
El portero del Reconquista de balonmano Raúl Pérez está de vuelta después de haber superado un cáncer de colon del que fue operado en abril a los 25 años
02 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.A sus 25 años, deportista y sin síntomas, la noticia de que padecía un cáncer de colon dejó a Raúl Pérez «frío». Fue hace camino de un año cuando el guardameta del Reconquista vigués de balonmano supo lo que le ocurría. Tuvo que pasar por quirófano, recibir quimioterapia preventiva y estar un tiempo alejado de las pistas, a las que ya ha regresado. Coincidiendo con la semana en la que se conmemora el Día Mundial contra el Cáncer, este vigués, enfermero en el hospital Álvaro Cunqueiro, no tiene reparo en contar su experiencia: «El cáncer no tiene que ser tabú», proclama.
A Pérez su cuerpo no le había enviado ninguna señal de la dolencia cuando le fue descubierta. Un diagnóstico temprano que hizo que las perspectivas fueran buenas. «No notaba nada. Ya tenía era colitis ulcerosa, una enfermedad por la que tienes úlceras en el intestino grueso», detalla. Debido a este problema, se hace chequeos frecuentes y en uno se le detectó. «La analítica salió regular, aunque nada alarmante. Sin embargo, me hicieron una colonoscopia y vieron que estaba limpio, pero tenía cáncer en el colón transverso», recuerda.
Por su profesión, acumulaba experiencia trabajando con gente que recibía quimioterapia y que había tenido que hacer frente a noticias similares o peores. «Cuando te lo dicen a ti piensas: ‘Me tocó. No puede ser...’. Pero toca asimilarlo y llevarlo lo mejor posible», señala. Sabe que a su edad es raro tener que encarar este problema de salud, pero en su caso, «puede ser genético por parte paterna», ya que tiene parientes que ya lo padecieron. «Lo están estudiando y a ver qué dicen los resultados».
Ya con el diagnóstico, y hasta que fue intervenido dos meses después, siguió con su rutina. «Al día siguiente, viajé a Lanzarote para jugar. Es cierto que no fue mi mejor partido, porque mentalmente igual no estaba para salir de titular», admite. En ese momento, solo el cuerpo técnico estaba al tanto de lo que le ocurría. «Sin dolores ni síntomas, nada me impedía hacer vida normal. No dejé de jugar ni de trabajar hasta poco antes de la operación. Tres días antes, tuve una guardia de noche», rememora.
A sus compañeros se lo hizo saber después de un entrenamiento un mes antes de la intervención. «Los reuní en el vestuario y se lo expliqué. Se quedaron tristones», cuenta. El peor momento para él fue comunicárselo a su madre. «Se echó a llorar. Yo intentaba hacerme el fuerte con ella, pero cuando llamé a mi hermana, que también es sanitaria y vive fuera, lloré como un niño», relata. Transcurrieron alrededor de dos meses hasta el paso por quirófano, ya que era prioritario.
Tres o cuatro días malos
Pasó «tres o cuatro días malos», en los que se sintió «tristón y bajo» de ánimo, pero lo aceptó pronto. «Tienes que pasarlo y no vale de nada darle vueltas a la cabeza y amargarte tú solo», reflexiona. Además, tenía un buen diagnóstico al que agarrarse: el tumor no era muy grande ni había metástasis. «Me dijeron que tenía que pasar por taller, me lo quitaban y listo. Aunque luego también me tuvieron que quitar el intestino», revela.
Se sometió a la operación el 21 de abril y le tocó vivir «un posoperatorio complicado». Casi tiene que ser intervenido una segunda vez, pero finalmente, pudo evitarse. Él asegura que, aunque a la gente le sorprenda, no sintió miedo, y eso que nunca antes había estado en un quirófano como paciente. «Sabía que me rodeaba un equipo médico muy bueno», dice.
Una vez operado, el tribunal médico analizó el intestino y los pólipos y le recomendaron quimioterapia por prevención. «Mi oncóloga me dijo que si no quería, no pasaba nada, pero que no me iba a hacer mal. Eran un par de meses. Ella es la que sabe cómo funciona, así que dije: ‘Me la pongo y ya está’». Terminó el 8 de agosto y ese día, se fue al gimnasio. «Empecé la pretemporada con la quimio puesta», confiesa. En su caso, el tratamiento no le impidió hacer vida normal y fue, dentro de lo que cabe, llevadero.
Con secuelas respiratorias y en el camino para volver a ser el mismo
Aunque la experiencia de Raúl Pérez con la quimioterapia fue llevadera, otra cosa ha sido la vuelta a la competición. Va poco a poco y, aunque le han dicho que volverá a ser el mismo, aún no es así. «El primer partido me sentí raro, muy cansado. La quimio me ha dejado secuelas respiratorias, pero estoy bien. Tenía muchas ganas de recuperar mi mejor versión. Por ahora, estoy jugando poquito, tratando de hacerlo lo mejor posible», apunta.
El cansancio persiste, sobre todo a la hora de realizar algunos ejercicios aeróbicos. «A nivel pulmonar, noto esa fatiga mucho antes que el año pasado. Ejercicios que hacía sin problema me cuestan más, pero me dicen que es cuestión de adaptarse, con tranquilidad». Él tiene claro que quiere seguir siendo uno más. «Les dije a los entrenadores que me traten como a los demás. No quiero ser el pobrecito. He tenido esto, lo he pasado y ya está».
Agradece el apoyo que ha percibido en todo momento por parte del club y de sus compañeros, que le recibieron con los brazos abiertos ya antes de reincorporarse. «El mismo día que me dieron el alta, aparecí por el pabellón. El día que casi me operan de nuevo, mis padres se lo habían contado y estaba un poco chafados». Reconoce que en ese momento llegó a estar «jodido», pero todo ha quedado atrás.
A veces, en su puesto de enfermero, le vienen a la mente esos episodios más duros de la enfermedad. «El primer día, me agobié al entrar en la habitación de un paciente. Pensé: ‘Yo aquí lo he pasado mal...’. Pero por lo demás, bien». Aunque vivir algo así te hace más fuerte, no cree que haya cambiado mucho. «Sí te hace pensar más en que la vida es muy corta y hay que intentar disfrutarla mucho más».