De alumno a maestro en el Chapela

Míriam Vázquez Fraga VIGO / LA VOZ

VIGO

M.MORALEJO

Comenzó a los seis años en el club redondelano, donde entrena a niños de esa edad desde hace veinte

11 jul 2022 . Actualizado a las 09:30 h.

Tenía seis años cuando comenzó a jugar al fútbol en el Chapela y, desde hace unos cuantos, es él el que entrena a niños de esa edad en el mismo club. Una entidad que considera su casa. A Ignacio Caride Rodríguez todo el mundo le conoce como Fabi porque de niño era fan del excéltico Fabiano. Y aunque solo tiene 37, se ha convertido en una institución del club de su vida.

Recuerda que jugó hasta los 18 o 19 años, pero para entonces ya había comenzado a ejercer de técnico. «Empecé en el fútbol sala con los pequeñitos, era uno de esos niños y acabé entrenándolos», rememora. Otro preparador del club le animó a probar junto a él y a partir de este momento siempre ha estado «ligado a los pequeñajos» y al club redondelano, que ha compaginado con otros proyectos futbolísticos, pero sin dejarlo en ningún momento.

Cuenta que lo suyo con la faceta de entrenador de los que empiezan fue «amor a primera vista». «Me sentí cómodo, vi que estar con los niños era lo que de verdad me gustaba», relata. Recuerda de aquella época en que empezaba que «cuando eres un chaval de 18 años, casi juegas más con ellos que enseñarles. Cometes muchos errores, te equivocas, pero ya ves que te gusta y con el tiempo, vas mejorando», reflexiona.

Destaca que la gente que le rodeaba en ese momento y que le ayudó a familiarizarse con el rol de entrenador fue clave para que se sintiera como pez en el agua desde el primer momento. «Es importante que te enseñen y te dejen libertad, pero también que cuando te equivoques, te lo digan», precisa. En su caso, agradece que le ayudaron a «ir dando pasos y asumir responsabilidades» sin sentirse «agobiado».

Llegó a jugar en el equipo sénior —su único año— mientras llevaba a sus pequeñitos de siempre y ayudaba como segundo entrenador de los cadetes. «Estaba todo el día metido en el campo, que es mi casa», insiste. Y aclara que el hecho de dejar de jugar no tuvo que ver con esa carga de trabajo, sino con que veía que aquello no era lo suyo al tiempo que descubría que los banquillos sí.

Pese a la pasión que muestra por lo que hace, admite que hay algunos momentos complejos, pero asegura que son «puntuales». «A veces te ves solo con 30 niños y te puedes agobiar un poco, pero no veo nada malo más allá de eso. Nunca he tenido ningún episodio desagradable. Ni con padres ni con nadie», señala Caride.

En cuanto a lo positivo, empieza y no termina. «Lo más agradecido es que llegas a casa después de estar con niños de cinco años y te das cuenta de que no solo ellos aprenden de ti, sino que tú también de ellos», dice. Disfruta al ver cómo avanzan y lo pasan bien, pero no solo eso: «Te hacen ser mejor, te sacan una sonrisa y te hacen sentir vivo. Tienes que improvisar continuamente», constata. Añade que todo esto le llena, le suma y le da energía.

Un aspecto en el que percibe que se está trabajando y que tampoco resulta fácil gestionar con niños de tan corta edad son las goleadas que se dan a veces en estas categorías. «Trato de que entiendan que el resultado son números, pero que no tienen que ver con que se diviertan ni con que vayan a ser mejores o peores. Es un juego», comenta. Les inculca que traten de hacerlo lo mejor posible, ganen o pierdan. «Evidentemente, cuando ganas te alegras más, pero perder no puede suponer una frustración», argumenta.

Su método de trabajo pasa por «buscar pequeños objetivos cercanos» para los chavales que vean que pueden conseguir si se esfuerzan. «Si no estás pasando de medio campo, hacerlo una vez; si el gol está cerca, intentar marcar independientemente de cuántos goles lleve el rival; si lo que trabajas en los entrenamientos es control y pase, que lo hagan en el partido», ejemplifica Fabi. Autocrítico consigo mismo, también apunta que, aunque con él juegan todos, puede haber algún despiste que le lleve a ser injusto. «Como entran y salen del campo, igual se te queda uno enganchado que lo ibas a sacar otra vez y justo pita el árbitro el final del partido».

En el propio Chapela ha entrenado a otras categorías y también ha colaborado en facetas relacionadas con la directiva. «Siempre estoy para echar una mano en lo que haga falta, intento colaborar en todo lo que pueda. El Chapela es mi casa desde los seis años y estoy muy agradecido a todas las directivas que, con sus errores y sus aciertos, han pasado por aquí».

Aunque principalmente se siente entrenador, ha ejercido de delegado y de lo que ha ido surgiendo, ya fuera de forma continuada o puntual ante imprevistos. «No estoy dentro de la directiva como tal, pero saben que pueden contar conmigo para cualquier cosa. Si me piden opinión, asesoro en lo que puedo», indica. Además, la relación con el Chapela también le viene de familia, pues su padre llevó la cantina y su hermano también jugó en el club.

En estos más de 20 años que lleva, nunca ha sentido la necesidad de un parón. Únicamente se ha tomado algún respiro obligado por incompatibilidades laborales. Si por el fuera, como repite, para el Chapela siempre hay tiempo.