Vigo contaba entonces con un total de 26 comedores escolares, de los que casi la mitad estaban gestionados por las asociaciones de padres de alumnos. Al margen de los controles periódicos realizados por inspectores de la Consellería de Sanidade, la concejalía de Sanidad preparaba un plan municipal para el control exhaustivo de las comidas de los colegios en el que se incluía la recogida pormenorizada de muestras y análisis de los alimentos. El proyecto sería implementado por personal del laboratorio municipal. La idea era ponerlo en marcha un par de meses más tarde con modernos aparatos que permitirían conocer los resultados con la mayor rapidez.
Tanto el concejal de Sanidad, Santiago Domínguez, como el jefe del laboratorio municipal, Jesús Núñez, abogaban por el control preventivo.