Es mucha gente. Están en una sala sin ventilar. No hay distancia de seguridad. En la imagen, no se atisban mascarillas sobre la mesa. Tampoco en las manos. Solo hay dos. La ministra parece cubrir con su mano una mascarilla quirúrgica azul que rompería la muy normal estética de la instantánea si fuese visible. Junto a la subdelegada del Gobierno en Pontevedra (al fondo de la mesa, en el lado derecho) parece haber una FFP2 que se camufla entre el blanco de los papeles. Una persona que asistió a la escena dice que en el momento aseguraron que retiraban el cubrebocas «solo para la foto». Para esa mínima fracción de tiempo ante las cámaras, seguramente los otros nueve políticos prefirieron poner a buen recaudo el principal elemento de protección contra el coronavirus, probablemente en el bolsillo interior de la chaqueta, en el fondo de la cartera o bajo los papeles de algún cajón. El típico lugar para dejar algo durante un momentito.
El Real Decreto 115/2022, del 8 de febrero, solo marca tres excepciones para la obligación del uso de la mascarilla en los espacios cerrados de uso público: que la persona padezca una enfermedad respiratoria o dependencia que le impida llevarla, que esté en un lugar de uso público que forma parte de su domicilio (como en las residencias de ancianos) o que se trate de actividades en las que «el uso de la mascarilla resulte incompatible» con su naturaleza. Un ejemplo de esto último es dar un concierto de trompa: es incompatible llevar mascarilla y pegar los labios a la boquilla para soplar. Otro ejemplo es posar sonriente para una foto política: es incompatible mostrar los dientes a la cámara y cumplir la obligación de llevar la boca tapada con una tela.