El pabellón como segunda casa

ALBERTO ESTÉVEZ INGELMO VIGO / LA VOZ

VIGO

Oscar Vázquez

Toñín Ferreira, de 71 años, lleva tres décadas como delegado del Balonmano Porriño

09 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Nunca es tarde para hacer nada, y en el deporte ha quedado claro que tampoco. Antonio Ferreira (La Pola de Gordón, 1948), más conocido como Toñín en O Porriño, llegó al balonmano de rebote, si es que se puede decir así. Él mismo no cae en el número exacto de años que lleva dedicando sus fines de semana en el pabellón, pero a sus 71 años continúa desviviéndose por el club de su vida: el Balonmano Porriño. Unas tres décadas siendo un fijo en el multiusos porriñés avalan su pasión y fidelidad por la entidad. Se aficionó al balonmano gracias al Octavio y en O Porriño encontró su hogar, aunque reconoce que su apego llegó tarde por culpa del fútbol: «Yo jugué, entrené y fui árbitro de fútbol toda mi vida, pero me empezó a gustar el balonmano y estoy muy metido de lleno en él ahora».

Es una de las caras más reconocibles del club, es de esas personas que sabes que estará en el pabellón antes de poner un pie dentro. Además de delegado de campo, se podría decir que es un todoterreno porque «menos de entrenador y jugador, he hecho de todo». Aunque nunca jugó al balonmano, se enamoró del deporte desde fuera. Al final, dedicarle tantas horas a algo acaba siendo más relevante que una simple tarea del día a día. Cuando uno no se da cuenta la rutina deja de ser rutina, pues eso le ocurrió a Toñín con el balonmano. Lo que comenzó como una afición terminó siendo su otra casa. «Considero al Balonmano Porriño mi segunda familia. Quiero un montón a todos los chicos y chicas del club», recalca.

Aunque se aficionó tarde, la intensidad con la que Toñín vive y entiende el deporte es única. «Para mí el balonmano es otro mundo, es una cosa que la lleva tan dentro que no puedo estar sin él», confiesa. El delegado admite que «Porriño es mi segunda casa», algo que deja claro cada sábado cuando es de los primeros en entrar y se vuelve a casa de los últimos tras un maratón de partidos que ya es un hábito para el septuagenario. «Me paso todos los sábados en el pabellón de O Porriño, se juegan unos seis o siete partidos en total», comenta. El balonmano ha copado tanta importancia en su vida que no es capaz de visualizarla sin él de por medio. «El balonmano es como una droga, no soy capaz de dejarlo», explica convencido.

Antes que delegado de campo del Porriño, mesa durante un encuentro o ayudante de cualquier cosa que le soliciten, es un aficionado más. Toñín es un enamorado del deporte, no le llega con pasarse en el feudo porriñés todo el fin de semana entero y reconoce ver «todo lo que echan de balonmano en televisión, ya sea un partido masculino o femenino».

Él se declara un antiguo fan del fútbol, deporte que seguía y practicaba frecuentemente pero que terminó pasando a un segundo plano en favor del balonmano. De este modo, el deporte rey ha quedado en una posición tan poco relevante hasta el punto de que sería la única actividad que no sustituiría por el balonmano: «Solo sé que el fútbol ahora no. En estos momentos lo odio bastante porque es todo un negocio». Es un nostálgico del fútbol de antaño, donde el aficionado y los sentimientos primaban por encima de la publicidad y la jungla de cifras estratosféricas en la que se mueve. «No tiene nada que ver el de antes con el de ahora, hay demasiados intereses por medio», destaca con resignación al ver cómo cambió la disciplina.

A sus 71 años, la ilusión del primer día la mantiene intacta. El verano está llegando a su ocaso y el inicio de la temporada está al caer, algo que lleva esperando durante estos meses estivales. Toñín es un habitual en cualquier encuentro que jueguen las porriñesas. No descansa ni en los amistosos de preparación, la liga comenzó el pasado fin de semana y ya necesita su dosis de balonmano: «He estado en el pabellón en todos los encuentros de pretemporada. Cuando no hay partidos lo echo muy en falta».

Toñín parece tener la clave para seguir dando guerra con 71 años y tener las mismas ganas que el primer día, por lo menos a él le funciona. El secreto para no perder el interés por algo es la salud. Reconoce que «el balonmano me dejó muchísimas alegrías a lo largo de mi vida», un claro indicativo de que si uno hace lo que le gusta está invirtiendo su tiempo. Por ello, presenciar un encuentro de balonmano es su mayor vicio junto a bailar y los crucigramas: «Todos los fines de semana tengo unas ganas locas de ver los partidos».

Tres décadas es tiempo suficiente como para recopilar buenos momentos, pero para el delegado no hay ninguno comparable a la sensación que tuvo con el primer ascenso del club hace más de una década. Pero Toñín va más allá y para él lo más importante de todo es «mi amor hacia el balonmano después de estos años». Y esto es recíproco, el balonmano siempre agradecerá que haya gente como él.