Una mujer maltratada, con depresión y sin ingresos: «No me reconozco ni delante del espejo»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

M.MORALEJO

Consiguió escapar de su exmarido, lleva veinte años con depresión y ahora relata cómo es su vida con la enfermedad; «lo peor es la incomprensión», dice

21 feb 2023 . Actualizado a las 00:15 h.

Esta mujer de 60 años, que en otro tiempo fue alegre, sociable y dicharachera, que trabajaba en un hospital y que tenía ganas de vivir, no sabe a quién pertenece la imagen que le devuelve el espejo algunas mañanas y algunas tardes. «No me reconozco, pero ni siquiera delante del espejo, porque no soy yo», dice, «no soy yo». Imprime un titánico esfuerzo a la cotidiana tarea de seguir adelante. De vivir. «Hay algo aquí que se está apagando, es como si supieras que por dentro te estás muriendo», detalla.

Lleva veinte años en tratamiento psiquiátrico. Convive con un fantasma, al que a veces quiere y al que a veces odia. Ese fantasma se llama depresión. Ha tenido altos y bajos. Ha vivido dos ingresos hospitalarios, uno de ellos con orden judicial. Ha salido del pozo y ha vuelto a meterse. Lleva un tiempo en una fase de bajón. Estos últimos meses no han sido fáciles. Hace poco, esta mujer —que habla bajo la condición del anonimato— dejó de percibir ningún ingreso. Antes tenía una ayuda pública, pero lleva semanas sin cobrar nada por un problema burocrático.

La asociación de salud mental Avelaíña la ayuda con terapia psicológica y con los trámites para recuperar la ayuda, pero sus circunstancias personales han impactado de forma clara en el curso de su enfermedad. Al aislamiento que provoca la depresión, a las ganas de no hacer nada, a la incomprensión, a los negros nubarrones que ensombrecen cada día, se suma ahora la incertidumbre por la situación económica.

La vida no se lo ha puesto fácil. Esta mujer reconoce que siempre tuvo tendencia a que un estado de ánimo bajo se instalase en ella. Pero la depresión es algo distinto. «No ves nada, solo quieres aislarte. Y te vas metiendo ahí, en un agujero del que luego no sabes cómo salir», describe.

Hace años, esta mujer tuvo que abandonar su vida, escapando de su expareja. Sufría malos tratos constantes. En una de esas ocasiones, él estaba borracho y le propinó una paliza. Ella estaba embarazada. Perdió al bebé. No ha vuelto a tener hijos. Reunió las fuerzas suficientes como para plantarle cara y poner fin a la relación. Acudió a los tribunales. Ahí volaron sus ahorros. Logró una orden de alejamiento. «No valen para nada, porque se las saltan. A mí esta persona me estuvo persiguiendo dos años», dice. Vivía en otra comunidad autónoma. La persecución fue tan grande que tuvo que huir. Dejó su trabajo, su casa y su vida, que le gustaba, y escapó. «Era mi vida o irme», cuenta.

Vivió en diferentes sitios hasta llegar a Galicia. En estos años después de su huida ha intentado volver a trabajar, pero no lo ha conseguido más que de forma esporádica. Un accidente le afectó a su salud física. Y después está su salud mental. Le encantaría recuperar su profesión de sanitaria, pero reconoce que no ha sido capaz.

Parece claro que, aunque tenía una tendencia al bajón emocional, las experiencias vitales han contribuido a hundirla en el pozo. «Te vuelves más débil, más vulnerable, con más dolor», relata.

Pero nada le ha hecho tanto daño como la incomprensión. Ha tenido que explicar demasiadas veces lo que le ocurre, también a los suyos, y sabe que aun así no la entienden. «La incomprensión es lo que más duele, con lo que más cuesta vivir, más que la propia enfermedad», explica, «porque siempre es la misma frase: ‘‘No, es que está loca’’, y ese resumen, esas cuatro letras, esa palabra tan cortita, intenta englobar todo lo que tú sientes, lo que padeces, lo que sufres. Todo. Lo que no pueden entender lo engloban solo en esa palabra: ‘‘No, es que está loca’’».

Las personas que trabajan con enfermos de salud mental llevan desde el principio de los tiempos luchando contra el estigma. Y esta mujer que insiste en pedir el anonimato lo ha notado por todas partes. También entre el personal sanitario. «Vas al médico y dice: ‘‘Ah, tú estás en tratamiento psiquiátrico’’. Ya le pone esas comillas, que marcan».

Tiene pánico a volver a estar ingresada por una recaída. Pero no tanto por el ingreso como por el alta. Cuando estaba en el hospital, dice, «no era nada». «Lo peor es volver a la realidad, quedas marcada. Si le comentas a alguien que has estado ingresada es un horror, un estigma. No lo quiero vivir una tercera vez...», dice, «si es posible». Por eso pidió ayuda.

La trata un psiquiatra de una unidad de salud mental y también la asociación Avelaíña, que le ofrece apoyo psicológico personal, talleres con otras personas enfermas y también una trabajadora social que trata de ayudarle con los trámites para recuperar una ayuda pública. Ella asegura que en la asociación ha encontrado «una mano, una sonrisa, una palabra... vida».

En su relato va asomando a veces la mujer que fue. Sonríe con calidez mientras enjuga las lágrimas. Su psicóloga dice que es una persona muy habladora. Suele llorar en terapia, pero también se muestra divertida. A veces deja escapar alguna nota de humor.

—La vida no se lo ha puesto fácil...

—No, la verdad es que no. Tuve unos años muy felices en mi vida. Pero luego, ¡ostras! Yo al de arriba le digo: «Afloja, afloja». Pero de vez en cuando aprieta, aprieta.

Esta mujer de 60 años, que en otro tiempo fue alegre, sociable y dicharachera, que trabajaba en un hospital y que tenía ganas de vivir, que a veces no sabe a quién pertenece la imagen que le devuelve el espejo, quiere volver a ser una mujer alegre, sociable y dicharachera, con ganas de vivir y con una imagen en el espejo. Trabaja para ello. Convive con un fantasma que probablemente nunca se marche. Y ahora solo le pide una cosa a la vida: «Vivirla con paz. No ambiciono nada más. Paz, solamente paz».