Costura y ganchillo: las agujas de la abuela se ponen de moda

celia eiras VIGO / LA VOZ

VIGO

M.MORALEJO

Muchos jóvenes se adaptan a la nueva normalidad recuperando las manualidades textiles, que abstraen y ayudan a impulsar un consumo de ropa más sostenible

03 ago 2021 . Actualizado a las 00:26 h.

Calceta, ganchillo, bordado, costura, corte y confección; son técnicas que nos hacen recordar a nuestras abuelas y bisabuelas. Métodos de aguja que suenan a demodé con matices misóginos, y que se remontan a rutinas previas al monopolio de Inditex y la fast fashion. El tópico pervive, pero cada vez más gente, más jóvenes y más hombres se atreven a quebrantarlo.

«Cuando hemos abusado demasiado de algo durante mucho tiempo, hay mucha gente que se empieza a ir al otro extremo», comenta Patricia Fornos, ilustradora y profesora de bordado. Para ella, la tendencia comenzó a hacerse notar sutilmente hace «tres o cuatro años», pero la pandemia y el confinamiento supusieron un punto de inflexión. Se necesitaban fórmulas de entretenimiento, relajación y evasión que se pudiesen practicar sin salir de casa.

Durante la desescalada del año pasado, Antía Torre, de 21 años, se inició a la costura respondiendo a la demanda de mascarillas del momento: «Al principio cosía mascarillas a mano, pero como vi que me las empezaban a pedir mi familia y mis amigos, decidí comprarme una máquina de coser». Con las más de cien mascarillas que confeccionó, adquirió la suficiente destreza para empezar un proyecto más ambicioso. Sin tener ni idea de patronaje, decidió intentar hacerse un bolso de pana que vio en una tienda: «Cogí todas las medidas y me pasé varios días dibujando ideas en papel». Finalmente lo consiguió, y el resultado fue todo un éxito. «A mis amigas les encantó, así que les hice más bolsos», presume.

Una de las tendencias en redes que más sobresalió durante el confinamiento fueron los vídeos de chicas y chicos mostrado sus creaciones de crochet y calceta. Gracias a esta visibilidad en medios sociales como Instagram y Tik Tok, Julia Lopo, de 24 años, se empezó a interesar por el bordado en el confinamiento, pero lo dejó ir «porque no tenía ninguna forma de ir a la mercería y empezar». No fue hasta octubre, en medio de una «crisis existencial» cuando decidió dar el paso: con su madre, fue a comprar su primera tela, sus primeras madejas de hilo y su primer bastidor. Julia necesitaba algo que la «hiciese desconectar y focalizar la atención».

Hace cosa de dos meses, Julia paseaba con su madre y observó que los escaparates estaban abarrotados de prendas hechas a crochet a un precio «desorbitado»: «Me di cuenta de que no tenía necesidad de comprar esa ropa, que con un ovillo de lana y un tutorial de YouTube me lo podía hacer yo». A partir de ahí, comenzó a compartir en su cuenta de Instagram -@mindyourstitches- todas sus creaciones, incluso aceptando encargos.

A María García Freire, de 21 años, comenzar a ganchillar le sirvió para gestionar sus pensamientos, pero con un matiz diferente: «Me sirve para descansar, pero también para hacer más cosas al mismo tiempo, porque lo automatizo». María suele hacer ganchillo mientras atiende a las clases telemáticas de la universidad. Se quedó enganchada a esa «satisfacción personal» que le otorga la capacidad de hacerse su propia ropa. Como Marta Sanjiao, de 20 años, que le cogió la afición al gancho en enero, durante ese semiconfinamiento en el que «nos habían quitado ya cualquier posibilidad de ocio».

Curiosamente, por aquellas fechas, su padre, Luis, había comenzado a ir a clase de costura: «Mi madre siempre les ponía el cuello Mao a mis camisas, así que cuando ella faltó, decidí empezar a hacerlo yo». Y su hija no tardaría en apuntarse también, ávida por descubrir «otras posibilidades que no se pueden hacer en ganchillo, pero si con la costura y la tela».

