Un payaso rebelde que no entiende de fronteras

Daniela de amorín / s. g. VILAGARCIA/ LA VOZ

VIGO

MARTINA MISER

El artista y activista Iván Prado es el fundador del Festiclown y encabeza el apartado social del mismo

16 ago 2018 . Actualizado a las 06:00 h.

Payaso, soñador, rebelde, solidario o, como el mismo se califica, artivista, un sustantivo que fusiona los términos artista y activista que tan bien definen a Iván Prado. Este lucense llegó al mundo del circo, según sus propias palabras, por un «cúmulo de accidentes» que lo llevaron a trabajar en teatro y, posteriormente, en una compañía francesa en la que aprendió el arte circense de la calle. Una profesión de la que se enamoró al instante porque «un pallaso é democrático, é capaz de romper esa barreira co público e de acoller a miña esperanza de converter o mundo nun lugar máis xusto». Pero, realmente, su incursión en este mundo no fue casual ni por arte de magia, pues mostró desde muy pequeño una fuerte vocación por el clown. De hecho, su propia madre dice «que tiña unha necesidade case enfermiza de facer rir a xente, ata o punto de que se non o conseguía acababa chorando», señala Iván.

Lo que seguro que su madre no esperaba entonces es que su hijo acabase recorriendo el mundo y repartiendo sonrisas por territorios en conflicto. Con Pallasos en Rebeldía, Iván Prado lleva la alegría a colectivos excluidos socialmente, como los refugiados y las tribus indígenas del Sáhara, Palestina, México o Brasil. Un servicio humanitario que siempre llega acompañado de un fuerte compromiso político e ideológico, pues este lucense no le tiene miedo a las represión ni a las amenazas. Sus acciones solidarias lo han llevado a estar preso en Palestina allá por el 2010, a situarse en el punto de mira de tanques y cañones o, incluso, a actuar a escasos metros de una zona que está siendo bombardeada. Esto último ocurrió en el 2003 en la franja de Gaza y fue un hecho que, cuenta, le cambió la vida. Él y sus compañeros se cambiaban en un cuarto de limpieza cuando empezaron a caer bombas a escasos metros del campo de refugiados. Los jóvenes y niños que esperaban para ver la función empezaron a aplaudir y animar a los payasos para que hicieran el show porque «para eles iso era un feito histórico, en cambio están acostumados ás bombas e ao xenocidio». Una situación que verdaderamente le tocó el corazón y puso de manifiesto «a entrega deste público que, a pesar do seu sufrimento, é o máis entregado, cariñoso e agradecido», asegura el artista clown.

A pesar de su valentía, no es un payaso inmune al terror. Tiene miedo a no poder conectar con la gente, a no poder arrancar una sonrisa a los niños o a convertirse en un insensible ante situaciones tan devastadoras como las que viven los países que visita: «Pero non lle temo a estas situacións tan violentas e tan absurdas como os bombardeos ou os levantamentos de muros que alimentan este sistema global de terror e inxustizas», afirma Iván con un profundo y entrañable convencimiento. La actual crisis migratoria lo ha llevado a desnudarse ante la valla de Melilla para manifestar «a pouca dignidade dun sistema que pon o fluxo de mercancías e diñeiro por diante do libre movemento das persoas, esquecendo o pasado migratorio de todos os países europeos».

Aunque su activismo lo lleva a desempeñar, principalmente, acciones de gran calado internacional, Iván Prado continúa dirigiendo el Festiclown, un evento circense que surgió de su propia ilusión en el año 1999 dentro del Cultura Quente de Caldas de Reis. El festival, que cumple pronto 20 años, se acabó consolidando como un referente internacional de humor y circo comprometido. Con la participación de más de 500 artistas y espectáculos en países de tres continentes diferentes, el Festiclown llegó a reunir en alguna función a más de 50.000 espectadores. «Vivimos a nosa época dourada antes da crise, pero a falta de conciencia política cun festival que ten tanta relevancia no panorama circense mundial relegounos», señala Iván Prado. Ahora, su esperanza está puesta en recuperar la posición de la que gozaban en esa época, una ilusión avalada por el constante éxito del Festiclown en su sede de Vilagarcía.