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Los esqueletos de construcciones fracasadas y los estragos de los desastres ecológicos, entre los destacables

18 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Casa con dos puertas mala es de guardar, dejó escrito Calderón de la Barca. A pesar de que son varias las administraciones implicadas en la custodia del Camino Portugués, la segunda ruta jacobea a Compostela por afluencia, la entrada en Galicia a orillas del río Miño presenta un estado casi tercermundista. Y tampoco es que tengan mejor impresión los peregrinos que transitan por el resto de la costa de la comarca de O Baixo Miño hasta a Guarda, donde encontramos algunos ejemplos claros de feísmo. Las actuaciones del hombre en un entorno natural privilegiado, dejan mucho que desear. La crisis contribuyó a los estragos, sin duda: ahí están algunos edificios inacabados que emborronan el paisaje y algunos equipamientos que se hicieron alegremente en la época de las vacas gordas y que luego fueron abandonados por falta de usuarios.

La imagen de Tui que ofrece la avenida de Portugal, justo después de cruzar el puente internacional, es desoladora. A la derecha, una hilera de casas sin más vida que la de las hierbas y plantas que campan a sus anchas; a la izquierda, el que fue insigne edificio de aduanas reconvertido actualmente en el centro oficial de cooperación de diez cuerpos de seguridad de España y Portugal y que, como muestra de la falta de recursos, presenta una fachada decadente rodeada de flamantes banderas.

Pero la pésima imagen continúa en la avenida de Martínez Padín. La vista, con el Miño de nuevo a la derecha y coronada con la catedral de Santa María, fue siempre la postal de la ciudad medieval. La mitad de los edificios están abandonados a cal y canto sin que nadie los rescate y hay muros con riesgo de derrumbe o desplomándose directamente desde hace años sobre la calzada.Aunque parezca mentira, la zona forma parte del Conjunto Histórico Artístico de Tui declarado en el año 1967. 

La situación de otro de los bienes de interés cultural del centro urbano tudense provoca sonrojo a cualquier observador con un mínimo de sensibilidad. Se trata del hórreo de Patazumba, del año 1861. Agoniza tras más de siglo y medio de vida. Se hizo popular, tristemente, por un procedimiento judicial sin más daños colaterales, pero nadie ha acudido todavía a su rescate y sigue deteriorándose a cielo abierto y vista de todo el mundo, con varias administraciones de nuevo implicadas.

Y en la comarca miñota se pueden encontrar lamentables vestigios de su pasado industrial. Uno de ellos es de la antigua empresa tudense de Cam Fram. La nave está en total abandono en plena avenida de la Concordia y cerca de colegios. La mole destaca en un entorno ya de por sí bastante decaído, pese a tratarse de la nueva rotonda de acceso al centro urbano. Y ahí siguen los políticos discutiendo o elucubrando sobre su futuro muchos años después del incendio que sufrió.  

También en la ribera del Miño, aunque oficialmente en tierras de O Condado, pueden verse otros ejemplos de penosa actuación del hombre. Al lado del parque de A Canuda y del puente internacional con Monçao, donde se encuentra uno de los orquidiarios más importantes de Galicia y disfrutan a diario miles de vecinos del área de Vigo y norte de Portugal, se mantienen en pie algunos esqueletos inmobiliarios de Salvaterra como legado de la crisis. Especialmente, uno de ellos. Chorrea un reguero negro desde varios pisos de altura, con ventanas igualmente oscuras que asemejan ojos que se tragan el entorno.

Tampoco puede presumir uno de los recibidores fronterizos ya en pleno Atlántico. En los últimos cuatro años, tras el reconocimiento como ruta oficial del Camino por la Costa, el número de peregrinos que llegan hasta la estación marítima de A Guarda, en el puerto de A Pasaxe, se ha incrementado un 70 %. Pero lo mejor es no levantar mucho la vista hasta pasar justo la zona de embarque, con la sombra del antiguo Colegio de los Jesuítas como telón de fondo y una terminal de viajeros poco agraciada y cerrada a cal y canto en plena Red Natura. Ya suscitó un levantamiento social cuando se construyó, a principios de siglo, y tras una inversión de más de un cuarto de millón de euros, su única función hoy es la de taquilla de compra y venta de billetes para el ferri Santa Rita de Cassia. La cafetería suma, entre idas y venidas, siete años sin servicio. Ni siquiera hay donde tomar algo al llegar a tierra a no ser que esté el puesto de helados y bebidas ambulante.

Ya han pasado casi cincuenta años, pero todavía está bien visible el chapapote en la costa de O Rosal. La sombra del petrolero noruego Polycommander, que sufrió un incendio en la boca de la ría de Vigo en mayo de 1970, se extiende por las rocas y playas del municipio, como un mal endémico («contaminación crónica de baixa intensidade», en palabras del biólogo Alfredo López). La retirada de los restos de fuel, miles y miles de toneladas, no está en la agenda política.

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