Anxo Rodríguez es uno de los pocos historiadores con llave del centro de investigación del Vaticano
09 may 2019 . Actualizado a las 09:23 h.El usuario más precoz del archivo antiguo de Baiona, aquel niño que lo visitó asiduamente para descifrar los misterios de las historias que le contaba su bisabuela, es de nuevo uno de los más jóvenes investigadores. Los escenarios han cambiado mucho, pero Anxo Rodríguez, graduado en Historia y máster de profesorado por la Universidad de Santiago, ha dado un salto cualitativo y cuantitativo. Ahora está trabajando en el archivo secreto del Vaticano. Las únicas imágenes de estas estancias y fondos que los investigadores pueden hacer públicas son las que ellos mismos recrean en sus trabajos, ya que ni los móviles funcionan al pasar de la puerta de Santa Ana.
Pese a su profuso estudio y dedicación temprana y, haciendo gala de la humildad que siempre viaja con él, Anxo Rodríguez sucumbe ante la joya de la corona, porque es uno de los centros de investigación histórica más importantes del mundo. «Estoy como un niño con zapatos nuevos», bromea por teléfono desde el Vaticano tras saludar a un grupo de tudenses tan sorprendidos como él por un encuentro casual. Aprovecha cada minuto de su estancia, ganada a través de una beca del Ministerio de Educación, porque, pese a su juventud, siempre le falta tiempo para aprender. Tiene una de las llaves, y lo dice en sentido literal, que dan acceso a unos 800 años de historia. Son más de 150.000 documentos, de 650.000 fondos de archivo que, con una extensión de unos 85 kilómetros lineales de estanterías, permitirían cubrir varias veces el perímetro de su villa natal.
«Es más que recomendable, que todos los que estudien Historia pasen por este archivo y no ya solo por la información sino por lo difícil que es acceder a ella», indica tras devolver su llave con el número 50 grabado en su reverso.
El archivo está abierto ocho horas al día y, no solo cubre esta jornada sino que, al acabarla, continúa su periplo ya que «compagino en el Archivo Secreto del Vaticano con otros generales de distintas órdenes o de la Iglesia Nacional en Roma». El acceso al de la Santa Sede parece propio del Código Da Vinci, tal cual se desprende de los mitos y leyendas que sobre él se han escrito. «Para entrar hay que pasar primero por los guardias suizos, luego por unos gendarmes y después por otros, todos van comprobando, en cada punto, nuestra tarjeta identificativa. Luego llegas a otro en el que, a cambio de esa tarjeta, te dan una llave con otro número que abre un armario en el que he de depositar todas mis pertenencias porque solo puedo pasar con el portátil, el cargador, el lápiz y la libreta», indica. Esa misma llave es, a partir de entonces, su código identificativo para toda su jornada laboral intramuros. «Solo puedes pedir cinco libros históricos al días así que te vas a la sala de índices, que tiene más de 200 metros cuadrados y, sin ningún apoyo informático, has de buscar entre los más de 2.000 libros índice que hay, los que más te interesen», revela el historiador baionés. Al acabar la jornada, ocho horas después, hay que recorrer el camino al revés y con los mismos controles, para salir.
Anxo Rodríguez Lemos está en Roma estudiando para su tesis, que se centra en los santuarios de Galicia, pero su innata curiosidad no tiene límites. De la categoría de Causas de Santos, «lo primero que pedí fue el de Pedro González Telmo, el patrono de la diócesis de Tui Vigo, beato que solo es santo por aclamación popular». «Hay otros santificados con menos méritos que él, que falleció en olor de santidad. Yo solo puedo acceder al inicio del proceso, hasta los siglos XVIII y XIX, y falta un milagro contemporáneo para poder culminar el proceso que con devoción esperan en Tui», afirma loando la labor del también historiador Suso Vila, ya que es autor, entre otros, del libro Corpo Santo San Telmo, en el que hace una década ya explicó el proceso de santificación del dominico.