La cuarta dosis llega a los vacunódromos con resignación: «Era mejor en el centro de salud»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

Sillas de ruedas, muletas y, sobre todo, muchos acompañantes en la nueva inyección contra el coronavirus

08 oct 2022 . Actualizado a las 04:28 h.

Este viernes por la mañana, Eva Rodríguez, 89 años, se levantó en Goián (Tomiño), acompañó a su cuñado (87 años, silla de ruedas) a la consulta de control del Sintrom, en el centro de salud del municipio; después, ambos se montaron en el coche del yerno de Eva y pusieron rumbo a Vigo, para recibir la cuarta dosis de la vacuna del coronavirus. Ella lo lleva con humor. «¿La vacuna? ¡Ay, que Dios nos guarde!», se ríe. Su yerno lo lleva con más resignación, dentro de su ruta sanitaria como taxista ocasional. «Venimos aquí porque nos mandan», dice en el vestíbulo del Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, «pero lo ideal era sería ir al centro de salud». Es un trayecto de 40 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, con parada en el centro de salud donde sí les pusieron las dosis anteriores de la vacuna anticovid, pero no la cuarta.

Son los que reestrenan los vacunódromos gallegos. En Vigo está instalado provisionalmente en el Álvaro Cunqueiro, porque la celebración de Conxemar ha impedido montarlo en el Ifevi, como siempre. Allí reabrirá el día 17. En el Cunqueiro hay diez puestos de vacunación y se cita a 3.000 personas cada día, con festivos y fines de semana incluidos, mañana y tarde. Y el de hoy es el día de los acompañantes.

Salud Pérez, de 85 años, va en silla de ruedas. «Esto es un poco lejos, las otras veces me vacunaron en el centro de salud de Redondela, debía ser allí», dice. Lucila García, de 90, también en silla de ruedas, cogió un taxi desde el centro de Vigo con sus familiares. «¡Yo soy de Ponteareas y me mandan aquí!», se queja una señora que agarra las muletas y se escapa a toda prisa (es un decir) porque es su turno. También resignada, María del Carmen Crispín aguarda en la cola en su silla de ruedas, con su hijo. «Si hay que ponerse la vacuna...». Debe de ser una de las personas más jóvenes que se vacunan hoy. 81 años. En realidad, su cita era para la próxima semana, pero justo este viernes una consulta con el cardiólogo y le dejan aprovechar para ponerse la inyección. «Para las personas con movilidad reducida es difícil venir», confirma el hijo.

Una de las mayores es Argentina Fernández, de cien años. «Nunca fue a ninguna urgencia», presume su sobrina, hablando con el gerente del área sanitaria, Javier Puente, que abre los ojos incrédulo. «Estaba un poco asustada de tener que venir hasta aquí», dice la mujer, sentada en una silla de ruedas, «porque las piernas me fallan». Cogió un taxi con su sobrina y una cuidadora porque le llegó el mensaje con la cita, pero prefería que fuesen a casa a ponerle la inyección. No está segura de si ya padeció el covid. «Es que a esta edad, muchas veces se está mal», confía, «y cuando tuve algún catarro no sabía si fue por el virus». Dos años después de que el primer caso llegase a Galicia, cuando ya las mascarillas han quedado arrinconadas y las letras PCR han desaparecido de la conversación pública, la expresión «el virus» sigue sin dejar lugar a las dudas.

En el párking del Cunqueiro la primera media hora es gratuita, así que la mayoría se libra de pagar. El gerente explica que se ha acotado una zona solo para la vacunación, que queda justo debajo del vestíbulo principal, para facilitar todo el tránsito, y una persona dirige a los conductores en la puerta del aparcamiento. Además de los 3.000 que están citados hoy, otras 700 personas reciben el pinchazo en su casa. Se ofrece a todo el mundo la vacuna del coronavirus y la de la gripe. Ayer concluyó la administración de las inyecciones en las residencias, con 3.800 usuarios, y la experiencia dice que la participación es mayor en la antigripal: «Aproximadamente, el 97 % en la de la gripe y el 92 % en la del coronavirus», dice Javier Puente, que explica que hay gente que no se pone la del covid-19 porque padeció hace poco la enfermedad. 

Esto, sumado al desplazamiento al hospital, hace que la participación en el primer día sea escasa.

Aunque no a todo el mundo le parece mal el desplazamiento. Manuel (95 años) viene con su mujer desde Caldelas (Tui), ambos en sillas de ruedas. La hija de la pareja y su marido ejercen de chóferes. «El centro de salud [de Tui] nos queda más cerca, pero ya tenemos que coger el coche, así que no nos importa andar un poco más», dice el yerno.

Este colectivo de sillas de ruedas y muletas acude al mandato de las autoridades sanitarias por cuarta vez. Pero todavía hay quien llega con cierta ilusión. «¿Pero me pinchaste ya?», dice Carmen Figueroa (88 años) a la enfermera, con el ARN mensajero corriendo ya hacia sus células para comenzar la producción masiva de anticuerpos, algo que tarda dos semanas en lograr. Llega de Redondela con una de sus seis hijos, que la trae en coche. «Estamos acostumbrados a venir a Vigo, no nos cuesta tanto», dicen. Carmen tuvo el coronavirus, pero no se enteró. Se hizo una prueba después de un positivo en su casa y descubrió que estaba infectada, pero no lo notó. Fue después de vacunarse, aclara.

También lo tuvo Alfredo Rodríguez (86), uno de los pocos que vienen solos a recibir la cuarta dosis. «Sí que lo tuve, pero no me enteré», dice, con la cuarta dosis recién inyectada. «Está todo muy bien organizado», aplaude. En el hospital hay un circuito para que los pacientes hagan cola y se han instalado una decena de cabinas donde cada enfermera explica a los usuarios cómo es la vacuna, les pregunta si pasaron el covid y les ofrece también la inyección antigripal.

Decenas de taxis han tomado los viales del hospital.