurantes se multiplicó el trabajo

30 abr 2025 . Actualizado a las 17:28 h.

El histórico apagón obligó a los pequeños comerciantes de Vigo a tirar de ingenio y métodos tradicionales para poder seguir atendiendo a los clientes. Patricia Barreira, de Alimentación Verín, en la calle Sanjurjo Badía, fue una de las muchas que tuvo que adaptarse sobre la marcha: rescató la vieja báscula analógica que su abuelo estrenó en 1973 para poder seguir vendiendo productos de alimentación.

Ante la imposibilidad de utilizar la caja registradora por la falta de electricidad, Patricia Barreira recurrió también a una calculadora solar, que le permitió seguir operando mientras hubo luz natural. Sin embargo, hacia las nueve de la noche, al disminuir la claridad, tuvo que echar mano de papel y bolígrafo para hacer las cuentas a mano. A pesar de las dificultades, las tiendas de alimentación de barrio vivieron una jornada de muchas ventas.

Con los supermercados cerrados por la falta de suministro eléctrico y las cocinas de las viviendas inoperativas, los consumidores se volcaron en los pequeños comercios. «Fue un día de muchísimo trabajo. La gente compraba de todo: fiambres, yogures, latas, bebidas… Todo lo que no implicaba cocinar. El pan voló, se vendió todo. Una pasada», cuenta el marido de Barreira. También se agotaron las pilas para linternas, velas y la comida para animales. «La gente estaba muy asustada. Yo tuve pesadillas por la noche», confiesa Patricia. En el autoservicio Josmar, en García Barbón, Rosa Montero Oliveira describe una situación similar: «Nos quedamos sin pan, sin pan Bimbo, todo el mundo andaba loco pidiendo pan». Las conservas, las legumbres y el agua embotellada desaparecieron en pocas horas. «Esto me recordó a la época del covid. Aumentamos la facturación y tuvimos que pesar con una báscula manual. La gente venía bastante tranquila», señala.

alejandro martinez molina

Para evitar problemas, Rosa evitó fiar a desconocidos: «Había mucha gente que no era de la zona y preferí no fiar a clientes nuevos». No faltaron gestos de solidaridad en medio del caos. Lucía, una profesora jubilada, explica que encontró comprensión en los pequeños comerciantes: «Me fiaron en dos tiendas de barrio. Compré frutos secos y arroz envasado». Fuera de los comercios, el apagón también generó escenas de riesgo en las calles de Vigo. Con los semáforos apagados, la circulación se convirtió en una operación arriesgada. Ismael Faro, repartidor de Bimbo, resume el caos: «Era la ley del más fuerte. Ibas a zonas céntricas actuando con mucha precaución porque si no te barrían. Lo mejor fue marcharse a zonas más tranquilas».

Hosteleria La hostelería, por su parte, pudo resistir en aquellos locales que disponían de cocina de gas. El bar Bellmar, también en Sanjurjo Badía, logró servir comidas hasta primera hora de la tarde. «La gente se fue a la terraza. Dentro de lo malo, teníamos los menús medio preparados y pudimos defendernos», explica Damián Dacunha, responsable del local. Sin electricidad, solo disponían de agua fría y no daban abasto para lavar los platos. «Dimos todo lo que había y tuvimos que cerrar a las dos y media porque teníamos una montaña de platos y no estábamos en condiciones óptimas con agua fría», añade.

alejandro martinez molina

A pesar de las dificultades, la jornada se desarrolló con civismo. «La colaboración de la gente fue magnífica. La clientela habitual vino como siempre y también muchos que no podían cocinar en casa», señala. En el restaurante Isla de Paquetá, en la Gran Vía, también notaron un incremento de la demanda, aunque sin llegar a colapsos, gracias a la preparación previa de menús y la actitud comprensiva de los clientes, que tuvieron que conformarse con no tomar café y esperar un poco más tiempo a ser atendidos. Para las personas mayores que viven solas, la falta de electricidad durante más de 14 horas supuso una experiencia angustiosa. «Lo peor fue que los semáforos no funcionaban. No podía cruzar la calle, era peligrosísimo», afirmaba Luisa Budiño en Freixieiro, cuya asociación vecinal fue casa por casa.