El marinense que puso seis veces Nueva York a sus pies

C. Pereiro PONTEVEDRA / LA VOZ

VIGO

Ramón Leiro

Empezó en el ciclismo siguiendo la tradición familiar, pero un día decidió dar el salto al atletismo y comenzó una vida de récords

08 abr 2019 . Actualizado a las 16:23 h.

Dice Manuel Rosales (Marín, 1935) que los domingos que se corre en la Gran Manzana tienen algo especial. Allí, practicando uno de los deportes más solitarios del mundo como es el atletismo, se siente rodeado de gente. Más que una sensación, es una realidad: hay millones de espectadores. Al final del trayecto, entrando en Central Park el bullicio es cosa de otro mundo, igual que los ánimos que se reciben. Hasta en seis ocasiones el veterano atleta marinense vivió esta sensación como primero de su categoría, y tres veces como segundo.

Rosales es una leyenda del atletismo marinense, gallego, español e internacional. Un atleta perpetuo que aún ahora, a las puertas de los 84 años de edad, continúa llevando por calzado unos tenis de competición. «Son cómodos», ríe. No ha dejado de correr, aunque competir se le antoja más difícil. La edad tiene sus cosas, como alguna que otra operación quirúrgica de la que hay que recuperarse.

De una carpeta saca diversos papeles y recortes. Hay fotos de su padre, campeón gallego de ciclismo a mediados del siglo XX. Fue él el que lo inició en el deporte, en el ciclismo como no podía ser de otra manera, actividad que ejercició durante bastante tiempo, pero que con los años decidió abandonar para dedicarle más tiempo al atletismo. Hijo de artista, varias de las obras que su padre elaboró se exponen hoy en el museo Manuel Torres. Poseía unas manos prodigiosas. Una de las tallas que habitan en este edificio está dedicada a Manuel, una obra que decidió acabar cuanto este ganó su primer mundial en Atenas.

«Aquella es, sino mi favorita, una de las carreras a las que les tengo más cariño», confiesa. «Fue muy emocionante. La Diputación y la Federación me pagaron el viaje. Me dio ánimos a seguir este camino. Entrar en el Estadio Olímpico, al lado de la Acrópolis, todo de mármol, entrar en aquellas pistas como vencedor fue algo enorme. Mi padre era un gran fan del arte griego... Luego cenamos para celebrarlo, algunos amigos y yo, en una terraza con vistas a la acrópolis, con la ilusión de estar allí en Grecia, festejando el triunfo... para mí es uno de los recuerdos más bonitos que tengo».

Su rendimiento en las pruebas es espectacular, obteniendo tiempos que asustan, no obstante, para ganar un mundial hay que correr. Imagínese muchos. Concretamente, dieciocho. Y trece Europeos.

A día de hoy, se encuentra empatado con el polaco Ryszard Marczak como el corredor con más récords dentro de las diferentes franjas de edad de la Maratón de Nueva York. Seis récords cada uno. Rosales logró los suyos cuando tenía 55, 61, 62, 66, 67 y 68. «Me gustaría lograr el séptimo. La última vez no lo pude conseguir porque sufrí una lesión. No sé si podré hacerlo ya. Quizás no, pero estaría bien intentarlo», cuenta mientras sonríe.

Una mente inventiva

Cuando se le pregunta qué significan todos esos números, esas victorias, Manuel tira de oficio. «Es que ya estoy metido en el engranaje. Ganas un mundial, pasan unas semanas, o cinco y seis meses, piensas que es inactivo y de repente te ves preparando otro, o preguntándote si serás capaz. Luego, claro, te llama la federación, te calienta la cabeza y vas», ríe el marinense.

No solo posee unas piernas que han pisado medio mundo (Japón, Australia, California, Alemania, Boston...), sino también una mente privilegiada. El imperecedero atleta trabajó como mecánico buena parte de su vida, aunque también ha hecho sus pinitos como inventor. Un de sus ingenios, un dispositivo para cinturones de seguridad, llegó a recibir un galardón en el Salón de Inventores de Bruselas. Dice que fue antes de los airbags, que hoy debería modificarlo. Ahora se encuentra trabajando en un dispositivo antivuelco para tractores. «Muere mucha gente mayor al año por esta causa. Me gustaría ayudar a evitarlo». Aún no lo tiene preparado, pero espera lograrlo pronto. Una mente inquieta para un cuerpo inquieto. Hace un último llamamiento: «Hay que hacer ejercicio. Es una cuestión de salud. Por eso yo aún estoy aquí». Un consejo a tener en cuenta.