«Estamos viviendo un duelo colectivo»

VIGO

M.Moralejo

El capellán del Cunqueiro decidió confinarse en el hospital en plena pandemia para asistir a enfermos, familiares y sanitarios. No sin miedo: «Dejé escrito mi propio testamento»

31 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A don Benito (Tomiño, 1967) solo le faltan alas. Encontrárselo en los pasillos del Hospital Álvaro Cunqueiro, libro de oraciones en mano y arropado con una angelical bata blanca, era una constante entre marzo y julio para el personal del centro y toda su comunidad de pacientes. Durante todos esos meses, el cura decidió confinarse en las instalaciones del mismo hospital con el objetivo de asistir a enfermos, familiares y todos los equipos de trabajo que se batían contra la pandemia. «Lógicamente, tenía miedo a contagiarme, incluso dejé escrito mi propio testamento para no dejar problemas», confiesa el sacerdote que dirige la parroquia viguesa de San Miguel de Oia, además del Centro de Escucha de Vigo. «Pero tenía que cubrir este derecho de los enfermos para que pudiesen alcanzar la misión espiritual del ser humano», advierte.

-¿Por qué tomó la decisión de confinarse en el Hospital Álvaro Cunqueiro?

-Cuando se convocó el estado de alarma, yo estaba de guardia en el hospital. Soy un sacerdote dedicado al acompañamiento de enfermos. Es uno de sus derechos, un complemento religioso y una forma de alcanzar la misión espiritual del ser humano. Decidí que lo mejor que podía hacer era quedarme y no implicar a más capellanes, de manera que si yo caía enfermo no caíamos todos al mismo tiempo. Otro compañero se animó a quedarse en el Meixoeiro.

-¿No le importaba el riesgo a contagiarse?

-Lógicamente, existía ese miedo. Incluso dejé escrito mi propio testamento para no causar problemas. Si me contagiaba, moriría con las botas puestas, pero no quería contagiar a otros. A partir de tomar esta decisión vivo de prórrogas, con la única misión de amar.

-¿Y cómo ofrecía tal asistencia a los pacientes?

-Los visitaba en planta. En las uvi atendía a pacientes libres de covid, porque todavía no estábamos familiarizados con las medidas de seguridad. Los que estaban contagiados tenían muchos miedos. El temor, de hecho, bloqueó parte de las relaciones personales que manteníamos. Pero trataba de mantener una actitud cercana con todos: pacientes, médicos, personal auxiliar, servicios de comedor y limpieza… Me gusta insistir en que lo más importante es la persona y no la enfermedad. Entrar en un hospital es una gran oportunidad para curarse, pero también para rectificar en la vida.

-Durante la emergencia sanitaria se han multiplicado los casos en los que una familia no podía despedirse de un fallecido. ¿Es más duro comenzar un duelo en estas circunstancias?

-Siempre es duro. Es un momento de ruptura existencial, en el que a uno se le rompe la vida.

-¿Tiene algo de diferente esta situación, con la pandemia, a la hora de afrontar una pérdida?

-Me llamó mucho la atención ver a la gente pensando en cosas futuras, más allá de lo que estaban viviendo. Cuando los familiares aún estaban enfermos ya los recordaban como muertos, haciendo alusión a ellos en tiempos pasados. El duelo comienza después de muerto, pasado un tiempo. Además, estamos viviendo un duelo colectivo. Todas esas cifras de contagios y muertes tienen nombres y apellidos y, en algunos casos, historias comunes.

-Vivimos una segunda ola y parece que se pueden repetir algunas situaciones y cifras como las registradas en abril. ¿Qué recomendaría a las familias que pudiesen perder a un ser querido en estas circunstancias?

-Primero, que sean muy naturales. Que lloren, que recen, que cuenten con los amigos… Que sepan describir y escribir sus sentimientos. La fase principal a la hora de batir un duelo es encontrar un espacio muy personal, de persona a persona, de corazón a corazón. El espacio de hacer historia, de manifestar estos sentimientos propios del duelo, de ayudar a entender qué es lo que nos pasa es necesario.

-¿Los familiares que se enfrentan a una pérdida recurren a los centros de escucha?

-No son muy conocidos, pero se buscan. En España hay en torno a 60. En Galicia hemos llegado un poco tarde, pero hemos llegado a tiempo. Solíamos afrontar la muerte a través de San Andrés de Teixido o de Santa Marta. Estas terapias valen para encontrar apoyo y fuerza, para uno mismo y para su familia. Igualmente, a la hora de afrontar un duelo, es conveniente valorar el tiempo post mortem. En el Evangelio vemos que Jesús fue a la tumba de Lázaro cuatro días después del entierro, y eso que era su amigo.

-Usted vivió la pandemia muy de cerca y en un escenario caótico. ¿Qué opinión le merece la actuación sanitaria?

-Tenemos una sanidad con unos profesionales magníficos que no tocan piezas, tocan personas. Yo lo he visto. He visto a personas llorar por pacientes sin ser sus familias, pero tampoco son sus clientes. Sino que eran alguien. Ellos mismos me veían rezando públicamente y manifestando todas mis peticiones por ellos. Había personal interno del hospital que me acompañaba diariamente en la misa para pedirle a Dios fuerza y apoyo. A otros familiares trataba de animarlos con una sonrisa, algo que es innato a mi. Los que estábamos ahí encerrados manteníamos una gran esperanza de salir de esta y salir juntos.