La vida con trastorno bipolar: «Mi cerebro iba a toda velocidad, no podía dormir»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

Victoria, en el centro, rodeada por sus amigas (de izquierda a derecha) Mar, Gloria, Amalia y Julia
Victoria, en el centro, rodeada por sus amigas (de izquierda a derecha) Mar, Gloria, Amalia y Julia M.MORALEJO

Victoria Mena es paciente crónica, un colectivo muy incomprendido que ya estaba ahí antes de esta explosión de casos de enfermedades mentales; cuenta cómo es su día a día y cómo llevar 25 años quedando una vez a la semana con sus amigas la ha ayudado

12 feb 2023 . Actualizado a las 13:48 h.

Esas cinco señoras que cada semana se reúnen en torno a una mesa en una cafetería del centro no lo saben, pero son un estudio epidemiológico. Los datos del Sergas dicen que una de cada cinco personas va a padecer un trastorno mental en su vida. Una tarde por semana, en una mesa de Rosalía de Castro de Vigo, esa persona es Victoria Mera y las que completan este pequeño estudio son Mar, Gloria, Amalia y Julia.

Ese café le da la vida a Vicky. «Quedamos desde hace 25 años un día a la semana, cuatro no tienen enfermedad mental y una sí», resume Victoria, «pero no tenemos eso en común, lo que tenemos en común es que somos madres». Se conocieron en el colegio de sus hijos. Ella tiene trastorno bipolar, una enfermedad que provoca que el estado de ánimo transite de lo eufórico a lo depresivo y viceversa, en su caso más hacia el bajón emocional. Se lo diagnosticaron a los 31 años. Ya llevaba diez afectada, pero mal diagnosticada. El nuevo diagnóstico no arregló el problema, pero le permitió asumirlo y «ser persona». Ahora tiene 56. Es una paciente crónica de una enfermedad grave, una realidad que ya estaba ahí antes de la pandemia.

Cree que su cabeza se rompió por el estrés. De joven tenía dos trabajos y por las noches estudiaba. Vivía en Churruca en aquel momento en que Churruca era Churruca, así que apenas dormía. «Mi cerebro se desconectaba y empezaba a trabajar a toda velocidad... y yo no podía dormir», dice. Estudió y trabajó en mil cosas: técnica de radiodiagnóstico, técnica de anatomía patológica, oficial de jardinería, inspectora técnica sanitaria, agente comercial, asistenta, cuidadora de niños, de mayores, comercio... «La bipolaridad te da mucha energía, hay momentos en que estás como una moto», se excusa.

Victoria es una metralleta de anécdotas. Relata su historial médico a la velocidad del rayo. Cuenta que perdió gran parte de la audición por sendos tumores en los oídos, que hace tres años sufrió un ictus, y suelta de golpe los signos de alarma del infarto cerebral, que los neurólogos llaman las 5 F ,«faciana, fala, forza...», pero es imposible seguirla porque ya está explicando que le hicieron un tac y vieron un tumor en el corazón que le obligó a implantarse un marcapasos. «Me dicen que me sentó bien el ictus porque me río más. Tengo de todo menos dinero», suelta, y se parte de risa.

Sus bajones llegan poco a poco. «Empiezas por hablar menos, por moverte menos dentro de casa, por recoger menos, por llamar menos y escribir más wasaps, y luego ni eso...». Su receta para salir de ahí es la disciplina. «Si no te apetece salir, es que tienes que salir», dice. Porque, reflexiona, «la gente está más sola que la puñeta».

Le gustaría trabajar. Vive «de una pensión no deseada». Acude a la asociación Doa, que organiza todo tipo de actividades para enfermos crónicos.

—¿Qué le pides a la vida?

—Le pido morir con alguien que me dé la mano. A poder ser, mi hijo Víctor.

En muchas otras mesas, también hay cinco personas.