Las chicas de oro de Vigo que aman el teatro «caiga quien caiga»

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO

XOAN CARLOS GIL

Siete amigas abonadas a la programación de Afundación reclaman a la entidad que salve las barreras que las empiezan a alejar de las butacas por problemas de movilidad

12 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace 17 años que Aránzazu Legorburu Juaristi, de 83, acude religiosamente al Teatro Afundación. Reconoce que siempre le gustó, pero cuando las circunstancias de la vida se lo permitieron, cuando falleció su marido, recién jubilada y sus hijos criados, se abonó a la temporada teatral y no se pierde ni una obra, caiga quien caiga. El problema es que desde hace un tiempo, la frase hecha está empezando a darle miedo por si se hace realidad y alguien se acaba cayendo de verdad.

Desde hace unos años es una espectadora fiel que acude al teatro acompañada de sus amigas Isabel, María del Carmen, Diana, Leticia, Ángeles y Manoli, con las que comparte afición por las tablas. «Éramos ocho, pero esta temporada se dio de baja la mayor de todas, Tere». Su amiga tiene 91 años y tras pensárselo mucho, decidió dejar de acudir al teatro vigués, magnífico en su arquitectura y sin competencia en la ciudad en cuanto a la amplia oferta y calidad de su programación del género, pero con un problema estructural que se convierte en una montaña insalvable para personas con movilidad reducida. «Ha dejado de venir por culpa de las escaleras», cuenta Aranchi, que es como llaman familiarmente a esta mujer nacida en Zarauz que lleva residiendo en Vigo 57 años, desde que se trasladó con su esposo a la ciudad, cuando le contrataron como técnico en Citroën.

La configuración del edificio reconstruido por Antonio Palacios en 1927 y reformado en los años 70 por Desiderio Pernas es de una belleza majestuosa pero conseguir llegar a sus butacas es un incordio tanto para espectadores de edad avanzada a los que les fallan las fuerzas y el equilibro, como para quienes necesitan silla de ruedas para desplazarse.

En el grupo de mujeres que disfrutan de la cultura a través del teatro está también Leticia. La más joven de grupo, hija de otra amiga, padece esclerosis múltiple. Se desplaza en moto adaptada, y aunque con dificultad, con bastón y con ayuda, puede alcanzar su asiento en el teatro vigués y dejar el vehículo en un espacio que la entidad sí ofrece para estos casos.

Aranchi y sus amigas han pedido «mil veces, por escrito, por teléfono y en directo» que en Afundación «hagan algo para eliminar las barreras arquitectónicas que convierten el hecho de ir al teatro en un deporte de riesgo. «Una vez, hace años, nos respondieron por correo electrónico diciendo que no podían hacer nada porque es un edificio histórico», asegura. Pero no comprende por qué «todos los edificios públicos toman medidas para mejorar su accesibilidad y aquí, no», se pregunta. «La escalinata exterior no tiene pasamanos. ¿Cómo las salvas? Tampoco lo tienen las primeras escaleras de la escalera principal, que tiene muchísimos escalones y cada vez nos cuesta más subir», reconoce.

El asunto se complica porque desde el hall al patio de butacas no llega al ascensor, que en cambio, sí sube hasta las plantas superiores, donde están los anfiteatros. «No hay modo de acceder para las personas que van en silla de ruedas a no ser tengan a alguien que les ayude a subir», indica la mujer, que a base de ser una espectadora tan constante, se ha convertido en una auténtica experta. «Semiexperta», corrige, y se lamenta de que «no nos cuidan nada», pero reconoce que en algo les han hecho caso: «Ahora oímos bien. Casi todos somos mayores, estamos un poco sordos y nos hemos hartado de llamar para que subieran el volumen. Al fin lo han hecho», valora.

También se quejaron en el Auditorio Mar de Vigo porque no había pasamanos en las escaleras. «Y lo pusieron, pero no es tanto problema porque ellos sí tienen ascensor desde la calle, cuenta sobre este espacio al que irán hoy a Ver el musical El Médico, «aunque tiene muy mala acústica, pero es lo que hay», lamenta.

Aranchi argumenta que la mayor parte de las personas que van al teatro son mayores, «hay pocos jóvenes, alguno hay, pero la mayoría somos veteranos. Antes no nos preocupaba, pero ahora es una dificultad que va a más». La semana que viene, el grupo incombustible acudirá a ver el nuevo montaje de Els Joglars. «Los he visto muchas veces, pero siempre sorprenden», afirma.

A lo largo de su experiencia, la aficionada ha percibido un detalle: «Que antes las compañías tenían grandes elencos, y ahora es raro que haya alguna obra que tenga más de tres personajes».

Desde la entidad recuerdan que el edificio tiene una gran complejidad dada por el momento en que se construyó ya que, por ejemplo, el ascensor parte del patio de butacas, en lugar de la planta baja porque no existe hueco hasta la planta de entrada. Por eso el acceso para personas con movilidad reducida es por el lateral del teatro, mediante rampa y ascensor para el primer anfiteatro. «Por nuestra parte estamos abordando en su conjunto desde hace tiempo toda la infraestructura y hemos dado pasos con obras de mejora durante la pandemia, pero requiere una intervención muy compleja que se tiene que analizar desde la perspectiva de protección patrimonial del edificio», indican.