Pasando consulta con el pediatra en medio de la huelga

VIGO

M.Moralejo

Juan Sánchez Lastres apoya el paro, pero le ha tocado hacer servicios mínimos en el centro de salud de Chapela. Ha visto a veinte niños urgentes: fiebres, catarros, gastroenteritis...

19 jun 2019 . Actualizado a las 14:48 h.

«¿Cómo? ¿Que no está?», se lamenta incrédula una mujer joven que ha acudido al centro de salud de Chapela (Redondela, pegado a la parroquia viguesa de Teis). Lleva una semana esperando la cita y ha tenido que ir al médico de cabecera con su hija, porque no tiene con quién dejarla. No tenía ni idea de que había huelga de facultativos en los centros de salud de Galicia y ahora acude al mostrador de recepción, a intentar que alguien la atienda.

En el centro de salud de Chapela hay siete médicos: dos están trabajando con normalidad, otros dos se han ido a la manifestación de Santiago y otros tres están en servicios mínimos pero apoyan la huelga. Como su médica está ausente y el caso no es urgente, la mujer joven que ha acudido con su hija tendrá que pedir cita de nuevo. En el área de Vigo, el Sergas ha cifrado el seguimiento de la huelga en un 34,8 %, la mayor de Galicia. Según los médicos de la asamblea de áreas sanitarias (AAS), en medicina de familia hay un 78 % de seguimiento y en pediatría un 93 % por la mañana. La diferencia del cálculo está en que el Sergas cuenta que todos los médicos en servicios mínimos están trabajando (aunque lo hagan obligados) y, entonces, el porcentaje baja; por su parte, los huelguistas dicen que han preguntado a todos los médicos de mínimos si secundan o no el paro, y a los que sí lo secundan los suman a los huelguistas. Porque, aunque trabajen, solo ven casos urgentes.

Son casos como el de B. Desde el cole han llamado a su familia y llega al ambulatorio acompañado de su madre, con un fuerte dolor de barriga y la cabeza gacha. Lo llevan en silla de ruedas. El único pediatra del centro de salud está a la fuerza en servicios mínimos. Juan Sánchez Lastres conoce de sobra al niño desde hace muchos años. Sabe de su estado de salud y de su situación familiar. Lo explora, le hace la entrevista clínica y acuerda un tratamiento con su madre. Descarta una neumonía y sospecha que es el principio de una gastroenteritis. No es grave, pero habrá que vigilarlo. Al finalizar la consulta, el pediatra le regala un boli a B. y otro para su primo y, por primera vez, le arranca una sonrisa al sufrido chaval.

«Las urgencias tienes que verlas, no puedes mandarlo para casa», explica el médico. Ha pasado ya el mediodía y B. se convierte en el vigésimo paciente del día. No es que Lastres no apoye la huelga, todo lo contrario. Le gustaría estar en Santiago manifestándose con sus compañeros, pero al ser el único pediatra del centro de salud, no puede. En el área de Vigo, dos de cada tres médicos infantiles tienen que trabajar a pesar de que hay huelga. Entre los médicos de familia, uno de cada tres está de mínimos.

Solo tienen que atender urgencias. Pero hay una frontera muy difusa para separar una urgencia de algo que no lo es. Y más en el caso de los niños. «He visto fiebres, cuadros catarrales, una sospecha de amigdalitis, otra de laringitis... No voy a dejar de ver a un niño que lleva varios días con fiebre», argumenta Juan Sánchez Lastres en la consulta. Si hoy fuese un día normal, tendría citados 32 pacientes y, probablemente, entrarían también cuatro o cinco sin cita. Va a terminar la mañana con veinte y no va a derivar a ninguno al hospital.

«Los controles de salud no los he visto. Tenía tres. Les he explicado a los padres que estamos de huelga y que yo la apoyo y lo han entendido perfectamente». Tampoco ha hecho un informe para la guardería que pedía una familia ni ha pasado consultas de renovación de recetas. Hay otro par de familias a las que ha tratado de explicar que sus casos no eran urgentes y que, por lo tanto, no entraban dentro de los mínimos, pero la idea no les ha convencido y le reclamaban que atendiese a los niños. Ha preferido hacerlo antes que tener un conflicto. Esa es la realidad de la atención primaria. Lastres tiene a su cargo un cupo de unos 960 niños. Los conoce a todos y a sus familias y para él es importante conservar su confianza.

El de Chapela no es un centro de salud grande. La cita en pediatría es prácticamente para el día siguiente, lo que también hace más fácil que el paciente comprenda que en un día de reivindicación no le atiendan... porque ya le atenderán al siguiente. «No, yo no estoy sobrecargado», reconoce Juan Sánchez. Forma parte del grupo de 23 jefes de servicio y unidad que dimitieron en bloque dos veces en el área sanitaria de Vigo. La primera fue en diciembre y esa renuncia colectiva abrió la caja de los truenos de la atención primaria, pero el Sergas no la aceptó para negociar con ellos. La segunda fue en marzo, cuando percibieron que los problemas no se solucionaban.

«Es que yo no dimití por mí», dice el pediatra de Chapela. Con un cupo de menos de mil niños, cree que no tendría sentido. «Yo trabajo a gusto». Justo antes de que entrase B. en la consulta ha sonado el teléfono y al otro lado le hablaba un compañero del ambulatorio del Matamá, en el rural de Vigo, con el que comparte algún caso. «Él tiene 1.300», dice, agitando la mano de forma elocuente. Son muchos. Y aun así, admite que los principales problemas los sufren los médicos de familia, porque la falta de sustitutos obliga a muchos a ver demasiados pacientes y sí se sobrecargan. «La decisión de dimitir fue muy pensada. Había un deterioro evidente de la situación y llevábamos avisando mucho tiempo». A la falta de sustitutos que sobrecarga a los médicos se une, según su análisis, el percibir que «la accesibilidad al hospital está bloqueada». Se refiere a que hay especialidades con listas de espera desmesuradas y otras para las que no pueden dar cita presencial al paciente, solo una teleconsulta, que consiste en subir los datos a una plataforma para que el especialista del hospital prescriba un tratamiento o decida citarlo físicamente. «Tengo un niño que tiene unos quistes y le duele al caminar. No es algo grave, pero le duele. Y me dan cita para seis o siete meses. ¿Qué hago?». Es una pregunta que no sabe responder.