El Ifevi se convierte en una romería en honor a la Santa Vacuna

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

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Unos churros tras el banderillazo, el cupón de la ONCE, patatas de A Limia, rosquillas o cestos son algunos de los productos que se ofrecen en las inmediaciones

10 ene 2022 . Actualizado a las 15:08 h.

Desde los orígenes del comercio, que los historiadores sitúan en el neolítico, cuando tras el desarrollo de la agricultura las cosechas empezaron a intercambiarse con otros objetos en los que otras comunidades estaban especializadas, allá donde hay movimiento de gente, se sitúan los mercaderes.

En los últimos meses el mayor movimiento humano local, con permiso de Abel Caballero y su Navidad, se ubica en el entorno del Ifevi. El recinto ferial pegado al aeropuerto de Peinador es el espacio elegido por las autoridades sanitarias para poner a la población las vacunas contra el covid. Miles de personas transitan por ese entorno cada día que toca recibir la banderilla salvavidas.

A rebufo de ese flujo y ese ajetreo aparecen durante esta temporada comerciantes especializados en diferentes productos, que con su quehacer contribuyen a hacer que la aséptica visita tenga también su momento de recompensa o su decorado de normalidad, como si esa coreografía en la que participamos no pareciese el guion de una película de ciencia, sí, pero de ficción también.

El Ifevi, sin ferias, es un páramo. Pero no su entorno. Muchas de las personas que acuden a vacunarse hacen uso de servicios ambulantes que ya estaban antes de este ir y venir de recién inmunizados. Descubren de repente que pueden comprar rosquillas o patatas de A Limia mientras esperan el autobús. Un vendedor sitúa su mercancía hortícola en un camión al lado de la parada de Vitrasa, y dadas las frecuencias horarias de la compañía, da tiempo. Daría hasta para pelarlas, freírlas, hacer una tortilla y comérsela hasta que llega el L9-A.

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José cuenta que lleva colocando su mercancía por las inmediaciones desde hace dos años. Son casi las dos de la tarde y ya no le queda ni un saco. «Veñan o luns», emplaza a la clientela el vendedor, que las trae de Vilar de Barrio, localidad perteneciente de la comarca de A Limia donde nació, como las patatas de cuya procedencia informa en un enorme cartel. «Eu son o que máis vendo», se jacta el hombre. Él está en el punto de salida, pero es que al llegar, lo primero que se topa la caravana de ciudadanos citados por el Sergas es con la suerte. Además de contar con un remedio para la enfermedad, una vendedora de la ONCE despacha desde su carrito verde, números que añaden esperanza en otro tipo de fortuna, la económica. Que haya salud, pero por qué no también dinero. Amor no venden, que se sepa.

La fila de la procesión de San Vacunado del Covid remata su recorrido de vuelta a casa frente a un puesto de churros en una caravana, que son el premio extra, el subidón de azúcar con el que muchos se autopremian una vez cumplida la obligación sanitaria.

El puesto lo atiende Patricia Constantino, que solicitó permiso para instalarse para la campaña navideña pensando en la feria infantil Vigolandia, que finalmente se canceló. «Sin embargo, dadas las circunstancias me ofrecieron trabajar igual y aquí estamos», dice la mujer, que viene desde Pontecesures, mientras despacha churros recién hechos y rosquillas desde primerísima hora de la mañana. «De todas formas este puesto lo suele atender otro señor que no pudo venir y me dejaron a mí», aclara la profesional, que se lamenta de los terribles dos años que llevan casi sin poder levantar cabeza, al barrer el coronavirus todo tipo de eventos lúdicos.

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Un poco más lejos, casi donde Vigo y Mos se yuxtaponen, un enorme camión amarillo ofrece otro producto artesano. Manuel, un portugués que reside en Vigo desde niño, es el encargado del negocio en el que no solo se ocupa de las ventas, ya que él mismo se encarga de fabricar los cestos que vende. «Me enseñó mi padre», cuenta sobre los robustos capachos que elabora a partir de láminas de madera de pino engarzadas que después recubre con tela de saco. «La gente los suele llevar para, por ejemplo, meter patatas o leña», explica. A su lado también muestra botellas recubiertas de mimbre con un asa, labor de la que se ocupa su progenitor. «En el tamaño pequeño se usan sobre todo para aguardiente y también hacemos garrafones grandes, que son para el agua, que se conserva muy fresca», asegura.