Dos veces por semana, pasan la tarde en el Café-Costura Vigo, regentado por Arantxa Fontenla. En la pequeña academia -y «club social», como lo llama su dueña- se juntan grupos «de lo más variopinto», presume Fontenla. Estudiantes de diseño, hijas que se animan a acompañar a sus madres y, en los últimos años, varios chicos. Vittorio, que estudia filosofía, emplea su «tiempo libre en hacer algo manual». Con mucho gusto y sin vergüenza, como Luis: «Es una tontería que solo se conciba a mujeres costureras; entonces los sastres, ¿qué son?».

Arantxa siempre enseña a sus alumnas y alumnos la importancia de aprovechar telas viejas y retales. Luis utiliza uniformes antiguos de Citröen para hacerse ropa de trabajo, y Vitto se ha estrechado ya todas las prendas que le quedaban grandes. La necesidad de abstraerse es un factor clave a la hora de entender cómo este tipo de actividades do-it-yourself («hazlo tú mismo») se están poniendo de moda. Pero muchos jóvenes, como Hélio Marcial, están son también conscientes de la necesidad de un consumo más sostenible: «Reciclo la ropa que me da la gente porque le queda grande o ya no la quiere». Haciendo sus propios patrones sobre estas telas de segunda mano, se ha confeccionado un vestido y está terminando su primera camisa.

 Hélio empezó a coser porque no le «gustaba depender de Inditex, de las modas que impone y de las tallas que marca». María también comenzó a hacer ganchillo por la misma razón: «No me gusta la ropa que hay en las tiendas, sufro mucho por las tallas y que las cosas que me pruebo no me queden bien». «La gente está harta del fast fashion», afirma Julia, que no para de ver en redes cómo «más y más personas se están sumando a independizarse de las marcas de ropa». Arantxa lo ve en su propia clase de costura: «Nos estamos dando cuenta de que los recursos son limitados y tenemos que aprovecharlos». No solo reutilizando ropas viejas, sino también aprovechando retales que sobran de las telas que se venden al por mayor que, además, son mucho más económicos. «Una de las chicas que viene aquí dice que la costura es el vicio más barato que tiene», bromea.

 Marta Sanjiao sabe que no ahorra más «comprando tela y confeccionando una camiseta desde cero que comprándola en una tienda», pero «en esto hay más beneficios que el económico». María gastó unos 20 euros en hacerse su primer jersey. «Igual es lo mismo que te cuesta en una tienda, pero disfruté mucho más haciéndolo», dice. Con el plus añadido de la autonomía que le otorga: «Yo decido la calidad de la lana, cuánto dinero me gasto y cuánto trabajo en él; y si me canso de la ropa, puedo deshacerla y hacerme otra con esa lana».

Quien ocupa las manos, desocupa la mente

Cuando llegó el covid y la gente se tuvo que encerrar en sus casas, el ritmo habitual de la sociedad se paralizó por completo. Una sociedad acostumbrada a vivir acelerada y sin tiempo para la introspección. El confinamiento sacó a la luz las lagunas existentes en la gestión emocional y la población tuvo que buscar salidas para enfrentarse a la situación. La más accesible: las manualidades. «Es muy gratificante ver cómo una idea se convierte poco a poco en una cosa tan bonita y con tanto color», cuenta Julia Lopo, haciendo referencia a sus bordados. «Fue un refugio que necesitaba», explica la joven. Julia escogió el bordado, como podría haber escogido el modelaje de arcilla. Pero el especial atractivo de las manualidades textiles reside en el culto social a la ropa: «Si me hago un gorro, no solo puedo ponérmelo para taparme las orejas del frío, también es el hecho de poder enseñar algo que hice yo».