Pescadores y científicos, juntos a la Antártida

Jorge Lamas Dono
JORGE LAMAS VIGO / LA VOZ

VIGO

Benito

En 1986, partía de Vigo la primera expedición al continente austral pagada en exclusiva por España

29 oct 2019 . Actualizado a las 09:49 h.

Carlos Romero, ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, no dudó en calificar desde la proa del Pescapuerta IV aquel 27 de octubre de 1986 como un «día histórico para la pesca española». Desde el puerto de Vigo, partió la primera misión científica y un equipo de prospección pesquera, reunidos en una empresa exclusivamente nacional financiada por la Administración española en colaboración con la Cooperativa de Armadores de Vigo.

El arrastrero congelador y el Nuevo Alcocero -con el que se encontraría en el Atlántico Sur- pertenecientes a Anamer, explorarían durante 90 días las aguas antárticas. Noventa y cinco españoles, de los que veintidós eran científicos del Instituto Español de Oceanografía, iban a trabajar conjuntamente en la prospección de los recursos pesqueros de posible explotación comercial y en un programa de investigación propiamente oceanográfica. La intención última era buscar un sitio para España en el Tratado Antártico por sus aportaciones al conocimiento del continente helado. El objetivo se cumplió y, en septiembre de 1988, España firmaba el tratado y, posteriormente, pudo abrir las bases permanentes Juan Carlos I y Gabriel de Castilla.

Para ello fue preciso demostrar fehacientemente que se estaba en condiciones de abrir nuevos horizontes al conocimiento científico y pesquero de aquellas regiones del globo. Desde el punto de vista exclusivamente científico, aquella campaña estuvo orientada hacia la determinación de la biomasa de peces, crustáceos y cefalópodos existentes en las aguas que rodean el polo Sur, mediante la utilización de métodos de análisis que permitiesen evaluar los rendimientos medios sosteni- bles en cada especie de interés comercial y estación del año, así como los estratos de profundidad. Asimismo se pretendía estudiar las condiciones hidrológicas, meteorológicas y de sedimentos en la Antártida a través de la obtención de muestras de agua y perfiles de temperatura en relación a la profundidad de cada zona.

Especies comerciales

Los objetivos pesqueros se concretaban en alcanzar una primera evaluación de la rentabilidad comercial de los recursos pesqueros de aquellas aguas para la flota española de gran altura, tratando de aproximarse al rendimiento de aquellas especies de mayor interés y su posible introducción en el mercado nacional. Además de otras especies, como el bacalao antártico o los peces hielo, los exploradores pretendían analizar las posibilidades comerciales del krill, crustáceo del que existen grandes concentraciones en la Antártida. Un mes después, los miembros de la expedición cenaban krill al ajillo, nothotenias y peces-hielo. Las tripulaciones y los investigadores tuvieron también tiempo para cambiar los nombres complicados de algunas especies antárticas por los galleguizados carpinchos y louros.

Esta experiencia se realizó en aguas de las islas Aurora, a 53 grados 22 minutos de latitud sur y 42 grados 17 minutos de longitud oeste. Durante los tres días de navegación desde el puerto argentino de Ushuaia, en la Tierra del Fuego, se habían realizado diez estudios para conocer las variaciones de temperatura del agua según su profundidad, mientras que los componentes del equipo científico preparaban sus laboratorios e iniciaban las primeras pruebas de pesca.

A comienzos de diciembre, las condiciones meteorológicas cambiaron. El viento helado, una espesa niebla, nieve y mar violento se presentaron casi súbitamente complicando las tareas a bordo de los dos pesqueros.

Libro

El periodista Valentín González Carrera realizó aquella travesía. «Este viento helado silba ruidosamente, como ventisca en desfiladero, pero distinto a todo lo conocido: la nieve se mezcla con la ola pulverizada por el choque contra el casco y el zarpazo inunda la cubierta, rociando toda la embarcación. Solamente las aves, planeando a ras de mar, soportan el temporal sin inmutarse, sin apartarse del barco que les regala abundante comida después de cada lance», señalaba en las páginas de La Voz de Galicia el periodista berciano. Todo su experiencia fue recogida posteriormente en un libro titulado Viaje a la Antártida.

Aquella travesía, de cuatro meses de duración, aportó algunos datos de máximo interés, como que «el agujero del ozono de la Antártida no es, en modo alguno, alarmante», pero lo más importante es que España pudo firmar el Tratado de la Antártida e incorporarse a las investigaciones en tierra firma. Las consecuencias pesqueras quizá no fueron todo lo optimistas que se previeron al principio, porque el tratado establece medidas muy restrictivas para la pesca en estas zonas. Sí, pudieron ser aplicadas las conclusiones obtenidas en otras pesquerías cercanas, donde la flota gallega sigue faenando en la actualidad.