Un paseo otoñal por el Vigo de 1928

Jorge Lamas Dono
jorge lamas VIGO / LA VOZ

VIGO

CEDIDA

Mientras Andrés Segovia daba un concierto en el Teatro García Barbón, en la ciudad había cuatro centros de beneficencia

15 may 2023 . Actualizado a las 10:55 h.

El Concello de Vigo tenía hipotecados en 1928 los ingresos que generaba el cementerio de Pereiró para poder responder ante la Diputación por la construcción de caminos parroquiales. Este método de financiación se producía en medio de un clima de protesta ante el estado de dejadez que vivía el camposanto. Tanto la parte católica como la civil eran dirigidas entonces por un funcionario municipal que era sacerdote. Las rígidas normas municipales no contentaban a nadie; ni a los fieles, que querían un mayor margen horario para realizar las visitas, ni a quienes pretendían realizar obras dentro del recinto.

Los vivos buscaban sus propias diversiones, entre las que se encontraba la apetitosa programación de la Sociedad Filarmónica de Vigo, que el día 5 de noviembre presentaba la actuación de un Andrés Segovia que contaba con 35 años. La entidad organizadora del evento rogaba silencio absoluto a los asistentes «teniendo en cuenta la limitada sonoridad del instrumento que maneja el señor Segovia». El éxito fue rotundo. El teatro García Barbón se llenó y el público pudo oír todos los matices acústicos de la famosa guitarra.

Pero no todo el mundo podía acceder a estas demostraciones de la cultura más contemporánea. La ciudad, como ocurre hoy en día, tenía su lumpen. Pequeños robos, peleas violentas y timos estudiados creaban cierto clima de inseguridad. Quienes se atrevían a infringir la ley corrían el peligro de acabar en «el cuarto de la cal», como se llamaba popularmente al calabozo. Aunque, también es cierto que otros acababan en la Casa de Socorro, las urgencias de entonces. Un tal Luis Rodríguez era atendido allí un 5 de noviembre de aquel 1928, tras recibir un fuerte puñetazo que le infligió un desconocido, lo que le produjo la fractura de los incisivos superiores.

Contra los maleantes estaba muy pendiente la policía local. Fue el caso de los agentes Gutiérrez de Guevara, Peña y Varela, autores de las detenciones de un delincuente conocido como El Confitero, y El Lelo, un famoso carterista que también dominaba el timo de la estampita, que años más tarde llevaría a la pantalla Tony Leblanc en Los tramposos.

La ciudad mantenía un importante auge económico, pero la pobreza estaba muy presente. Prueba de ello era la existencia de cuatro centros de beneficencia. La Casa de Caridad, las Hermanitas de los Ancianos Pobres Desamparados, las Hermanas Trinitarias y la Cocina Económica eran incluso coordinadas por un inspector municipal de la beneficencia, que entonces era Álvarez Martínez. Por eso, una buena salida era la emigración, que tenía en el puerto de Vigo una de sus principales válvulas de escape. Un viaje a América del Sur en tercera clase costaba casi seiscientas pesetas, mientras que en primera, ascendía a 1.600 pesetas. Las diferentes compañías navieras que operaban en la ciudad ofrecían pasajes en los principales trasatlánticos que cruzaban el océano. La Mala Real Inglesa, Holland American Linie, la Compañía del Pacífico o la Lloyd ofrecían todo tipo de destinos a los aventureros que se proponían buscarse la vida al otro lado del charco.

A comienzos de noviembre de 1928, las infraestructuras de la ciudad eran deficitarias en el ámbito de la instrucción. Se daba la paradoja de que las arcas locales desembolsaban anualmente 77.500 pesetas para sostener 15 escuelas de carácter voluntario, cuando hacían falta veinte escuelas nacionales. Las primeras estaban prohibidas en aquellos municipios donde no se alcanzaba el mínimo de escuelas nacionales exigido por la ley. El problema fue que la construcción de estas últimas debería ser asumido por el ayuntamiento. Ahí estaba el debate, ¿cerrar unas para abrir otras?

La enseñanza en la ciudad siempre fue una batalla difícil de afrontar debido a las trabas impuestas por la ausencia de la capitalidad. Hasta 1927, no tuvo la ciudad un instituto de enseñanza secundaria, viéndose obligados los bachilleres a cursar sus estudios en otras poblaciones. No ocurría lo mismo con el comercio. La ciudad poseían algunas de las mejores tiendas de toda Galicia, como era el caso del Louvre de Vigo, establecimiento ubicado en la Porta do Sol especializado en la venta de abrigos de piel «stolas y renards».

Entonces, los vigueses se desplazaban en los tranvías de la misma compañía que hoy en día gestiona varios aparcamientos subterráneos. El servicio había comenzado en 1914, pero en aquel año de 1928, ante la necesidad de ampliar el material móvil, se ponían en servicio cinco coches adquiridos en Alemania durante la Primera Guerra Mundial.