El temor al futuro de las familias de personas con enfermedad mental grave

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

XOAN CARLOS GIL

Leopoldo Robla cuenta cómo su familia se adaptó al diagnóstico de esquizofrenia en su hijo cuando tenía 18 años; ahora las asociaciones tratan de montar una fundación

19 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La esquizofrenia cambió su vida de arriba abajo. Leopoldo Robla recuerda que cuando su hijo sufrió el primer brote, a los 18 años, «todas las expectativas se vinieron abajo». El chaval estudiaba COU, el curso anterior a la universidad, y la aparición de la enfermedad mental fue un golpe duro en la familia.

Su condición le impidió rendir como estudiante. Se formó cuanto pudo pero nunca llegó a conseguir un puesto de trabajo. Han pasado ya más de veinte años. «Él no tiene la vida de una persona de 40 años, pero dentro de su vida, es bastante feliz y está adaptado a su situación», explica; «muchas veces en la vida pasa eso: tienes unas expectativas y, si no se pueden cumplir, te adaptas y vives más tranquilo».

Los psiquiatras y psicólogos detectan un bum de casos de salud mental, pero no son casos como el de Leopoldo, sino enfermedades habitualmente consideradas leves o moderadas. La explosión de casos está sobre todo en la ansiedad o la depresión. Son importantes, pero los trastornos mentales graves siguen estando ahí, siempre bajo la manta de un estigma mayor. Se mantienen estables y con problemas similares a los que ya tenían.

Antes de ese brote inicial del hijo de Leopoldo, nadie había llegado a un diagnóstico claro, aunque sí había algunos signos que indicaban que pasaba algo. En ocasiones interpretaba la realidad de forma extraña. Tras el brote, «fue atendido rápidamente, algo que no siempre ocurre, porque hay situaciones que a veces se confunden con problemas de la adolescencia», explica. Esa intervención temprana «le evitó pasar por situaciones más complicadas», si bien ha tenido que estar ingresado en el hospital en varias ocasiones. Ahora atraviesa una situación estable.

Leopoldo Robla, que fue profesor, es ahora uno de tantos padres que se ven envejecer y temen por el futuro de sus hijos. «No hay infraestructuras adecuadas y hay muy pocas residencias», dice. Buena parte de la atención a los pacientes de trastornos mentales descansa sobre las asociaciones. Él preside Doa Saúde Mental, que tiene dos centros de rehabilitación (en Vigo y Cangas), así como siete pisos protegidos donde viven 34 usuarios (en distintos municipios) para fomentar su autonomía.

El servicio de psiquiatría del área sanitaria deriva a los enfermos a los centros y a los pisos. Doa también ha puesto en marcha un programa de intervención precoz en jóvenes que sufren algún episodio psicótico. «Se trata de facilitar a las familias y a los afectados el abordaje de estas situaciones para mantenerlos en su entorno familiar», explica, y con el objetivo de atajar cuanto antes los problemas. También tienen un programa de prevención del suicidio.

Las asociaciones, federadas en Feafes Galicia, están tratando de sacar adelante una fundación que se ocupe de proteger a las personas con una discapacidad por un problema de salud mental cuando ya no tengan a sus familias. Ya no es solo una cuestión de dónde van a vivir, de si hay una plaza en una residencia o de si pueden incluso vivir por su cuenta, sino de alguien con unas funciones parecidas a las de un tutor. Una ley estatal del 2021 dio más independencia a las personas adultas con discapacidad a nivel jurídico. Pero existe la figura del curador, para ejercer la tutela legal de estas personas en determinadas situaciones. En salud mental, las familias detectan que esto no está cubierto y por eso quieren crear una fundación que se ocupe de hacer de curador a efectos legales y que pueda tomar decisiones.

Es un problema complejo. Aunque un enfermo esté estable y lleve una vida más o menos autónoma, aunque tenga detrás una pequeña red de protección como la que da una asociación, en ocasiones la enfermedad le ha impedido desarrollar habilidades sociales y cognitivas. Pero al mismo tiempo es un adulto, con capacidad legal para tomar sus decisiones. «A mi hijo, las crisis lo volvieron muy de encerrarse en sí mismo», explica Leopoldo Robla, que asegura que pertenecer a Doa le ha permitido aceptar su situación vital.