Del Rodaballo a la estrella de Miki

M. V. F. VIGO

VIGO

CEDIDO

El club vigués homenajeó ayer a su jugadora Micaela Sinde, fallecida esta semana

24 mar 2019 . Actualizado a las 10:43 h.

Los caminos de Micaela Sinde y Sara da Rocha se cruzaron por primera vez hace solo tres años, los tres últimos de la vida de la primera, fallecida esta semana. Pero era como si se conocieran de toda la vida. «Había una conexión especial porque teníamos dos cosas importantísimas en común: el baloncesto y el cáncer», recuerda Sara. Dos elementos que se daban la mano en el Rodaballo, el club donde ambas coincidieron y a que ayer rindió un sentido homenaje a Miki, como la conocían sus allegados, en el pabellón de Baiona.

Al frente del homenaje estuvo Da Rocha, que decidió volver a jugar con el equipo dos meses después a modo de tributo a su amiga. «Llevaba tiempo sin entrenar, no estaba en forma. También me faltaba ella, con ese vínculo especial que tenemos, y sabía que las cosas no iban bien», explica su ausencia en este último tiempo. «Solo iban a ser siete jugadoras y decidí sacar fuerzas y estar aunque me costara el hígado para dar un poco de descanso a las compañeras», señala.

El destino quiso que el primer partido del Rodaballo tras perder a Miki se disputara contra un rival especial, el Allariz. Contra ellas se estrenaron en la temporada 2016/2017 y en la campaña siguiente ellas organizaron un homenaje a Micaela. «No ganamos, pero triunfaron la deportividad, la emoción y la sensibilidad», resumía tras el partido de ayer. Sara se encargó de elaborar estrellas para los presentes con un significado «mayúsculo» para el Rodaballo del que Miki era partícipe. «En una cena de Navidad del equipo yo hice una para cada miembro para llevar todos esa noche. Cada uno tenemos la nuestra y ahora Miki nos ilumina con ella desde el cielo», subraya Da Rocha.

Porque si por algo destacaba Sinde, insiste Sara, era por su luz, su energía desbordante, su optimismo. Cuando la conoció ya estaba enferma. «Iba a sus sesiones de quimioterapia y radioterapia y luego venía a entrenar. Siempre quería estar», rememora. En esas sesiones «no había preguntas. Con un abrazo o una mirada le dabas a la otra lo que sabías que necesitaba», indica.

Y Miki siguió al pie del cañón con el equipo hasta que fue imposible. «Llegó un momento en que estaba tan debilucha que ya no era recomendable para su salud». Y aún sabiendo que las cosas se torcían, «seguía disfrutando de la vida. Aunque fuera de un paisaje que viera por la ventana desde su cama», revela describiendo a la vez cómo era la personalidad de su amiga.

Porque Miki era «una luchadora que exprimía cada segundo de su vida». Y una aventurera que se lanzó con el reto Pelayo, protagonizado por mujeres con su enfermedad, cáncer de mama, que realizan expediciones en distintos lugares del mundo. «A su lado me sentía cobarde, porque yo nunca me hubiera atrevido. Cuando padeces este cáncer los ganglios linfáticos se resienten y puedes sufrir linfedema. Yo siempre tuve mucho miedo de coger pesos y ella se iba allí con su mochila de diez kilos», valora.

Vital, «siempre con una sonrisa» y siendo en sí misma «una explosión de alegría», Sara habla de ella desde la admiración. «Llegas a preguntarte si hay algo en su ADN que le haga querer exprimir la vida al máximo como si supiera que sería corta». Esa es la enseñanza que Da Rocha aprendió por sí misma, pero que Miki le ayudó a reforzar. A ella y al Rodaballo. «El equipo nació que para mujeres trabajadoras y madres que no tienen espacio en otros equipos por la edad y las circunstancias encontraran su sitio». Para muchas funcionó como una válvula de escape y a Sara le regaló a Miki, ahora una estrella que está segura que la observa y cuida desde arriba.