El pintor que se hace pasar por chatarrero

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA

VIGO

EMILIO MOLDES

Plasma su arte en bidones, eucaliptos o planchas. Lo último fue desmontar tractores y pintar sus techos

28 jun 2018 . Actualizado a las 20:10 h.

La historia quizás tenga un poco de quijotesca. Pongámonos en situación. Kike Ortega, pintor y pontevedrés, llega a una aldea, divisa un gallinero con una puerta medio desconchada, hecha con un viejo bidón amarillo, al más puro estilo chapuza gallega, y le dice al paisano de turno: «Le compro el bidón ese que hace de puerta». El hombre se queda de piedra y mira a su puerta intentando topar eso tan extraordinario que tiene y que él lleva tropecientos años sin ver. Y Ortega le explica como puede que en esa cancela cochambrosa él ve arte, vamos, que quiere pintar sobre ella. El paisano no acaba de entenderle, como nadie entendía al pobre hidalgo caballero cuando adivinaba gigantes en vez de molinos. Lo que pasa es Kike Portela no está loco como el caballero de Cervantes. Sabe que en eso que ve, realmente, hay arte. Así que acaba diciendo que es chatarrero ?eso lo entiende mucho mejor todo el mundo que lo de artista, confiesa? y logra que le vendan la puerta. ¿Para qué la quiere? Porque Kike Ortega un día dejó el lienzo. Y decidió que pintaría sobre los materiales que se le fuesen ocurriendo. Y, entre otras cosas, se le ocurren puertas de gallineros, que reconvierte en cotizados cuadros.

Empecemos por el principio. Vayamos a cuando Kike tenía 25 años y la carrera de arquitectura le amargaba un tanto la existencia. Le quedaban, nunca mejor dicho, las asignaturas ladrillo y, aunque tenía claro que cumpliría con el expediente, buscaba alguna manera de evadirse. Lo encontró en el taller de pintura de su madre, en que tantas veces se había colado de pequeño. Le costó arrancar. Era consciente de que dibujaba bien con los lápices y no quería tentar a la suerte y, quizás, descubrir que pincel en mano era un desastre. Afortunadamente, venció al miedo. Y pintó. Expuso por primera vez en el bar Masón. Sentado en su taller, los ojos le brillan cuando piensa en cómo sus amigos y conocidos juntaron las dos mil pelas que cobraba por cada obra para que él empezase a vender. «De repente, vendes. Esa es una sensación impresionante», recuerda.

Acabó la carrera de arquitectura. Pero para entonces el mundo ya le tenía reservado un hueco como pintor. En los inicios, como en tantas cosas de su vida, su madre fue un pilar. Y lo fue también a efectos prácticos. Porque Kike sisaba todo el material que podía en el taller de la progenitora para poder llenar sus lienzos.

La fascinación de los bidones

Aún así, también iba de ruta para conseguir material. En Celulosas solía conseguir pasta de papel. Un día, estando allí, divisó una corteza de eucalipto. Como con la puerta del gallinero, vio arte. Rompió con el lienzo. Y pintó sobre el árbol una y otra vez. Empezó así una larga carrera que todavía continúa haciendo obras con materiales reciclados. Ha pintado encima de hojas de libros, de viejos baúles, de oxidadas chapas pero, sobre todo, de bidones. Sí. Kike, para muchos, es Kike el de los bidones. Y el sobrenombre se lo ha ganado a pulso. Porque no es solo que de su taller hayan salido cuadros y más cuadros hechos sobre bidones con historias increíbles detrás ?se acuerda de donde encontró cada uno, cómo logró que se lo vendiesen y hasta de cómo tuvo que pasar la apisonadora para lograr domar la chapa?. Es que cada vez que habla de uno de sus bidones algo se le enciende dentro. Parecen fascinarle. Se ríe al reparar en ello. E indica: «Lo cierto es que sí, que soy el de los bidones, pero es que los bidones tienen muchísima vida detrás. Hubo uno que lo encontré en una obra. Le pedí a los albañiles que lavasen la herramienta siempre en él. A lo largo de un año se fue acumulando en ese bidón cemento, se fueron quedando pegotes... todo eso acabó reconvertido en una plancha y esas manchas haciendo un cielo lleno de matices», cuenta con descomunal entusiasmo.

Ortega dice que lleva un animal dentro a la hora de pintar. Y que esa fuerza bruta le hace más feliz con un martillo y un cincel en la mano que el propio pincel. Algo debe de haber de cierto. Porque es muy fiera una de sus últimas historias, cuando fue a Benavente a buscar bidones, se subió a un viejo tractor para tratar de buscar alguno y descubrió que el techo del tractor también le fascinaba para pintar. Ojo al dato: desmontó trece tractores para sacarles los techos y convertirlos en base para nuevos cuadros.

Esta animal forma de trabajar le ha llevado a exponer en numerosos sitios. En cuanto cuelga sus cuadros, se convierte en altavoz de su obra. La explica, se la cuenta a todo el que entra por la puerta, se emociona con ella. Este verano probará una nueva experiencia. Su arte se maridará con la cocina más selecta. Su obra podrá verse en el Aponiente de Cádiz, con tres estrellas Michelín, y en el restaurante de Pepe Vieira. Luego, otra vez, a recorrer el mundo con sus bidones de chatarrero y sus tractores travestidos. Kike escoge cómo y dónde exponer. Y puede escoger porque siempre creyó en lo que hizo. Creyó en sí mismo desde el primer día, cuando recién titulado como arquitecto le dijo a su padre que iba a ser artista. El hombre ni se lo podía creer ni lo podía entender. Pero acabó teniendo fe en el hijo. El tiempo ha demostrado que no creyó en vano.