Vigo en la Olimpiada «del color y la fraternidad»

Xosé Ramón Castro
X. R. Castro VIGO / LA VOZ

VIGO

Oscar Vázquez

Tres atletas vigueses, Javier Álvarez Salgado, Carlos Pérez y Ramón Magariños, rememoran sus vivencias en los Juegos de México, de los que hoy se cumplen 50 años

12 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Tal día como hoy, México inauguraba sus Juegos Olímpicos de 1968, la cita que marcó un antes y un después en el olimpismo. Y entre la delegación española que tomó parte en aquella ceremonia había tres atletas vigueses: Carlos Pérez (maratón), Javier Álvarez Salgado (3.000 metros obstáculos) y Ramón Magariños (400 metros). Medio siglo después La Voz los ha reunido para rememorar aquella efeméride.

«Fue la Olimpiada del color, por ser la primer a que se retransmitió en color y por el colorido que le dieron los mexicanos», asegura Ramón Magariños. Álvarez Salgado añade que «también fue la de la fraternidad y la amistad pero de muchas cosas más, porque México fue un punto y aparte ya que hubo muchas novedades, se pasó de correr en ceniza al material sintético, el cronometraje eléctrico, la foto finish y los primeros controles antidopaje y de sexo. Hubo innovaciones importantísimas que marcaron una época y por encima fuimos testigos de acontecimientos como el salto de Fosbury, que ha revolucionado el sector (fue el primero en saltar de espaldas en altura) y nosotros lo vimos en primera fila». Además, las condiciones de altitud provocaron un reguero de récords mundiales y marcas personales que se mantuvieron en el ránking durante mucho tiempo.

Por encima, los dos fondistas (Carlos Pérez y Álvarez Salgado) vivieron en primera persona uno de los hechos más tristes de la historia olímpica, una carga policial del ejército mexicano para aplacar una revuelta estudiantil que acabó con decenas de muertos. «Unos días antes había pasado la matanza de la plaza de las Esculturas, un episodio que vivimos directamente Javier y yo ?comenta Carlos?. Habíamos ido de paseo, era un día de llovizna y de repente vemos movimiento en la plaza, empezaban a llegar tanquetas con soldado con escudos que nos protegieron y de allí nos metieron en un coche militar y nos llevaron, pero pasamos un susto de aúpa». Un suceso que mitigó en parte la ceremonia de inauguración «inolvidable para un primerizo, aunque no nos dejaban llevar cámara», recuerda Javier Álvarez Salgado.

El obstaculista, con solo cinco años de carrera en el atletismo, fue uno de los cuatro atletas españoles que se metieron en la final de su prueba en México. «Fuimos once atleta y el jefe de la expedición nos decía que si teníamos alguien que corriese la final ya cumplíamos el objetivo y yo fui uno de los que pasamos a la final». Lo hizo en los 3.000 obstáculos siendo segundo en la calificación «y quedé servido. Tardé en recuperarme bastante», recuerda el vigués, que lo achaca a los 2.240 metros de altitud «que se notan y mucho». Javier, que allí mismo fue fichado por Adidas para entrar en el mercado español, fue protagonista en primera persona del despegue en la disciplina de la armada africana.

Ramón Magariños no corrió la misma suerte. Velocista puro, mientras atletas de todos los países bajaban de distancia por la altitud, a él lo subieron al 400 y en una serie clasificatoria le hicieron coincidir con Lee Evans, entonces plusmarquista mundial de la distancia. «¡Ibas delante de él!», bromea Carlos Pérez. Porque sus calles estaban pegadas y el gallego partió primero, aunque Magariños no disimula el vértigo que significó el momento. «Sales de Vigo y te encuentras con aquello. ¡Menudo complejo! Yo era un chaval que dos semanas antes había batido el récord de España de 200 y seguro que en México también lo hubiera bajado otra vez. Aun así, hice mi marca personal en el 400».

Carlos Pérez era entonces uno de los grandes del atletismo español, uno de los fondistas de la época y se codeaba con los grandes del maratón mundial. Pero unos pies ensangrentados le impidieron llegar a la meta en México. «Salí con Abebe Bikila y Mamo Wolde (sus rivales de la época) y hacía dos meses que les había ganado en Zarautz a los dos. Decían que la temperatura sería de 18 grados, pero a las doce del mediodía había 30 en las calles, lo que supuso que me quemara los pies. A los 33 kilómetros me paré un momento y tenía los pies llenos de sangre, me vieron los médicos y no me dejaron seguir, aunque yo quería terminar como fuese». En la clínica me sacaron no sé cuántas jeringuillas de sangre». Pérez recuerda que la polución en aquella ocasión no fue un problema. No había coches.

Más allá de lo deportivo, los tres se quedan con la hospitalidad de la colonia española. «Teníamos que dividirnos para hacer visitas», recuerdan, ante la demanda existente. Incluso hicieron su octubre vendiendo un buen número de mantillas que se llevaron al viaje. También se rifaban los uniformes olímpicos.

Y con perspectiva, tienen claro que aquella época no se volverá a repetir. Todo está más profesionalizado. «De México aquí hay un abismo, aquello sí que era amateurismo de verdad».